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Una partida de campo

Romance. Drama Una familia pasa un domingo a orillas del Sena. Mientras los hombres duermen la siesta, unos jóvenes remeros invitan a la madre y a la hija a dar un paseo en barca; un paseo que se convertirá en algo más que una inocente excursión fluvial. Mediometraje de 40 minutos basado en un relato de Guy de Maupassant, en el que Renoir hace un homenaje a su padre, el pintor impresionista Pierre Auguste Renoir. Sus cuadros son mostrados en el film ... [+]
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
19 de febrero de 2006
133 de 143 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco divulgada y frecuentemente infravalorada por considerarla un proyecto inconcluso, Una partida de campo es, para mí, una de las mejores, si no la mejor, obra de su autor y una de las más hermosas y tristemente poéticas de la historia.
Tal vez se trata de la película impresionista por antonomasia, no tanto por las localizaciones y encuadres, que remiten de manera muy directa a los cuadros de Renoir padre, como por conseguir atrapar el gran sueño de los impresionistas: la captación de la fugacidad del tiempo, o de la vida.
Al verla nos instalamos en un idílico presente, cargado de latente sensualidad, que cristaliza en un pasaje sublime de pasión arrebatadora; pero si Kubrick con un hueso trazó la elipsis más larga del cine, Renoir con la lluvia nos trae la más desoladora, y de pronto comprendemos que todo queda, irrecuperablemente, atrás. Pero con Una partida de campo se nos ha dado la gracia de contemplar, de vivir el instante y, como en Dublineses, como en Los puentes de Madison, sentimos que un instante puede valer por toda una vida.
Quim Casals
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21 de diciembre de 2008
60 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Lo habitual es que el cine que parte de un original literario lo desaproveche o se aparte de su sentido. En cualquier caso, que decepcione. Esta excepcional película de Renoir, basada en el relato “Una salida al campo”, de Maupassant, no sólo apura cumplidamente su valioso contenido sino que lo potencia con formidable visión cinematográfica; lo ensancha, ahonda e ilumina.
El relato es puro naturalismo, un texto sensorial, pegado al suelo, sin derivar jamás a lo especulativo. Está tejido con percepciones, deseo y palpitación.
Renoir, vitalizando cada plano, multiplica de tal forma la energía de ese microcosmos del cuento de Maupassant (el merendero campestre a la orilla del río, la excursión de la familia de comerciantes, los remeros seductores) que, aun siendo considerable la capacidad de sugerencia de sus páginas, parece un esquemático y pálido croquis junto al despliegue panteísta y sinfónico de las imágenes.

2) Entre los excursionistas las mujeres, madre e hija, son alegres, vitales; los hombres, el ferretero y su empleado y aspirante a yerno, son atontados, tarugos, groseros. En varios pasajes se comportan como el Gordo y el Flaco.
Comen y beben. Los hombres, beodos, duermen la siesta, tosen e hipan. Las mujeres no. Los remeros, con sus prendas a rayas, ponen en marcha un cortejo técnico. Una de las fugaces parejas, danzarina y riente, es simbolizada por la imitación faunesca, con pagano pífano. La otra, melancólica y tímida, por el extasiante trino del ruiseñor.
El carácter pequeñoburgués de los excursionistas queda escarnecido; la alegría de jugar y vivir, cantada; y la existencia esclavizada por las convenciones sociales, lamentada a fondo en la doliente mirada de la joven Henriette.

3) El sentido visual de Renoir exalta con plasticidad el campo, la juventud, la alegría, el río, el deseo, el amor y el erotismo, el descanso, el oxígeno, el remo y la risa… árboles, bosque, cielo, praderas, galanteo, baile, columpio y goce, todo descrito con luz desbordante, llena de cabrilleos, reflejos, contrastes, una gran profundidad de campo rematada en nubes brillantes, un paisaje de viento en los árboles y lluvia en la superficie del río, todo ello exhalando por las costuras de los fotogramas vida imperecedera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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17 de marzo de 2007
59 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta vieja película en blanco y negro, de apenas 40 minutos de duración, es considerada una joya del arte cinematográfico y con razón. Porque trata de una cuestión muy humana: la de que la mayoría no vivimos nuestra vida tal como nos piden nuestros instintos y profundo ser, sino que se la entregamos a las personas próximas que nos influencian y encuadran en sus convencionalismos y proyectos sin substancia; el resultado es que luego nos pasamos los años rememorando lo maravilloso que fuimos las pocas veces que actuamos valientemente, arriesgadamente y saliéndonos de los caminos trazados, y lamentándonos por no haber vivido conforme a lo que nos pedía nuestra propia sangre y hondos sentimientos.

Ir sólo a lo seguro, cuando la vida es por definición INSEGURIDAD CONTINUA, es desperdiciarla en gran medida, pues como más o menos dice una verdadera sentencia de los escritos fundamentales del cristianismo "el que pone su vida al seguro la pierde y el que la pierde por arriesgarse a vivirla según le dicta su ser interno, la pone al seguro".

Tremendo error, cobardía, que se paga carísimo y no tiene vuelta de hoja. Este es el mensaje de Jean Renoir en UNA PARTIDA DE CAMPO. Sylvia Bataille llena la pantalla y la historia campestre con su belleza, dulzura, físico primaveral y encanto femenino de juventud, toda una delicia que se frustará en brazos de un tipo mediocre y convencional en lugar de entregarse y ser disfrutada por la llamada pasional del existir a pecho abierto.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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19 de marzo de 2007
37 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film realizado por Jean Renoir en el verano de 1936, que dejó inacabado y no volvió a retomar. Se basa en el relato breve "Une partie de campagne" (1881), de Guy de Maupassant. Se rodó en Bords du Liong y Marlotte (Seine-et-Marne, Francia). Producido por Pierre Braunberger, se estrenó el 6-V-1946 (Paris), tras la finalización de la IIGM.

La acción tiene lugar en las orillas del Sena, a lo largo de las horas previas al almuerzo, un día de agosto de 1860. El quincallero parisino Cyprien Dufour (André Gabriello), con el coche (carro ligero con toldo) de su vecino lechero, sale de Paris con la familia para gozar de un día de campo. Le acompañan su mujer Juliette (Jane Marken), su hija Henriette (Sylvia Bataille), su ayudante y novio de la hija, Anatole (Paul Temps) y la abuela (Gabrielle Fontan).

La película, de 39 minutos, es un mediometraje que mezcla comedia, drama, sátira y humor. El relato es un cuento tierno, malancólico, irónico y conmovedor, ralizado con una sencillez y simplicidad cautivadoras y con una delicadeza insuperable. Hace uso frecuente de la sugerencia y la insinuación como medio narrativo, al que dota de lirismo, poesía y encanto. Las contraposiciones sirven para resaltar la fuerza de los opuestos: el campo y la ciudad, los hombres dedicados a la pesca y las mujeres distraídas con sus temas, la naturaleza limpia y una fábrica contaminante, la belleza natural del lugar y el destino de una breve aventura sentimental. Evoca la sensualidad de la naturaleza, la excitación de los sentidos y del deseo que producen la luz cálida del verano, la brisa del río, el trino del jilguero, la paz y la libertad que traspiran la flora y la fauna silvestres. Se hace uso de algunos símbolos, subrayados por el diálogo, en relaciones como la pesca y la seducción, la brisa y la pasión, etc. Critica la mediocridad de los pequeños burgueses, la contaminación (los pescados del río saben a petróleo) y otros extremos. Añade escenas burlescas (torpezas de Anatol y Cyprien), personajes excéntricos (matrimonio Dufour) y parodias de actores conocidos (Laurel y Hardy por Cyprien y Anatol). Exalta la naturaleza, los idilios fulgurantes, la revelación del deseo carnal, la inocencia del juego amoroso (Rudolph como sátiro), en un conjunto que canta el amor a la vida. Varias escenas recuerdan pinturas de Pierre-August Renoir: "El desayuno de los baqueros" (1881), "El columpio" (1876) y "La Grenouillère" (1869). Georges Bataille y Henri Cartier-Bresson hacen un cameo como seminaristas.

La música, del húngaro Joseph Kosma, añadida en 1946, desgrana una partitura intensa, descriptiva de emociones, romántica y melancólica. La fotografía, inspirada en la pintura del padre del realizador, culmina en un juego de planos que sugieren el paso del tiempo y la frustración de un mundo convencional sin ilusión. Entre los ayudantes de realización está acreditado Luchino Visconti.
Miquel
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7 de marzo de 2010
25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una enorme capacidad de síntesis en este mediometraje (también lo hay, para ser justos, en el relato adaptado). En poco menos de 40 minutos aparecen hombres abotagados (como unos Laurel & Hardy parisienses), esposas, hijas y aprendices... Un muestreo de pequeña burguesía mercachifle asediada en sus convencionalismos por la sensualidad y libertinaje de unos jóvenes canotiers. La savia de los cuerpos y de las plantas se mezcla entre tormentas imprevistas (para el propio director, que se le puso a llover en mitad del rodaje) con ventoleras de juncos, ramas y briznas de agua.

Me resulta muy ajustada la adaptación en comparación con el relato (toda vez salvamos el detalle de la seducción alevosa que propone Renoir). Los elementos cómicos del film no creo que tengan más valor que una interpretación en clave bufonesca del relato que consigan –llevándose al terreno de la caricatura el realismo de la prosa– ofrecer un atajo visual que consiga el mismo resultado que consigue Maupassant.

Los planos, echándose encima de los cuerpos (el columpio, el beso, la barca con dos extremidades remadas en sus toletes…), perfilan este naturalismo poético como un impresionismo fugaz de clima, insectos y cielo apuntillado. La comedia de la naturaleza del amor en fuga: los cuerpos y el sudor, el antebrazo elástico y la renuncia que lleva implícita... Y luego el sueño, la nostalgia hablando a los recuerdos en condicional (¿qué habría pasado si...?).

Un enorme hormiguero de hombres de domingo. Un microcosmos de poesía bucólica donde las afinidades y elecciones se mezclan inestables en formulaciones de vegetación animalizada. A medias sensual se viene el mundo; a medias contrato. A medias melancolía romántica. Jean Renoir consigue condensar el pálpito de existencia que nos trae a veces la tierra húmeda a las narices. Y lo hace con la precisión del entomólogo pero sin ansias de disección cientifista o recadera, sino en lírica concisa. Faltaron algunos acabados que fueron abortados, creo, porque Renoir andaba enfrascado en otro proyecto, pero permanece la esencia, abundando la brevedad del metraje en esa sensación de fugacidad en la retina.

Una película sobre los árboles en la bancada del río, la lluvia y los corazones humanos preparándose para los compromisos contradictorios y las pulsiones de la sangre. Como un tallo que el viento mece nos tocamos en esta 'Partie de campagne'. Sin distinguir a veces muy bien qué tendrán los domingos para ser tan diferentes de los lunes. Qué tendrán las afinidades para ser a veces tan distintas de las elecciones.
Bloomsday
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