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El bailarín y el trabajador

Comedia Una joven de buena posición social mantiene relaciones con un muchacho que acaba de ganar un concurso de valses. Para convertir a éste en un hombre con porvenir, el padre de la joven le emplea en una fábrica. (FILMAFFINITY)
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
21 de mayo de 2015
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El bailarín y el trabajador es una curiosa película que atesora algunos números musicales considerados por los cinéfilos como excelentes. Entre ellos destaca el de las "Galletas Romagosa", en el que intervienen un coro de trabajadoras y otro de niños pidiendo galletas a su mamá. Además, tiene una canción dedicada al trabajo interpretada por la protagonista.
Esto es lo que puso la prensa al día siguiente del estreno: "Aunque el maestro Alonso ha ido en este film como puro colaborador de la obra común, su musa no ha podido resistir la tentación de destacarse. Y una marcha y un "blues" de línea y factura modernísima acreditan la vena de su progenitor. Ayer empezaron a hacerse populares".

Estamos ante una de las mejores películas del cine de la república.

La vida trabajando es dulce y es sabrosa... (Roberto Rey)

No tengo novio yo, ni joyas ni parné, con las galletas Romagosa me contentaré... (Antoñita Colomé)

El bailarín y el trabajador fue la segunda película de Luis Marquina -hijo del dramaturgo Eduardo Marquina-, adaptación de una comedia de Jacinto Benavente

Es un musical a la moda del momento, pero muy español en su repertorio y maneras, que glosa las aventuras y desventuras de un golfo que se redime y encuentra sentido al trabajo y a su ética por el amor de una mujer... aunque no sabremos por donde va hasta el final. Es también de lo más parecido que tenemos a la Metrópolis de Fritz Lang, por las escenas de trabajo en cadena.. aunque a lo castizo.

Los números musicales son muy divertidos. El reparto incluyó hasta a ocho estrellas del momento, como decía la propaganda de la película, concretamente a Roberto Rey, recién apeado de La verbena de la Paloma; Ana María Custodio, Antoñita Colomé, José Isbert, Antonio Riquelme, Irene Caba Alba, Mariano Ozores y Enrique Guitart.

Esta película es de obligado visionado para todos los amantes del cine.
LSM
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9 de noviembre de 2015
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que ver esta joya de casi ochenta años.
Un musical castizo, como zarzuela , con números espléndidos, llenos de chispa. El maestro Alonso se luce. El argumento es de un Nobel, Benavente.
Todo tiene una cierta coña, una crítica social magnífica.
Cierto es que todo es ingenuo, pero viva la ingenuidad.
Y el gusto de ver a Pepe Isbert, que ya entonces era viejo.
yoparam
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29 de julio de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más cedo al placer de comentar algunos de los trabajos de mi abuelo. En este caso abordo una película rodada en 1935 y estrenada en 1936, poco antes de que comenzara la Guerra Civil española, que significó un cambio radical en la carrera de mi yeye por lo que explicaré más tarde.
El argumento de El bailarín y el trabajador cede a dos tendencias del momento: un cine comercial de clara inspiración norteamericana, en el que las secuencias musicales con baile y canciones son el neto reflejo de la filmografía de su época pero con muchos millones menos, y ciertos matices en los diálogos que anticipan la crisis moral que acabaría en una guerra muy cruenta. Esa crisis moral venía oponiendo dos bloques de una sociedad más que dividida; había gente con estudios y una posición social relevante y confortable, y una inmensa mayoría proletaria también dividida en dos clases: los obreros y los trabajadores del campo, que representaban la mayor parte de los habitantes. No deberíamos olvidar que en 1936 el veinticinco por ciento de los españoles eran analfabetos.
En algunos diálogos Luis Marquina, el realizador y co guionista, cede a la tentación de moralizar las relaciones entre obreros y ejecutivos de una gran empresa. Una de sus observaciones retuvo toda mi atención. Marquina pone en labios de un obrero que la sociedad ha cambiado y que los proletarios aspiran a un mejor acceso a la cultura, puesto que su nivel social ha mejorado.
Al margen de estas aportaciones anecdóticas, el libreto es bastante fiel a la obra del genial don Jacinto Benavente, nuestro ilustre Premio Nobel, cuyas gafas de montura de oro me honro en poseer, heredadas de mi abuelo y posteriormente regalo de mi hermano Tony.
En el fondo hablamos de una historia de amor que podríamos calificar de algo ingenua para nuestros tiempos, y que el cine convirtió en un pretexto al servicio de la música y de un espectáculo que hacía soñar a las masas. Se les ofrecía un mundo ideal de belleza y de elegancia, de alegría y de saciedad, con alguna puya marcada a esa juventud dorada que se aprovechaba de una situación heredada y que se muestra vergonzosa.
El único rico simpático en la comedia es mi abuelo, lo que no me extraña. Porque aunque le hubieran dado un papel de malo malísimo o de un ladrón asaltador de bancos, papel que asumiría más tarde en Los Dinamiteros, hubiera bastado con una de sus miradas cargadas de humanidad o de una de sus sonrisas para que mi yeye apareciera como un malo encantador y entrañable con el que el espectador simpatiza.
Lo que más me gustó de la cinta fue la iluminación. También en esta ocasión, los equipos técnicos que no figuran en los títulos de crédito dan una densidad y calidad impagables y a menudo mal reconocidas. Siempre admiré a esas desconocidas manos sin las que el cine otras no habría dejado tal huella en nuestra historia del arte.
El elenco es de buena factura, cabiendo destacar el trabajo admirable de Roberto Rey, simpático bailarín y más simpático todavía obrero, que progresa por su trabajo y su talento en el escalafón de la sociedad de entonces. El ser novio de la hija del dueño algo ayudará a progresar en una empresa, lo que después de la guerra se llamará el braguetazo.
Antonio Riquelme está extraordinario, lleno de humanidad, de corazón y de alegría. De Mariano Ozores todo lo bueno se puede decir, pues es tal su estirpe que arrasa y nos divierte con esa genética de puro arte que tanto admiró mi familia.
Hablemos de mi abuelito ahora. ¡Me encanta verle actuar de joven! No era un galán primerizo, y cuando se rodó la película era ya un talludito papá de tres hijas y de un hijo todos ya destetados. En esta cinta su interpretación es irreprochable, dando vida a un industrial cuyo amor por su única hija le lleva a “maquinar” (del francés machiner y del latín machinari), diríamos mejor a urdir un inteligente plan para que el pretendiente aparezca tal cual es, y que demuestre si es capaz de convertirse en un trabajador puntual en lugar de un bailarín mundano y holgazán, parásito de la sociedad de entonces.
Prometí que contaría algún detalle de la vida de mi abuelo durante la guerra, y cumpliré lo anunciado con gusto. Durante la mayor parte de la Guerra Civil mis abuelos y su prole residieron en Tarazona de la Mancha, provincia de Albacete, que estaba en zona roja. A pesar de ser terratenientes, miembros de una conocida familia burguesa de ingenieros y de industriales y de ser fervientes católicos sin esconderse, en Tarazona de la Mancha jamás les molestó nadie sino todo lo contrario.
El cariño y el lazo indefectible entre los tarazonichos y mis abuelos, que venía de lejos, no se desmintió ni en los episodios más cruentos de la contienda. Mi madre, que hablaba varios idiomas, sirvió como intérprete en el vecino pueblo de Madrigueras, en el que estaban acuarteladas las Brigadas Internacionales. También, con sus hermanas, cosían prendas y material sanitario para los heridos y desamparados.
Todavía iré más lejos: durante los dos últimos años de la refriega, mi abuelo y mi madre actuaron en el frente representando al gran Arniches, a Casona o a Muñoz Seca. Al acabar la contienda se encontraron con una maleta llena de dinero que no servía para nada pues había ganado el otro bando.
Quizás ahora se comprenda mejor por qué mis abuelos, y mi madre, pidieron ser enterrados para su sueño eterno en el cementerio de Tarazona, junto a aquellos con los que fueron felices y convivieron.
josesisbert
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10 de noviembre de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de la labor divulgativa y encomiable que lleva a cabo, la 2ª cadena de TVE, con su estimable programa “Historia de nuestro cine”, nos brinda una película desconocida por los jóvenes aficionados al cine, rodada durante la época de la 2ª República, poco antes de que estallara la Guerra Civil. Una comedia musical y romántica, que me parece todo un feliz descubrimiento. Luis Marquina, director y guionista que adapta una obra teatral de Don Jacinto Benavente, con la música del maestro Alonso, que destila bajo un clima distendido, una exaltación del proletariado y una clara alusión a la lucha de clases.

El chileno actor y cantante Roberto Rey, encarna a un ocioso galán y bailarín enamorado de la altanera y caprichosa hija (Ana María Custodio) de un millonario fabricante de galletas, que pondrá a prueba a los jóvenes enamorados, cuando conoce a una bella empleada de la fábrica (Antoñita Colomé). Es un delicioso Intento de emular los lujosos films de la Metro con unos decorados fastuosos y una original y fresca coreografía. Una película que nos revela vagamente la fábula moral de la cigarra y la hormiga, la ociosidad y el trabajo.

Pero por encima de todo destacaría la presencia de un Pepe Isbert que ya despuntaba como actor de comedia, encarna a un hombre emprendedor (Don Carmelo), pero muy alejado de los papeles memorables de entrañable anciano, que asumiría en los años posteriores y que están en la memoria de todos. Una película simpática, guasona y divertida, testimonio fiel de aquella época en que el pueblo llano disfrutaba soñando con el lujo inalcanzable que recreaba la magia del cine.
Antonio Morales
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10 de noviembre de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Deliciosa y deslumbrante puesta en escena la de esta película, curiosísima cinta datada en un año de terribles presagios. Parece increíble que el cine hispano de la época pudiese emular con tanta gracia, desparpajo y tratando de "tú a tú" a cualquier película de Fred Astaire. Parece que en cualquier plano va a aparecer Groucho mojando una galleta en su café, Chicco al piano de la orquesta o Harpo con su arpa a cuestas persiguiendo a esas despampanantes trabajadoras en la factoría de las Galletas Romagosa.
Resulta estremecedor contemplar a unos actores (principales, genial Pepe Isbert, y secundarios, como Mariano Ozores, padre de los Ozores, o simples extras) que en breve les tocaría vivir una tragedia sin precedentes y cambiaría sus vidas -o la perderían a manos de unos o de otros- sin que ellos fueran conscientes en esos planos llenos de vida y humor. ¿Qué hubiera sido del cine español si no se hubiese desencadenado aquel cruel conflicto?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Goiano
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