Vidas pequeñas

- El timador está muy bien retratado/relatado/mostrado e interpretado, ese recurso psicológico que consiste en atacar cuando más débil o fallido es lo explican con certera meridiana claridad, agresiva enfermiza mezquina pasividad.
- La mujer es más comparsa.
- Ana Fernández es una buena y atractiva actriz, aunque su personaje sea el más sinsorgo, pan si miga, niña pija bonita.
- Roberto Enríquez está muy idealizado en su huida callada ascética del sistema hacia la nada, páramo desierto, callejón sin salida no oficina, a calzón quitado, no acaba de cuajar o casar bien con el tono picaresco esperpéntico que demanda o connota más bien su situación de andar por casa a la pata la llana como le pasa a la película que tiende al dramón metafísico con ínfulas de chichinabo cuando está pidiendo a gritos, su alma de mermelada, chirigota y cañí. No tanto Bergman como Berlanga, no hagan tanta sangre que no merece la pena, sopitas y buen vino.
- Borrachero está exagerada y no es para tanto, tiene algún monólogo de aúpa muy chungo, malo, de guion no es suya la culpa, ni su situación ni su trabajo daban para más, merecían tanta agonía y desolación. Y su hija es demasiado parva o boba o lela lo que sea, bien, vale, parís y la misa y el regalito anunciado a bombo y platillo.
- La familia de gitanos en verdad feriantes payos peca de incómoda bondad puesta por el ayuntamiento de Móstoles por las empanadillas tengo tan buen rollo, tú pide por esa boquita, reina mía, que yo te lo doy todo, la vida entera, mi dinero y mi suerte, hermosa.
- El cantante fracasado, bien, gracioso, pesado, tierno, contrapunto beneficioso por absurdo y destemplado inquietante siniestro ominoso bueno no se sabe bien si violador del ensanche a contrapelo, perro san bernardo o tarado sin remedio.
- Ángela Molina y Caba no tanto, resulta todo su periplo o camino de calvario muy forzado y trágico a la carrera, de repente el último verano sin comerlo ni beberlo.
Al final hay más muertos que en Vietnam en hora punta de la guerra perra y no era necesario tanto descalabro y afrenta, ni tanto héroe ni tanta tumba abierta, defosaenfosa, tampoco es que pidamos la luna o Narnia, la muerte se basta sola, no hay que llamarla ni reclamarla con tanto desesperado ahínco que ella ya acude a toda hora tan tranquila y bien compuesta y bien predispuesta, se pone manos a la obra, sin pausa pero sin prisa, al diablo no hay que tentar ni ofrecernos en holocausto que ya bastante tenemos con las perrerías sospechosas habituales de cada día.
Iba a decir que la película era una exaltación del fracaso y la debacle y tampoco, ni eso, lo cual no sé si es malo o bueno, ni Pinto ni Valdemoro, ni Pin ni Pon, don José y don Pepito, fu y fa, fulano y mengano.
Ni frío ni hambre ni dolor (del cuerpo) ni turbación (del alma se supone se da por descontado), con eso es más que suficiente, de acuerdo, completamente, me sobra y me lo llevo todo.
Aurea mediocritas del mundanal ruido como de la peste del diablo de la gente huyo herido pero vivo.
Que pidan la luna los listos es decir los tontos es decir los listos, nosotros, quienes sean los cabrones, a lo nuestro.

No obstante el dramático final supone un punto de inflexión en todas las tramas, la carencia de concesiones hacia el espectador que demuestra el filme, dejándole en un estado de incertidumbre al negarle un posible final complaciente eleva notoriamente el resultado definitivo.

Se podría sentenciar que la película es una radiografía del fracaso, pues muestra a personajes que por una serie de causas han sido marginados y olvidados, o que directamente nunca conocieron el éxito, resultando el personaje del hombre mimo el más fascinante por su forma de ser, expresarse y concebir la vida. Emilio Gutiérrez Caba también me llamó la atención para bien, al igual que la observación del decrépito feriante al respecto del hallazgo del deprimido cantante eslavo muerto: "Para empezar a estar tienes que dejar de existir". Y es verdad, nadie le hacía nunca caso al nostálgico apesadumbrado, que no dejaba de lanzarse a la botella con la intención de capturar un quimérico halo de bienestar al que seguir aferrándose.