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Sólo se vive una vez

Cine negro Un delincuente de poca monta (Henry Fonda), condenado ya tres veces, es acusado de un asesinato que no ha cometido. Aunque consigue escapar de la cárcel, la fatalidad le impide seguir el camino recto, a pesar de contar con el apoyo de una mujer que le ama. (FILMAFFINITY)
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Críticas 45
Críticas ordenadas por utilidad
20 de febrero de 2010
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda película de Fritz Lang en Hollywood y segunda obra maestra. Es tan precisa y está tan bien contada… Tiene mucha fuerza, la historia de ellos te toca la fibra, te atrapa. Quizá no tan conocida como otras obras suyas, pero muy, muy buena. Se mueve entre el cine negro y el melodrama, sacando lo mejor de cada género.
Segunda colaboración de Silvia Sydney, tras “Furia”, de las tres que haría con Lang, y primera de Henry Fonda, quien repetiría en “La venganza de Frank James”.

De nuevo, los temas constantes del destino, los prejuicios de una sociedad que juzga siempre a priori, y la difícil integración del individuo “marcado”.
Como en la mayoría de sus películas, desde el mismo inicio ya se dan pistas de por dónde va a ir la trama: un tendero denuncia en el edificio del Palacio de Justicia que un policía le sisa alegremente manzanas, pero sus súplicas son tomadas a pitorreo.
Henry Fonda encarna a un ex-convicto, con algunos delitos en su historial, que intenta alejarse del mal camino al salir de prisión. Realiza una interpretación magistral, modulando su rostro según requiera la situación, desde el perfecto ciudadano feliz hasta la desesperación. Tiene todo el apoyo de Silvia Sydney, fenomenal actriz de llamativos ojos grandes que realiza un papel de sufrida compañera absolutamente memorable.
Aunque no he visto que nadie hable de ello, creo que “Sólo se vive una vez”, tiene algún punto en común con la extraordinaria “Soy un fugitivo”. Paul Muni tiene algún paralelismo con Henry Fonda en este film.

Hay varias escenas especialmente llamativas, sobre todo una envuelta en una densa niebla, que le da un aspecto fantasmagórico, decididamente genial. Destacan también la forma de contar la boda (una solución ahorrativa en planos propia de un grande) las escenas del robo al Fifth National Bank, o Eddie en el bosque con ella en sus brazos visto desde la mira telescópica, entre otras.

Hay puntadas de una gran agudeza crítica, que entroncan con la visión deseperanzadora y el escepticismo de Fritz Lang. Por ejemplo, los dos trabajadores de la gasolinera.
La rigurosidad en su planteamiento y sobre todo, la claridad y concisión con que está contada, a pesar de los constantes cambios en la trama, hacen de este film una joya de gran valor cinematográfico.

Otra más para añadir al trío mágico de mis preferencias languianas, “M”, “Furia” y “Los sobornados”.
Gabriel Ufa
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20 de abril de 2023
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fritz Lang, director de la fundacional Metrópolis, alcanzó para muchos la cima de su carrera con Sólo se vive una vez, uno de los primeros ejemplos de cine bour, bastante controvertida en su día por mostrar una violencia nada habitual en el cine de la época, y que hoy en día nos parece casi infantil.
Una historia más de dos amantes a lo Bonnie & Clyde, huyendo de la ley mientras cometen crímenes (reales o no), pero, en esta ocasión, no lo hacen porque sí o queriendo, sino porque el destino, cruel e implacable, los empuja a ello por una serie de fatalidades. El guion es sencillamente excelente, y el carisma de Henry Fonda y Sylvia Sidney es irresistible como joven pareja en apuros.
Una pequeña gran joya a recuperar.

Lo mejor: Su valentía en el momento en que se hizo, el guion (impoluto) y la pareja que firman Sylvia Sidney y Henry Fonda.
Lo peor: Que sea tan cortita. Deja con ganas de más.
Sibila de Delfos
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14 de noviembre de 2008
32 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, nos encontramos ante un clásico de Lang, una película recordada como una de las grandes. Una de las grandes hasta que se te ocurre verla a día de hoy, 71 años después.
Nos encontramos ante una película llena de tópicos que, si bien de ella se podría sacar algo entretenido, adolece de un guión incoherente y que no engancha.
Lo curioso es que cuando llevas 40 minutos de la película ves un final, o lo que debería haber sido el final, ya que es el clímax de la película y, a partir de ese momento, todo es un añadido vulgar y monótono que no te lleva a ningún lugar.
Luego, presenta varias incoherencias que te harán exclamar: "¿Pero quién ha puesto eso ahí?" y otras menos graves como ver como a Fonda le crece la barba en un minuto.
Pero es un clásico y es recomendado verla, aunque sólo sea para desmitificarla y darse cuenta de que los grandes del cine también tenían sus baches, y que la película a tratar puede considerarse como uno de los de Fritz Lang.
Eso sí, la película no es mala del todo, pero decepciona tanto que no merece el aprobado por mi parte.
En fin, un compendio de tópicos típicos reunidos en un guión irregular y sin sentido de la emoción, con poco cuidado en el rodaje de algunas escenas y con un acabado discutible que, inexplicablemente, ha llegado a nuestros días como un clásico. Pero, hombres superiores, atreveos a verla y daros cuenta de lo sobrevalorada que está. Eso sí, recordad: Sólo se mira una vez.
Reztes
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6 de agosto de 2009
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras una exitosa carrera en Alemania, el director Fritz Lang, como tantos otros, cruzó el gran charco y fue acogido en Hollywood donde se pudo constatar lo que ya se sabía en Alemania, que era un genio.
Tras “Furia”, Lang volvia a recorrer los mismos territorios, en líneas generales. Si en su primera película hablaba de un hombre honrado y respetuoso por las leyes al que las circunstancias le acaban transformando en una persona descreida y sedienta de venganza, en esta ocasión, Lang nos habla de la historia de Eddie Taylor (Henry Fonda), un joven que, tras algún que otro traspíes con la justicia, intenta enderezar su vida con el apoyo incondicional de su novia, Joan (Sylvia Sidney).
Sin embargo, pese a su empeño las cosas no les resultarán tan fáciles. Si bien Lang nos empezó a enseñar su lado más oscuro en su primer film, en este segundo consiguió desplegar toda su amargura y pesimismo con las desventuras de la joven pareja.
Lang plantea el film desde un implacable determinismo, para ello se vale tanto de los hechos como de la simbología y metáfora más evidente. Ni siquera cuando está fuera de la cárcel, Eddie se ve libre de aparecer entre rejas, o encerredo.
La puesta en escena de interiores, sobretodo en las secuencias en las que aparece la pareja está pefectamente estudiado para dar la impresión de opresión, de estar encerrados. El director extiende su pesimismo por todo el film, al que salvo los protagonistas y algún personaje (el cual “pagará” por ello) contado, el resto de personajes tienen claras connotaciones negativas, con lo que la joven pareja irá comprobando que la tierra de las oportunidades, tras un lamentable traspiés se convierte en un territorio totalmente hostil. Lógicamente, los elementos expresionistas que acompañaron su cine en su etapa alemana están presentes en el film, con un estilo que anticipa lo que más adelante se conocerá como “cine negro” y al que aportará excelentes obras.
Y todo ello al servicio de una idea: el determinismo social, no es sólo debido a las circunstancias sino a la propia sociedad que no sólo te empuja por el mal camino, sino que después te impide enderezar el camino (una frase que se menciona en el film es el mayor exponente y resumen de lo dicho: “¡Qué mundo! Primero matan al pollo, Taylor se lo come. Y luego matan a Taylor.”) .
En este sentido, los planteamientos de Lang van mucho más allá que en su anterior película marcando las pautas que regirán su forma de enteder el cine en sus siguientes aportaciones.
manulynk
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17 de septiembre de 2009
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La escena de las ranas junto al agua es maravillosa, lo mismo que la secuencia de la fuga de la prisión. Desde ese momento hasta el final, la película corta la respiración del espectador, y pese a la antigüedad y a las obvias modificaciones caracterológicas y culturales, logra embrujarnos. Todo sucede oníricamente, y la ansiedad se plasma de modo humeante, esfumado.
El final no hace concesiones y eso es meritorio tanto ayer como hoy.

Rafael Teicher
Rafael Teicher
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