Toni Erdmann

Toni Erdmann, una joya del cine contemporáneo, tiene escenas tanto incómodas como divertidas, que hacen de las sorpresas que se presentan en todo el film la esencia de la preocupación humana.

Clásico mensaje contado de manera honesta. Toni Erdman es película y personaje, dos en uno. Ambos tratan sobre esa persona singular y un tanto excéntrica que cuestiona la verdadera razón por la que merece la pena vivir. Al menos Europa necesita más Tonis Erdmans.

Es el Lars von Trier de "Los idiotas", en sus maneras de tratar de impactar, o "El jefe de todo esto", en cuanto a temática, pero descafeinado, sin su mala leche y con un mensaje final edulcorado. Un film innecesariamente alargado que encadena una tras otra escenas ora perturbadoras, ora generadoras de absurdo a la, vieja ya, manera de los Dogme 95. En realidad esas escenas de silencios incómodos remiten directamente, por la forma en que están construidas, a alguna de "Una mujer bajo la influencia", de Cassavetes, film que influyó mucho al Dogme 95, precisamente.

Resulta interesante comprobar como poco a poco el film te va enganchando a través de la relación entre un padre y una hija separados por la vorágine del mundo empresarial y neoliberal de los tiempos actuales y de como estos han irrumpido de forma abrupta en países como Rumania y las nuevas generaciones de nuestro continente. La película habla sobre todo de las relaciones humanas y de cómo a veces nos centramos en la forma y no en el verdadero contenido de las mismas.

Son casi tres horas, divididas en momentos que por sí solos son una postal de la vida, Se presiente cada sentimiento en esta historia en la que el padre intenta rescatar a su hija de la inercia del éxito. Aún los fragmentos divertidos están impregnados de nostalgia, Para dejarse llevar.