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La quimera del oro

Comedia. Drama. Aventuras Obra maestra de Chaplin, en la que interpreta a un solitario buscador de oro que llega a Alaska, a principios de siglo, en busca de fortuna. Una fuerte tormenta de nieve le llevará a refugiarse en la cabaña de un bandido. En 1942 fue reestrenada en versión sonora. (FILMAFFINITY)
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Críticas 107
Críticas ordenadas por utilidad
3 de agosto de 2018
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Obra mayúscula de un genio del cine tanto en la interpretación como en la dirección. Ver una película genial con casi un siglo de historia es motivador, esperanzador y reconfortante. Ya que es una película que te atrapa desde un primer momento y que tiene un poco de todo: comedia, drama, coreografía, música espectacular y en definitiva algunas de las escenas más logradas del cine. Sin duda una de las películas que lamento no haber visto antes y que me alegro de descubrir ahora. Gracias señor Chaplin por una muestra más de tu grandeza.
mateus64
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9 de abril de 2020
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Charles Chaplin en su posado más intrépido siempre es un buen remedio. Su interpretación será recordada por no solo hilarante, sino por llevar a cabo una crítica sensacional -algo que luego se convertiría en costumbre propia-. En la Quimera del Oro no solo narra la enfermedad por el oro que tanto ha caracterizado a la cultura norteamericana, también muestra un Chaplin solitario y solo. La Quimera del Oro es un retrato de la soledad.
danillobet
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15 de junio de 2022
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Un clásico en toda regla, con una buena historia, buena música, buena mezcla de géneros, como la aventura, la comedia, el romanticismo... y con algunas de las escenas más icónicas del cine de Chaplin ( o del cine en general). Nos presenta una buena historia, bien contada, donde le da juego para mostrarnos todo su esplendor cómico, pero con diferentes matices. Se le puede achacar algún momento forzado, alguna escena que sobra, pero se olvida todo cuando pasa a la siguiente y nos volvemos a sorprender. No es su película más "payasa", pero sí con un humor más elaborado y refinado. Notable.
Flacdam
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3 de mayo de 2024
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Lo más llamativo es que no es una película… sino al menos tres, y lo es sin apenas disimulo, en una época en la que el cine está todavía por inventar en buena medida.

La primera, una pantomima cómica con herencia del teatro y del vodevil donde el mundo de los pioneros buscadores de oro en Alaska es poco menos que excusa para encadenar gags y explotar las disparatadas interacciones de tres tipos, atrapados en el escenario único de una cabaña a causa de un temporal de nieve, con el pobre vagabundo desubicado cual héroe inverosímil que para nada nos esperaríamos en semejante gesta épica.

Después puede decirse que empieza la película propiamente dicha y se convierte en una especie de western, o de comedia romántica y dramática en un pueblo de mala muerte, entre prostitutas y facinerosos varios; una comedia cruel basada en el escarnio hacia un ser inocente por parte de unos desalmados sin escrúpulos, con una trama de enamoramiento fingido.

La propuesta aquí evoluciona en algo mucho más sutil, matizada en cuanto a psicologías, cambiando las motivaciones en un contexto de soledad, de ausencia de amor y de desarraigo, de supervivientes y de personas que buscan más que oro pero aún no lo saben, y donde él no es la única alma perdida. Ahora ese vagabundo no sólo está desubicado en el espacio sino que es un extranjero, alguien ignorado e insignificante, y no sólo por su aspecto desastrado, sino porque su bondad innata le hace contrastar intensamente con el muestrario de individuos poco recomendables del lugar.

El último tercio es nada menos que un espectáculo visual propio de un moderno blockbuster, que le da la vuelta en el sentido literal al escenario ya conocido del principio para colocarlo al borde del precipicio, en una peripecia extrema que parece propia de un cuento. Todo lo que hemos visto tiene a Chaplin y a su personaje como elemento unificador y está a su servicio. Icono del cine que encarna al hombre común y corriente, a un perdedor muy pardillo, perseguido por el infortunio, objeto de escarnio y de mofa para el espectador por sus torpezas pero a la vez objeto de su simpatía; el triunfo de lo humilde, de un tipo cuyos únicos recursos se los da cierta picaresca que sólo utiliza para salir de las situaciones complicadas… pues en el fondo se trata de un ser puro como el idiota de Dostoievski, cuya sencillez infantil le permite comerse los cordones de una bota como si fueran espaguetis mientras su compañero delira de hambre. O bien organizar una cena de nochevieja con absoluta devoción pese a sus medios exiguos y pese a que esté condenada al fracaso.

La gallina gigante, el bailecito de los panecillos, instantáneas muy recordadas, pero a las que habría que añadir otros momentos, en forma de planos concretos, igualmente cargados de fuerza y significado; la entrada de él en el saloon, como figura marginal y distante del resto, la alegría y a la vez honda tristeza de la celebración de año nuevo, canción a coro incluida… o la irrupción de una pura felicidad contagiosa que hace estallar una habitación en un mar de plumas.
Don Hantonio Manué
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12 de julio de 2023
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es cierto que nuestra inteligencia, por independiente que parezca, no puede aislarse de la afectación sentimental, pues, siendo seres holísticos, somos una plena interrelación de todo lo que somos con aquello que sentimos. Pero, precisamente, esta misma cohesión es la que reclama que, una valoración y un análisis cinematográfico, tenga que hacerse desde la confluencia técnico-argumental + afectación subjetiva, no sólo desde lo emocional, pues ésta instancia es la más tramposa que poseemos los humanos. Razón tenía Nietszche cuando decía: “No des crédito a tus ojos ciegos, ni a tus oídos sordos, aquilátalo todo con el poder del pensamiento”.

Defendiendo la objetividad por encima de cualquier sentimiento como acostumbro hacerlo, tengo que decirlo: Charles Chaplin era un tramposo. Lo hacía como realizador al buscar el facilismo emocional (la lágrima, la lástima, la aparente indefensión…) porque desde, “The Kid”, comprobó que ésto doblegaba a las masas y las ponía de su lado hiciera lo que hiciera; así, su Charlot era tramposo y deshonesto, pésimo ejemplo moral para una sociedad a la que afectaba –y afecta- mucho más de lo que cabría desear... y lo peor, es que no lo logra sólo con la gente del común, ha conseguido envolver en su trampa a serios intelectuales y a curtidos críticos de cine.

<<LA QUIMERA DEL ORO>>, una película a la que se le prenden velas, personalmente la veo como un ejemplo preciso de lo antes enunciado. Veamos:

El guion es incoherente: 1. ¿Qué enlace real tiene la divertida historia de la búsqueda del oro, con el lastimero drama que luego transcurre en el pueblo?... 2. El explorador decidido y valeroso que vemos en principio, capaz de alcanzar la cima que lograban pocos y de sobrevivir a la presencia de un asesino y un “caníbal”, ¿En qué se parece al vagabundo que llega al pueblo y se convierte en el hazmerreír de cuatro necias chicas?... 3. ¿Qué pasó con la casa que, en un acto de ilógica decisión, le dieron al vagabundo para que cuidara y éste abandonó irresponsablemente? ¿Regresó el dueño? ¿La robaron? Éste es un bache que queda sin explicación alguna... 4.Y el happy end ¿podía acaso ser más improvisado?

Al ganarse el desayuno con un falso desmayo en casa de Hank Curtis; al lanzarle la nieve a los vecinos y luego cobrarles por quitársela; y al abusar y traicionar la confianza que su benefactor, Curtis, deposita en él, ¿no se revela plenamente, el Vagabundo, como un indeseable? ¿Qué es, en ésto, lo que tanto nos conmueve? ¿Hay algo divertido o digno de admirar?

Por lo demás, exceptuando la escena del zapato comestible; la de la casa tambaleante, donde fluye con fuerza la creación artística; y la del baile con los panecillos -copiada de, "The Rough House" (Roscoe Arbuckle y Buster Keaton, 1917)- lo demás es poco relevante; y los gags, claramente escasos, lucen de regateable ingenio.

Así es que, en efecto, siento que con, <<LA QUIMERA DEL ORO>>, estamos ante un filme entretenido, pero, ¡excesivamente sobrevalorado!
Luis Guillermo Cardona
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