Netflix ha amparado una cinta que recupera el legado de "Texas Chainsaw Massacre" convirtiéndolo en una fórmula dirigida, me atrevería a decir que en exclusiva, hacia sus suscriptores potenciales. Un terror de consumo rápido y de olvido instantáneo que se apropia (sin comprenderlo) del peso que posee la saga en la (contra)cultura popular. Plantea una idiotez como punto de partida (desaprovechando además el interesante concepto de "pueblo fantasma"), con ninguna valentía a la hora de recorrer los lugares comunes del slasher. Ofende su postureo algo pestilente hacia la corrección actual (y que hereda, incluso con el fallido e infantil comeback de la heroína original, del "Halloween" 2018), además de su gore pretencioso. ¿Ansiaba incomodar? Quizá sólo lo consiga con el fan de Stranger Things. Es una película que se cae en aquello que debería haber evitado: intentos de impacto que se quedan en ingenuos y hasta infantiles (ese autobús...), un Leatherface insignificante y convertido en un mono de feria, además de una ejecución estética y conceptual con nula personalidad. Ojalá que a partir de esta "Texas Chainsaw Massacre" se tenga algo más en cuenta las tan denostadas como apreciables perspectivas, hacia la obra original, de Burr, Nispel o Liebesman dentro de la saga, e incluso fuera de ella a Collet Serra con su "House of Wax".

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Ari Aster propone una nueva arquitectura de los códigos del terror, con conceptos que no están muy lejos de su previa Hereditary: el dolor, la depresión y la decadencia de un personaje clave imbuido en una historia de horror que va más allá de la catarsis. Un terreno tan exuberante para el aficionado como el culto ancestral pasado con terribles consecuencias en el presente, a modo de paganismo nórdico dentro de un cosmos tan a priori inofensivo que se torna espeluznante: la luz o el campo abierto, que se revierten como herramientas para crear un horror sensorial, asfixiante y penetrante. Midsommar escupe a fuego, en un final para el recuerdo, una malsana e histórica sensación de incómoda transgresión hacia los propios tropos del género.

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Interesante euro-thriller, mal etiquetado en algunas referencias como "giallo sobrenatural", que se deja llevar por sus tics hacia el horror foráneo (co-producción hispano-italiana-mexicana), creando una pieza tan bizarra como ingenuamente sensorial. Historia de un playboy trasnochado (Jorge Rivero) que comprueba cómo sus alucinaciones acaban por ser ciertas al aparecer muertas las personas objeto de sus delirios. Alienada en su desarrollo, pero creando una especie de cosmos surrealista y naif, su anarquía interna conjuga un sinsentido de inesperado interés, amparado por el empeño del director Mario Siciliano por la imaginería visual con la que envuelve su historia. "Mal de Ojo" en España, "Más allá del exorcismo" en México, "Malocchio" y "Eroticofollia" en Italia, en su reparto rostros tan familiares como los de Anthony Steffen, Richard Conte, Eduardo Fajardo, Lone Fleming, Terele Pávez o Álvaro de Luna.

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Una pareja de lesbianas se van una zona remota rural con el fin de pasar unos días de descanso, situación que se interrumpirá de forma abrupta cuando un giro brutal de los acontecimientos (que aunque se revele rápidamente, lo recomendable es que el lector lo descubra por sí mismo y no en estas líneas), hará que lejanos ecos del pasado aparezcan de nuevo en el presente. Cayendo paulatinamente en los tropos comunes del thriller survival, lo que servirá de enormes síntomas de déjà vu al espectador más avezado en estos terrenos, What Keeps You Alive juego en base a los twist de su guión y al énfasis dramático de su pareja protagonista, sin que el resultado global acabe beneficiándose de ello. Por contra, sus acercamientos a la iconografía del terror, a los que la película alude no tanto como se pudiera creer, sí se plantean con mucho interés e ingenio escénico.

La película busca consistencia argumental en base a las continuas alusiones al pasado y sus consecuentes giros argumentales, de manera vacua e ineficiente, pero reforzando su estética en una especie de andamiaje visual apoyado en las frondosas localizaciones, en donde se enfatizan los arraigos psicológicos de sus personajes, amén de alguna escena de violencia digna de disfrute; tradición artística esta, por otra parte, muy deudora del radical cine de la década de los 70 del que el director Colin Minihan parece influenciarse. Aún así, sus síntomas de repetición, ya no solo con la corriente por la que circula sino también a los relativos al avance de su historia, dejan muy de lado la intencionada conmoción para/con el público.

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El inclasificable Panos Cosmatos cierra su díptico “1983”, iniciado por aquella anarquía pirotécnica llamada Beyond The Black Rainbow (2010). Mandy, de similar idilio visual, relata una historia de venganza perpetrada por un guardia forestal (Nicolas Cage, elevando hasta el extremo el cariz desmesurado que ha alcanzado recientemente en la cultura popular), quien lleva una vida bucólica junto a su mujer hasta que esta cae en las garras de un culto hippie satánico. Cosmatos rueda un torreón cromático a modo de viaje de LSD donde la violencia, la psicodelia y un fino sarcasmo juegan a favor de un universo propio narrado hacia el reverso más radical de lo sensorial, creando una película única en su especie. Armoniosa en sus pretensiones, impactante en su resolutivo atrevimiento escénico, Mandy perfecciona las arriesgadas intenciones de su creador, donde un esquema argumental, tropo común del género, alcanza una imaginería aplastante y es expuesto en pantalla con unas maneras magistrales en el dominio de la narrativa abstracta.

Sus evidentes influencias, ensambladas con honestidad y apoyándose en una naturaleza audiovisual inédita, van desde lo puramente musical (ojo a los créditos iniciales y al tema escogido para darle sonoridad), pasando por la mirada irónica a las propias aristas del género vista en cintas como La Matanza de Texas 2 (1986) e incluso reforzándose en unas impresionantes alusiones contraculturales como las relativas a su clara conexión con Charles Manson y su Familia, subrayando la condición de experimental multiverso referencial. Oscura, retorcida, trágica y profundamente sentimental, Mandy es una reivindicación del aspecto subversivo del grindhouse a modo de discurso postmodernista, donde fondo y forma se unen para ejecutar un relato repleto de autoría. Además, Nicolas Cage, increíble, ha sabido captar tanto las excesivas vicisitudes de su personaje como el conmovedor y cromático fatalismo en el que este se ve sumido.

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