La película pretende hacerte entrar en primera persona en un universo brutal; conmigo, no lo logró. Siento que ante la cámara, lo que aparece es un mundo en el que todos los placeres (salvo la maternidad) aparecen como pecados, o conducen a una muerte horrible. Y que el ideal -aunque perdido, irrecuperable- de tranquilidad, es el de la familia. No lo comparto. Tampoco comparto la exaltación por la maternidad, la visión de la mujer como origen misterioso de la vida, y la idea de la madre como lo más bello en esta tierra. Lo que aparece como peligroso, dañino, excesivo, es... la noche, los bares, la homosexualidad, el sexo, las drogas y la pobreza. Lo cual, forma parte de un imaginario conservador completamente estandarizado en nuestra sociedad, nada transgresor.

Además de eso (y de la lentitud de sentir que nunca terminaba), la falta de distancia propuesta por la cámara, lejos de introducirme, me distanció. Considero que la representación de la violencia funciona muchísimo mejor desde la distancia; me molestan los directores que quieren dirigir mi mirada.

Lo trágico y lo previsible, son conceptos que funcionan juntos. Entrar en un camino cuyo destino es fatal, habitar ese camino es lo trágico (habitar la vida también lo es).

Creo que talvez, el punto débil de esta excelente película, está en el tratamiento que recibe lo previsible en el guión. Uno recibe la narración -sobre todo la parte final de la película, el desenlace- como algo que cierra demasiado bien, una historia demasiado redonda, y además, excesivamente intensa.

Pienso que eso sucede -no por un exceso- sino por una falta de previsibilidad, y que si el guión hubiera profundizado más, o talvez -si se quiere- explicitado, en la intencionalidad de narrar una historia cuyo final es evidente, o si hubiera tomado una mayor distancia -más trágica, menos melodramática-, toda la narración hubieran cobrado una fuerza mayor, hubiese sido una película para mí realmente extraordinaria.