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La muerte y la doncella

Thriller. Drama En un país imaginario que acaba de sufrir una terrible dictadura, viven Paulina Escobar y su marido Gerardo, un prestigioso abogado. Una noche, Gerardo tiene una avería con su coche, pero un hombre se ofrece a ayudarle... (FILMAFFINITY)
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Críticas 47
Críticas ordenadas por utilidad
7 de marzo de 2007
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta magnífica película parte de una obra de teatro. Roman Polanski consigue una fusión magistral del cine y el teatro con tan sólo tres personajes y unos escenarios reducidos. En realidad no le hace falta mucho más. La fuerza del texto original (y del guión adaptado) así como el saber hacer del director hacen lo demás, ayudados-eso sí- por la gran trabajo interpretativo que hacen los actores, especialmente Sigourney Weaver, en estado de gracia. Todo está bien: la puesta en escena (tan teatral), la música, la fotografía. Una película sobre la tortura física y psicológica que no dejará indiferente a nadie.
Manuel PM
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23 de septiembre de 2014
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es muy cierto que la vida real a menudo supera la ficción.. Quiero empezar a hablar de "La doncella y la muerte" defendiendo su punto de partida, el planteamiento que hace Polanski, por imposible que parezca, es bienvenido porque gracias al hecho de reunir bajo un mismo techo al torturador y a la torturadora tantos años después tenemos película. Todos podemos intuir que hay una obra de teatro detrás, que Polanski adapta un texto teatral. Me da igual, más valor aún tiene el hecho de guionizar para una película algo así, un largometraje con tres actores, una casa, un coche... tan pocas cosas y tanta y tanta tensión.

El terror en los ojos de Weaver nos dice que es cierto, que recibió palizas, violaciones, todo tipo de perrerías. No creo que nadie lo ponga en duda, fueron así los escuadrones fascistas. Pero atención, ¿qué pasa con Ben Kingsley?; ese hombre de mirada incierta que se defiende de las acusaciones y que, maldita sea, le puso cara a Gandhi también. No voy a elevar lo suficiente la figura de Polanski, alguien que como la Weaver también tiene su pasado, lo que hizo en "La muerte y la doncella" me ha dejado clavado y pasadas varias semanas sigue en mi cabeza, dentro mío. Esa noche que viven los tres personajes no se me va de dentro y cuando esto sucede, cuando después de varias semanas la película está ahi removiéndose sin parar, es entonces cuando inevitablemente es buen cine.

Kingsley y Weaver en el centro de un huracán que revive quince años después, la tensión en el sudor del pobre tercer personaje en discordia, casi abogado del diablo, y sobre todo, la poca piedad de Polanski por el espectador. La historia es dura para ella, pero nosotros la sufrimos también. Yo incluso demasiado. No sé decirlo de otra manera, la mayor complicidad con las imágenes por parte del espectador hace que un cine valga más la pena que otro. Hay más cosas claro, fotografía, luces, planos aquí y un guión que no permite el descanso o el aburrimiento. Me temo que si tengo que elegir quedarme con la Weaver o con Kingsley me quedo con Roman Polanski, que es el verdadero amo de "La muerte y la doncella"
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luisito
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13 de abril de 2018
22 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene una gran virtud, que el motivo de la venganza nunca se acaba de saber del todo si es cierto/justo o completamente inventado/arbitrario, y un gran defecto, que convierte esa duda en carne de espectáculo más propio de un thriller de Ezterhas que algo parecido a una recreación mesurada, sobria y desprejuiciada sobre asuntos tan complejos, retorcidos y endemoniados como puedan ser la justicia, la reparación del daño, la tortura, la ley, la confesión, los juicios, el crimen, el castigo y otros vericuetos o caminos en los que el alma humana se suele perder o dar de bruces con el desastre.
La poderosa y muy bella música de Schubert es el motivo, el comienzo y cierre, de esta obra de origen teatral que juega en el alambre habilidosamente y que recurre a diversas trampas para mantener una tensión que estimule al espectador más impermeable o perezoso.
Alienta grandes reflexiones y alumbra o presenta cuestiones realmente intrincadas y difíciles. Quizás especial y esencialmente hable de cómo la verdad es la primera sacrificada, la que menos importa, cuando lo humano y su dolor están en juego, o de que sí importa, pero es inaprensible, escurridiza, voluble y traicionera.
El espectador se afana inútilmente en encontrar una seguridad, en resumen, quiere saber si Kingsley fue el torturador o no, o lo uno o lo otro, hecho que la historia, sabiamente, no nos elucida, nos niega esa caridad, nos ciega ese tranquilo asidero, nos viene a decir que no se trata de eso, que la vida no es tan sencilla ni simple, que siempre quedaremos insatisfechos o satisfechos a medias, con dudas, incertidumbres y la cama a medio hacer.
Ella quiere una confesión. No desea la verdad. Esa ya la tiene, es él, para ella no es opinable. El dictamen es definitivo. Solo busca que la dejen lograr lo que necesita escuchar. Como terapia, como forma de sanar. Ella busca que aquella experiencia atroz cobre sentido, se haga más humana, que el que obraba con impunidad y abuso reconozca su maldad y vileza, que la haga frente, que no se refugie en su poder pasado y actual anonimato, que dé la cara. Poco importa si lo hizo ese hombre en concreto u otro cualquiera. Ella desea esa representación teatral, como símbolo (por eso apuntan con inteligencia que varias veces anteriormente había creído encontrar a su torturador en otras voces y otros ámbitos). Ella quiere que él se rebaje, que se ponga a su nivel humillado mediante el reconocimiento de los hechos, que así aquello que le hicieron no desaparezca ni quede en blanco ni se olvide, pretende que alguien, una figura humana que cumpla con el papel otorgado en la función "teatral", se haga responsable y asuma lo sucedido. Ella es la víctima que lucha por una posible venganza/reparación/sanación/justicia.
Él es el probable torturador. Es la excusa. El monigote. El fantoche. Ya dijimos que da igual si lo hizo él u otro. Es un actor en una obra en la que no puede opinar sobre su rol o líneas de guion, las escribieron otros por él, la víctima y la justicia, él solo las debe recitar con la suficiente fuerza, credibilidad e imaginación para que ese texto cobre vida, dé la sensación de que es real, aunque probablemente no lo sea, o sí, es indiferente. Es el culpable y que no se hable más.
El otro es el marido. Es la justicia. La que no hace nada. La cobarde. La contemplativa. La moderadora. La que templa gaitas. Es la ley. La componenda. La que observa. La corriente. Su labor es presencial, mediadora, engrasante. Confirma el juego marcado. No opina. Solo guía. Se lava las manos. Tampoco le preocupa nada la verdad. Solo desea que se llegue al final.
La película parte de unos hechos mundialmente conocidos, las torturas perpetradas durante las dictaduras militares sudamericanas, para a continuación tratar de trascender y hablar de la necesidad de justicia (de orden, de sentido, de equilibrio) del ser humano y de cómo esta se acaba transformando en un farsa, parodia o en el mejor de los casos obra de teatro que pueda ser verosímil y asumible, en la que los hechos o las certezas son solo sombras y en la que los protagonistas, para que salga bien el proceso/juego, deben ajustarse a modelos periclitados/preestablecidos, cerrados, vacíos de contenido, elementos puramente simbólicos y persuasivos, perchas huecas en las que colgar necesidades o frustraciones, daños y penas, poderes y culpas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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22 de julio de 2005
20 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buena adaptación de la obra teatral del chileno Ariel Dorfman, que refleja a las claras a un Roman Polanski auténtico en su estilo de encarar sus obras.
"La muerte y la doncella" es una considerable propuesta para repasar el dolor y la angustia que dejó en las personas que sobrevivieron a la represión militar en la época del proceso en países de latinoamérica.
Mediante un filme de suspenso nos introducimos en una película que posee una atmósfera muy tensa y densa, que pone de manifiesto la conducta humana en los aspectos de la violencia, el odio, la venganza, el temor y todo el horror de épocas complejas donde la impunidad y el autoritarismo eran moneda corriente.
El ambiente en que el filme transcurre es el de cambio, justo cuando se produce el paso de la más cruel dictadura militar y se deja vía libre a la democracia como forma de vida. La misma da una luz de esperanza de justicia por los horrores pasados en tiempos anteriores.
Pero la película no tiene como fin mostrar particularidades de la época del proceso en forma general, sino que mediante una historia ficticia, nos demuestran lo cruel y morbosa que eran las torturas militares.

Vemos por ello en la trama de la película, una historia donde un matrimonio compuesto por una mujer llamada Paulina Escobar (Sigourney Weaver) quien fuera víctima de la tortura de la dictadura militar, su esposo (Stuart Wilson) es un prominente abogado que ocupa una alto cargo jerárquico dentro del nuevo sistema de gobierno. Ellos viven alejados de la ciudad, en la relación vemos que Paulina Escobar es de carácter dominante que se impone sobre su marido. Las variantes del filme comienzan cuando entra en acción el Doctor Miranda (Ben Kingsley) quien supuestamente es quien ha torturado y violado a Paulina.

Sin lugar a dudas que las interpretaciones son brillantes, demuestran mucha profesionalidad y dan un marco de credibilidad al filme, el cual en todo momento mantiene atrapado al espectador en esta intrincada relación de verdades y mentiras, revelaciones y ocultamientos, que convierten al relato en un thriller más que interesante.

Una película muy bien recreada, con el toque magistral de Polanski quien nos regala una narración absolutamente inquietante, que termina constituyéndose en un juicio forzado y apresurado de una mujer que está marcada por las más horribles vejaciones a la que una mujer pueda estar expuesta. Una historia que busca en el fondo ahuyentar fantasmas y recuerdos grabados en la memoria y que ni siquiera el paso del tiempo pudo borrar.
De ritmo rápido y acelerado, sin lugar para el aburrimiento, el filme constituye una buena opción para pasar ratos de dudas, inquietudes, tensiones, violencia, odio y la sedienta búsqueda de venganza.

Un thriller asfixiante, que garantiza el entretenimiento necesario, pero sin dejar de lado todo el contenido discursivo que hay de fondo para reflexion
Pasatiempos Digitales
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19 de julio de 2007
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Unos acantilados en un lugar indeterminado de Sudamérica. Una casa con hermosas vistas al océano. Un matrimonio que lleva una vida retirada.
De repente, el destino actúa para demostrar que el pasado a menudo no se entierra, sino que permanece latente y en carne viva en algún rincón de nuestra mente. Un día, el marido vuelve a casa acompañado de un hombre que inmediatamente despierta ecos siniestros en la mujer. Los ecos de unos tiempos de terror que dejaron huellas imborrables en la mente y en el cuerpo de esa mujer.
Horripilante y cruda evocación de la tortura y del horror, en medio de un ambiente repleto de angustia, de aguda tensión y de deseos de venganza que no se han apagado pese al tiempo transcurrido, porque hay injurias demasiado atroces para dejarlas pasar.
Con sólo tres personajes y un escenario (la casa del acantilado), somos testigos de toda una gama de sentimientos: una rabia feroz, una insondable humillación, un miedo tremendo y un deseo brutal de vengar todo el dolor padecido.
Con pocos elementos y sobriedad de recursos, aquí tenemos una contundente denuncia que no puede dejarnos indiferentes.
Vivoleyendo
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