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Clash

Drama. Intriga El Cairo, verano de 2013, dos años después de la revolución egipcia. Tras la destitución del presidente islamista Morsi, en un día de violentos disturbios, la policía detiene y encierra en un furgón a decenas de manifestantes con convicciones políticas y religiosas diferentes. (FILMAFFINITY)
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
29 de mayo de 2017
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este fin de semana nos llega otro estreno proyectado en la sección oficial de la pasada Seminci de Valladolid, Clash, del realizador Mohamed Diab. Además, este segundo largometraje de Diab tras el Cairo, 678 (2010), abrió la prestigiosa sección Una Cierta Mirada del Festival de cine de Cannes 2016. El director egipcio, pasa del acoso sexual del primer film, a los sucesos ocurridos en El Cairo a principios de julio del 2013 después de ser derrocado el presidente islamista Mohamed Morsi, con las calles llenas de gente para celebrar o protestar lo ocurrido. Estreno el 2 de Junio

Cuando Hosni Mubarak es derrocado, se realizan unas elecciones democráticas en Egipto, en las que es elegido como presidente, Mohamed Morsi, líder del partido de los Hermanos Musulmanes. Tras un año en el poder, sin conseguir llevar a cabo muchas de sus promesas electorales y con una fuerte crisis económica generada en gran parte por la caída del turismo y la inversión extrajera (unido al temor de una parte importante de la población al avance del islam, a las preocupaciones de una minoría cristiana y al enfado del ejército por la purga sufrida), el malestar y la desconfianza van en aumento en la sociedad egipcia hasta que la población estalla y sale a la calle. El presidente egipcio lejos de conciliar a todas las partes y apaciguar los ánimos, reacciona blindando sus poderes ante la justicia, lo que acrecienta aún más las reacciones en la calle y las protestas de la oposición que lo tildan de “nuevo faraón”.

El tamaño de la protesta es enorme, más de 14 millones de personas, de los cuales más de doscientas mil se manifiestan en El Cairo. Estamos ante una sociedad al borde de la guerra civil. Las personas que hasta hace poco lucharon juntas para derrocar a Hosni Mubarak ahora están divididas y enfrentadas, llenas de odio y dispuestas a matarse entre sí. En este ambiente alborotado y convulso se sitúa la historia de Clash, rodada prácticamente en su totalidad en el interior de un furgón policial de poco más de ocho metros cuadrados, con una serie de personajes de lo más variopintos detenidos por la policía durante una manifestación. El caos y la locura del exterior se traslada al interior del minúsculo espacio, originando entre los detenidos continuas desavenencias, tensiones y fricciones, lo que conllevará a una serie de agobiantes y claustrofóbicas situaciones a lo largo de todo el recorrido de la furgoneta.

Dentro de la destartalada camioneta policial se encuentran retenidos un grupo diverso de personas formado por periodistas, revolucionarios, partidarios de los Hermanos Musulmanes, defensores del ejército, transeúntes, mujeres y niños sin hogar, uno católico, otros que teóricamente son neutrales, es decir, representan a todo el espectro de la sociedad egipcia y se verán obligados a convivir y ayudarse entre ellos, en condiciones extremas de sed, calor y falta de oxígeno durante muchas horas. Este confinamiento es una poderosa metáfora sobre la polarización beligerante existente en la sociedad contemporánea actual y, en la egipcia en particular, promovida en parte por una inepta e ineficaz clase política que hace oídos sordos a los verdaderos problemas de los ciudadanos . Llevados en un principio por el odio y el rencor, poco a poco se van dando cuenta de que todos son víctimas por igual allí y que, sobre todo, son personas humanas.

El director Mohamed Diab no toma partido por ningún bando e intenta mostrar el lado humano de los personajes atrapados en el furgón, para de esta manera, comprender mejor la ideología y las motivaciones de cada uno de los bandos. La situación originada en el interior del vehículo está llena de ironía, ya que los detenidos en un principio se pelean entre sí para poder salir de allí, y posteriormente se ayudan mutuamente para mantenerse dentro. El viaje se vuelve cada vez más peligroso, aparecen atrapados en plena zona de combate envueltos por gases lacrimógenos, posteriormente se encuentran en linea de fuego por los disparos de un francotirador situado en un edificio próximo, para terminar arrollados por una multitud encolerizada bajo los disparos de punteros láser verdes que atraviesan las ventanas del furgón para convertir una realidad oscura y claustrofóbica en otra de terror apocalíptico.

Muy pocas veces en Clash vemos el exterior del vehículo y el hecho de que no tengamos una imagen clara de lo que está pasando acrecienta la sensación de caos. La perspectiva de la cámara nos introduce en el interior como si fuéramos un detenido más del grupo y consigue transmitir con éxito la claustrofobia experimentada por los personajes. Las únicas imágenes que obtenemos del exterior están restringidas por diminutas ventanas con barrotes. El manejo de cámara en mano de Ahmed Gabr es extraordinario, más si tenemos en cuenta, las dificultades técnicas del rodaje con las que contó provocadas por las limitaciones de espacio y la luz. Los movimientos temblorosos de la cámara y el uso de sonidos ambientales durante la filmación aumenta la sensación de realismo y autenticidad.

El terror, la violencia omnipresente, el miedo a la muerte convierten a Clash en una película extremadamente intensa.
Cinemagavia http://cinemagavia.es/critica-pelicula-clash/
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Eduargil
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5 de junio de 2017
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Egipto, 2013. Pero podría ser casi cualquier otro lugar y casi cualquier otro año de esta época tan devastadora como cruel, donde el hombre es pasto de los hombres y las ideologías sólo sirven para esclavizar y fanatizar a los pueblos, pero nunca para encontrar puntos de unión o de acuerdo, sino que se pretende alcanzar siempre la aniquilación del contrincante a toda costa, como si no cupieran las desavenencias en el mapa mental de la gente (y de sus manipuladores dirigentes). La disidencia es la excusa ¿inocente? para masacrar al rival, que es siempre un antagonista a batir, que no tiene lugar ni acomodo en el impecable paraíso idealizado construido a base de falsedades, atropellos y desolación. No es momento de cimentar un mundo más habitable, sino de destruirlo para que renazca – mutilado y yermo – de sus cenizas.

La nota distintiva de esta cinta es la claustrofobia. Y el bochorno. Y la arbitrariedad. Y al abuso de poder. Todo ello configura un retablo de la ferocidad y la locura de una sociedad regida por la tiranía del azar, donde lo importante no es quién eres ni qué haces, sino dónde te encuentras en un momento dado, con independencia de tu trayectoria anterior. Todo sucumbe a la errática fortuna del destino: ahora puedes ser intocable, mañana puedes ser un paria, ayer eras un profesional de valía, hoy apenas un infame enemigo peligroso y mañana tan sólo un cadáver abandonado en un estercolero. Son los infaustos y despóticos juegos de los poderosos, que abominan del respeto hacia el prójimo, desprecian a sus súbditos y utilizan a sus ciudadanos como utensilios prescindibles e intercambiables para alcanzar el control absoluto y perpetuarse en la cumbre, envolviéndose en banderas, intoxicándose con soflamas religiosas o abrazando eslóganes facilones de dudosa honestidad y nula compasión.

No estamos ante un esmerado estudio psicológico – los personajes que habitan la trama apenas tienen entidad, son meras marionetas simbólicas – sino que se nos brinda un asfixiante fresco impresionista con el objetivo de provocar sensaciones y emociones en el espectador, que se ve engullido por el caos y el estruendo que va desarrollándose alrededor de una sofocante situación única que deviene en un torbellino desesperanzado, repleto de sangre y saña y que sirve para establecer una rabiosa alegoría atronadora sobre las luchas civiles y religiosas de un pueblo vapuleado por sus enfrentamientos cainitas. Da igual quien gane, los perdedores están decididos de antemano: todos los hombres y mujeres de bien.

El director, Mohamed Diab, elabora una obra impactante y de calado. Pero me pregunto si tendrá una distribución normalizada en su país o ha sido confeccionada con el solo propósito de ser exportada y recibir premios y parabienes – con todo merecimiento – en los festivales de cine de turno.
antonalva
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23 de octubre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Egipto actual conviviendo dentro de un furgón militar un día de manifestación del 2013. Periodistas, partidarios de los Hermanos Musulmanes, defensores de la acción del ejèrcito, soldados, vagabundos........, hombres, mujeres, niños, ancianos. Toda la población cairota movilizada, sin saber muy bien hacia dónde y porqué.
Un retrato minucioso de Mohamed Diab sobre la violencia y las inexplicables razones que conducen a los desacuerdos, a la falta de expectativas y al absolutismo de que: "el que no está conmigo está contra mí".

Las relaciones de unos y otros en una situación límite, nos hablan del caos más profundo, pero también de lo contagiosa que pueden resultar la solidaridad y el compañerismo en cuanto quedan fuera las consignas, los miedos, las religiones y los prejuicios. El diálogo no estaría tan lejos si hablaran los corazones; la apocalíptica realidad, según el director, fue derrotada en el 2011 por los valores de la llamada primavera árabe. No obstante, hasta que lleguen tiempos mejores y la paz vuelva a sonreír tras los nubarrones, los egipcios seguirán embarrancados en el ojo por ojo y en los conflictos de odio alimentados por facciones irreconciliables.

¿Cuándo se darán cuenta las víctimas civiles de que los políticos corruptos, las religiones y el ejército no forman parte de la solución, si no que son los hacedores máximos del problema?
Sinhué
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13 de diciembre de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primavera árabe fueron unos hechos históricos que iniciaron en 2010 en los países, evidentemente- árabes, donde la población buscando gobiernos más justos comenzaron a manifestarse contra los dictadores. Claro, una coyuntura de este tipo no culmina únicamente con la caída del gobierno, ese es solo el primer paso, posterior a esto hay que ver qué va a suceder con estos países.

Eshtebak precisamente toma el caos existente en Egipto posterior a la destitución de Hosni Mubarak, en el inicio del film se detalla este paradigma contextualizando al espectador. El argumento se desarrolla en un furgón de la policía que es utilizado para detener personas (o cómo se le dice en Costa Rica: Perrera), así en el exterior hay marchas que apoyan uno u otro bando, represión policial que encierra gente por montones en estos automóviles.

Así deberán intentar subsistir y buscar desde ese interior se liberados, tendrán que enfrentarse al calor, a la violencia externa que les afecta y a las diferencias a lo interno entre ellos, ya que son encerrados sin importar si son de uno u otro bando.

Entonces, hay un grupo grande de personas en un espacio físico limitado, sin duda, si algo tiene Diab y Ahmed Gabr, su director de fotografía, es que logran amalgamar el aspecto visual en cuanto a tomas. Sin embargo, hay unos momentos donde se utiliza la cámara en mano donde se tambalea demasiado y se pierde el norte, además, hay un bullicio excesivo que aturde en demasía, gritos y explosiones por doquier.

Aparte es muy reiterativa en lo que propone, queda claro que el guion del propio director junto a Khaled Diab, parte de una idea llamativa y arriesgada, queriendo transmitir la crudeza de un evento como el que sucedía en ese entonces, donde al final sin importar de qué bando sean todos terminarán igual, aunque finalmente el resultado no termina siendo satisfactorio.
10P24H
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4 de junio de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con “Clash” estamos ante una idea original, con la que al igual que los detenidos, recorremos las calles viendo las protestas, manifestaciones y violencia ciudadana y policíaca como observadores, encerrados en un mismo escenario, sin poder intervenir en lo que sucede en las calles. Y a la vez observamos a los protagonistas, que sirven de muestreo para ver las verdaderas proporciones del problema, como ejemplos de cada punto de vista.

Además se suma el sentimiento de claustrofobia al estar encerrados, y el miedo por el qué pasará. La buena ambientación, los colores y el montaje ayudan a percibir ese agobio, ansiedad y cansancio que se vive ne el furgón. Para que ese sentimiento se acreciente, la película trata que nos familiaricemos con el elenco de personajes contándonos aspectos personales de sus vidas. Y quizás esas partes sean las más flojas, las que se detienen en analizar temas privados de la vida de cada uno de ellos. Pero una vez superado ese tramo, la película vuelve con fuerza para finalizar de forma fantástica.

‘Clash’ va mucho más allá del acontecimiento histórico, y como si de un experimento se tratara, pone en una cubeta personas con ideologías diferentes para ver sus reacciones. Y percibimos su ira, su odio, su miedo pero también su compasión y empatía. Con una moraleja donde queda claro que a veces lo que nos une es más de lo que nos aleja. Con ‘Clash’ no hay buenos ni malos, hay personas, y eso es algo que el odio muchas veces nos hace olvidar.

Lo mejor: la originalidad y ligereza con la que cuenta un tema tan complicado.
Lo peor: las partes en las que se centra en la historia personal de los protagonistas
La Claqueta Metálica
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