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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
18 de mayo de 2019
15 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine intrascendente y para pasar el rato, repleto de buenos sentimientos, pero ayuno de sustancia. Como es el caso de tantísimas novelas que se venden como rosquillas y se hacen un hueco en la lista de los libros más vendidos, también en las salas de cine nos encontramos con productos fabricados en el laboratorio del entretenimiento vacuo e insulso, donde parece que se abordan grandes temas de actualidad (las migraciones, la pobreza, la bondad esencial de las personas, el embrutecimiento general de los políticos, etc.) pero que se limita a pintar en trazo grueso y sin matices la dificultad de vivir en un mundo lleno de oportunidades pero en el cual aquellos que hemos nacido en sociedades opulentas – o donde las carencias son minoritarias – llevamos todas las de ganar.

Como en tantas ocasiones podríamos decir: la fotografía es muy hermosa, los actores transmiten frescura y encanto, los escenarios son seductoras postales que todos quisiéramos visitar algún día… y todos los personajes resultan tan adorables que quisiéramos tenerlos como amigos. Pero tanto sentimentalismo de cartón piedra, tanto multiculturalismo fraudulento y estomagante resulta demasiado impostado por su blandenguería anodina que a todos quiere complacer y nadie pretende irritar. No es que la cinta sea mala ni produzca urticaria visionarla, pero se podría esperar algo más de un producto prefabricado que parece atender sólo al objetivo de hacer dinero y recuperar la inversión (y de paso, obtener beneficios, claro).

Quien quiera viajar sin moverse de la butaca habrá elegido bien. Pero quien quiera conocer el mundo, se verá defraudado. Tanto sirope empalagoso y tanto escapismo adocenado más que seducir transmite una sensación de cansancio difícil de soportar. La luminosidad del relato (que no encubre los lodazales del infortunio, pero los disfraza de fotorreportaje brillante) nos hace pasar unos estériles momentos agradables, pero al acabar estamos insatisfechos. Su mayor error es resultar demasiado fría y previsible, pese a sus cálidas tonalidades y al pintoresquismo de divulgación elegido. Pese a su manifiesta sensiblería, carece de genuina sensibilidad. Sin llegar a ser un truño, lo bordea con elegancia y nos permite salir del cine con la conciencia apenas alterada. Prescindible.
antonalva
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7
11 de mayo de 2019
17 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos géneros tan iconográficos, potentes y añorados como el western. Y, sin embargo, ha sido abandonado porque ahora la aventura de la conquista del Oeste está mal vista (y censurada) porque supone abordar la masacre de los indios (los nativos lugareños a los que se arrebató tierras y vida) e implica reconocer las tropelías y abusos que si bien pudieran ser considerados habituales cuando entonces, ahora se tiene la manía de denunciarlos por el ‘presentismo’ castrador que lo anega todo, es decir, adoptando baremos morales y sociales actuales para juzgar episodios pretéritos. Por eso sorprende este excelente cuento montaraz sobre la fiebre del oro y el fervor de los magnates autóctonos por hacerse inmensamente ricos gracias a tener el pecunio suficiente para financiar un número ilimitado de sicarios. Y lo que la lluvia de balas construye, que no haya mortal que lo desbarate.

El poder del dinero. La idolatría de las armas. El ensueño de las utopías terrenales. La añoranza de la gloria y del hogar… Todo esto tiene cabida en este melancólico, parsimonioso y lastimero western realizado con tanta garra como elegancia. No hay mayor tristeza que rememorar los paraísos perdidos; no hay mayor pena que atisbar el edén y no alcanzarlo jamás. Estos son los dos polos de una misma ecuación: el brillo del oro (o el centelleo de la lumbre) frente al ocaso de la quimera (o el fin de la vida). Entre estos dos extremos bascula toda la trama. Por mucho que se gane en un duelo, con un botín, en un río perlado de oro, el balance final será siempre de vacío, de insaciable sed insatisfecha, de fracaso. La riqueza se diluye y evapora entre los avaros dedos codiciosos. De tanto buscar los tesoros en un afán disparatado por alcanzar la opulencia, nos olvidamos de nuestras raíces y de nuestra alma, arruinándonos la ansiada paz.

El director francés, Jacques Audiard, nos propone una historia desmitificadora, que, siendo fiel a la leyenda, subvierte los detalles, dándoles un significado novedoso, menos idealizado y más terrenal. Esta concreción casi física aporta una increíble densidad al relato, donde se entreteje, por ejemplo, el amor hacia un caballo malherido o el afecto fraterno por el bala perdida del hermano pequeño, dipsómano e iracundo, codicioso y matón. Pero también tiene cabida una ternura ingenua y delirante que proporciona una de las más candorosas escenas de la cinta: el aviso de una meretriz al enamoradizo del hermano mayor, conmovida por la bondad de su trato.

Dolorida película, quizás de ritmo algo moroso y disperso, pero llena de inesperada hondura. El cuarteto protagonista descuella por su perfecto ensamblaje y complementariedad y nos hace añorar la calidez insospechada de una bienvenida.
antonalva
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7
5 de mayo de 2019
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando eres niño, el mundo de los adultos es un enigma indescifrable. Poco a poco vas aprendiendo cómo se comportan y lo que pretenden con sus conductas, porque una cosa es lo que proclaman y otra muy diferente es lo que en realidad hacen. Si tienes la mala fortuna de encontrar en tu camino a una persona que te somete a abusos físicos o sexuales, entonces cuesta expresar lo que pasa. Además, cuando lo que te ocurre tiene que ver con la sexualidad – un tabú donde se mezclan la curiosidad, el secreto, el sentimiento de culpa o el silencio de tus allegados – entonces te falta la capacidad para elaborar una respuesta fluida y natural con la que abordar esa tropelía. Quizás no sea ni lo peor ni lo más dañino que te pueda ocurrir durante la infancia, pero está claro que alguien (el abusador) ha cruzado una frontera y uno mismo (el abusado) no comprende lo que está aconteciendo. Y si, para colmo de calamidades, quien traspasa ese límite es un educador o una persona con autoridad, entonces podemos sucumbir al desánimo o la locura.

Los abusos sexuales son una pegajosa y tupida tela de araña que nos atrapa y engulle. Negar los abusos es aberrante. Tratar de encubrir a los culpables es criminal. Y aunque este tema parezca reducirse a los desafueros cometidos – y ocultados – por la Iglesia Católica, no debemos olvidar que ni han sido los únicos ni, quizás, los más abundantes, aunque a buen seguro que dada su vocación salvífica y compasiva puedan – y deban – considerarse los más tóxicos y censurables. Pero también las familias deben cargar con su responsabilidad, al no haber escuchado y entendido lo que estaba pasando. Señalar sólo a los infractores es querer silenciar que hubo muchos cómplices que por comodidad o pereza optaron por hacer dejación de su obligación de estar junto a los más débiles y vulnerables: los vástagos.

François Ozon nos propone una exhaustiva crónica sobre la incapacidad de la Iglesia – debido a un inapropiado concepto del perdón que los llevó a creer que los trapos sucios, por el bien de sus feligreses, debían purificarse, con disimulo y sin publicidad, entre bastidores – para encarar y atajar este lacerante asunto. Pero la omisión del deber de amparo y respeto hacia los perjudicados salpica más allá de los claustros y las abadías, facilitando con ello que los agravios se multiplicaran por el mero disimulo o inacción. Quizás la cinta resulte demasiado prolija y envarada, con unos diálogos redundantes y repetitivos, pero su excelente factura y su mirada clemente la convierten en un documento imprescindible para comprender que nunca es fácil encontrar soluciones sencillas a problemas complejos.

Necesaria y desasosegante.
antonalva
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8
4 de mayo de 2019
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Occidente cada vez nos cuesta más tener hijos – y no me refiero al factor crematístico, sino a la creciente dificultad de ciertas parejas por quedarse embarazadas y concluir con éxito la gestación. Es como si la bonanza económica hiciera aflorar la infertilidad de forma dramática. Seguramente esto ya ha sido estudiado por las mentes preclaras y los ‘expertos’ (colegiados o no) del ramo y se haya llegado a las conclusiones pertinentes. Los embarazos no deseados se multiplican al tiempo que las personas con voluntad de formar una familia y tener prole se tuviera que enfrentar a un sinnúmero de escollos, ya sean éstos biológicos o sociales. Por ello resulta del todo pertinente la aparición de esta atípica cinta gala que se detiene en el lento, meticuloso y paciente proceso de adopción en una provincia francesa, que se centra tanto en las personas que forman parte de la red estatal de adopciones como en los individuos o parejas que quieren adoptar.

Estamos ante una película de ficción. Sin embargo, el mimo y prolijidad invertido en todo el proceso – desde que una joven veinteañera va a un hospital para dar a luz un hijo no deseado que quiere dejar en adopción, hasta la escrupulosa y meditada labor de los servicios sociales acompañando a la madre durante esas primeras horas, así como durante el colegiado esfuerzo por encontrar una familia (ya sea monoparental o matrimonio) donde acoger al recién nacido – convierten esta cinta casi en un documental. Y el punto de vista que se siga durante todo el desarrollo es fundamental para culminar con éxito la tarea. Queda claro que el interés básico es no atropellar los derechos de nadie y ser justos con el sinfín de solicitudes que hay pendientes; todo esto sin perder de vista que el principal objetivo es dar con el entorno ideal donde el vástago pueda encontrar el amor, acogida y cuidado al que todos tenemos, en principio, derecho.

Quizás tanta delicadeza y esmero delaten – para bien – el amoroso e insobornable punto de vista femenino de su directora y guionista, Jeanne Herry. Se toma muy en serio el precepto que enuncian varios de los trabajadores sociales en algunos momentos importantes de la trama: ‘estamos aquí para acompañar, no para juzgar’. Y cuando esto es no sólo un axioma teórico, sino que se abraza como una certeza absoluta, entonces podemos esperar que el resultado será el mejor de los posibles, aun cuando nunca tengamos asegurado nuestro futuro ni el futuro de nadie. Podrán existir errores y fallos, pero ninguno será fruto de la mala fe o de la imprudencia. Si nos impulsa el amor al prójimo y el bienestar de nuestros semejantes, entonces tendremos éxito.
antonalva
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6
28 de abril de 2019
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos dudan de que el aragonés Luis Buñuel (1900-1983) es uno de los grandes genios del cine. Sin embargo, dada su atípica trayectoria cinematográfica, desarrollada en tres países diferentes – Francia, España y México – pocos caen en la cuenta de que se trata de uno de los exponentes más inclasificables y heterogéneos de lo que algunas veces ha venido en llamarse Edad de Plata de la cultura española o la vertiente cinéfila y universal de la Generación del 27. Pero como dijo su coetáneo Max Aub (1903-1972), otro singular y ecléctico ejemplo de la diáspora cultural española: “uno es de dónde cursa el bachillerato”. Resulta evidente que la aparente contradicción entre su innegable realismo y sus inmoderados toques surrealistas son una aportación única en su género, de raíz netamente española. Pero se nos olvida, porque somos desagradecidos con todos aquellos que encuentran la fama más allá de las fronteras nacionales.

No sé si la presente obra le hace justicia a la personalidad ‘histórica’ de Luis Buñuel. Pero en cualquier caso abre una muy interesante reflexión sobre lo que es – o puede llegar a ser – un documental, tanto en su planteamiento como en su realización. Al igual que siembra serias dudas sobre la verdad (o veracidad) de unas imágenes que, no por ciertas o posibles, fueron manipuladas a conciencia por su director con el fin de causar un mayor impacto para provocar la necesaria intervención política y social para remediar el atraso en que vivía sumida una región española a comienzo de los años treinta del siglo XX. La falta de empatía y compasión hacia las personas y hacia los animales hoy nos puede parecer incomprensible e inadmisible, pero debe verse con los ojos de entonces para no sacar conclusiones erradas ni perder de vista que lo que Buñuel trataba de crear con “Las Hurdes. Tierra sin pan” (1933) era un panfleto de denuncia. Y como tal, permanece como uno de los iconos de referencia del séptimo arte.

Nos encontramos con un ejemplar cine de animación dirigido a un público adulto e ilustrado, capaz de entrever, más allá de las impactantes imágenes, el objetivo perseguido: ayudar a que unas personas, ciudadanos españoles, dejaran atrás el siglo XIX y pudieran beneficiarse de las mejoras en la sanidad, educación y cultura de las que gozaban sus demás compatriotas de otras latitudes. Sin embargo, el cine nos repite y devuelve, una y otra vez, las imágenes rodadas entonces – no sin artimañas ni desafueros – convirtiendo en leyenda inalterable lo mismo que se denuncia.

Sin ser una gran obra, lo mejor es la reflexión que provee: ¿Hasta dónde podemos o debemos llegar cuando denunciamos una injusticia?
antonalva
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