La quimera del oro

Si por algo ha trascendido Chaplin por encima de otros cómicos de la era del cine mudo es por su capacidad para conmover y emocionar desde el humor y la sonrisa. Lo que hace grande a este genio del cine no es el chiste visual o la expresión facial cómica propia del cine mudo, sino su manera tan acertada de tocar la fibra sensible del espectador desde el prisma del humor.

Y eso es lo que se echa de menos en “La Quimera del oro”. Capacidad de conmover. La historia nos presenta a nuestro querido Charlotte embarcado en la aventura de lanzarse a la conquista del codiciado oro de Alaska. En esta aventura vivirá una serie de peripecias alocadas con otros aventureros o incluso sujetos fuera de la ley. También conocerá a una chica de la que enamorarse. Y aquí viene el fallo de la película, que la relación entre nuestro querido Charlotte y la chica resulta fallida. Al contrario que en otras de sus obras como “El Circo” o “Tiempos modernos”, no nos va a emocionar, no nos va a conmover la relación establecida entre Chaplin y su interés amoroso.

Entonces nos quedan los chistes, lo visual, la historia. Y no están mal para ser de 1921, pero en Chaplin eso es lo de menos. “El chico”, “Tiempos modernos” o “El Gran dictador” se recuerdan por la emoción que trasladan al espectador, por ese sentimiento que traspasa la pantalla, y que yo al menos aquí no experimenté.

Podríamos dividir la película de Chaplin en varias partes.
En una primera parte, se nos presenta la “búsqueda del Dorado”, que se había extendido a todos los inmigrantes que llegaban a EEUU en el siglo XIX. En esta ocasión, se centra en las gélidas tierras nevadas de Alaska, funesto lugar para el héroe Félix.
Pasada la presentación, pasamos al momento de la cabaña, que en mi caso, pasada más de una década desde mi primer visionado, fue la parte que más se soslayó en mi tierna materia gris. El momento de comerse la vela y, cómo no, el zapato… es mítico. Historia del cine.
Luego, pasamos a una segunda parte, en el poblado creado en una noche. Allí surge el amor, desde la burla. Me acuerdo que una vez me pasó a mí. Una muchacha apuesta hizo una apuesta y la ganó haciéndome creer que le gustaba. Luego, acabó enamorándose de mí. A Charlot acaba pasándole lo mismo, porque el ser humano es tan mísero, que decide burlarse de sus propios miedos proyectados en otras personas, eso es lo que nos enseña Chaplin.
En resumidas cuentas, es una película que entretiene, sin ser yo un amante del cine mudo.