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España España · Mexico
Críticas de Alfie
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Críticas 256
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
19 de junio de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El prolífico y pionero hollywoodiense Alfred E. Green dirige este noir extraño, cuanto menos, que mezcla decentemente los campanilleos de la Navidad anglosajona con las intrigas que siempre rodean a las compañías de seguros y a la aplicación de las cláusulas de indemnización en sus enrevesadas e infinitas pólizas. Con un guion escrito por Jerome Odlum (I Was Framed, de D. Ross Lederman, 1942 o Each Dawn I Die, de William Keighley, 1939), prestigioso autor de intrigas criminales y policiacas, y en el que también colabora el protagonista, Dennis O'Keefe, Cover Up se aleja de las oscuridades y miserias que rodean al cine negro americano en su versión estándar para abrazar con entusiasmo el cándido espíritu navideño en el que se desenvuelve temporalmente la historia. No hay asesinatos (al menos durante el metraje de la historia), no hay femme fatale, no hay comportamientos siniestros de personajes abyectos y miserables, no hay corrupción moral ni material, no hay disyuntivas éticas; por no haber, no hay ni un disparo. Pero hay intriga. Y pistolas; concretamente una Luger alemana. Y también, y eso es de agradecer, una increíble Barbara Britton, glamurosa y brillante como casi muy pocas veces en su carrera.

La historia se sitúa en Junction City, Illinois, un pueblo del midwestern americano, cercano a Chicago, al que llega a investigar lo que parece ser un suicidio Sam Donovan (Dennis O'Keefe), un agente de seguros con olfato de sabueso y que, sin duda alguna, pasó sus tiempos pasados alternando turnos en la división de homicidios de algún departamento de policía con sesiones de Jameson en la barra de cualquier tugurio del underground urbano. Allí, o mejor dicho mucho antes, concretamente en el tren que le dirige a la pequeña ciudad de provincias, conoce a Anita Weatherby (Barbara Britton), quien estará finalmente, junto con su distinguida familia, involucrada en el caso que Sam va a dilucidar. De aquí saldrá una historia de amor, con una fantástica escena de beso incluida, que, aunado al espíritu navideño que rodea a la historia, endulzará lo que podía haber sido una historia negra, negrísima, en donde la vida tranquila y sosegada de una pequeña ciudad americana se ve sacudida por la presencia de personajes que despiertan dudas cabales en cuanto a su reputación y comportamientos. Terminarán de articular el relato el sosegado e ideoso Sheriff Larry Best (William Bendix) y las apariciones, sorprendentes y magníficas, de Hilda (Doro Merande), la ama de llaves de los Weatherby que, desde el sarcasmo y la ironía, además de ser vehículo fundamental de la trama, añade puras dosis de entretenimiento al espectador.

La química entre O´Keefe y la bellísima Barbara Britton, la ambigüedad, más tarde justificada, con la que los ciudadanos de Junction City enfrentan la situación, la invisibilidad a la que se somete al espectador durante el metraje sobre las verdadera naturaleza del fallecido e investigado, junto, como comentábamos antes, las apariciones de Doro Merande, aderezan una película más del interminable ramillete del noir americano durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, especialmente, y que permitió a decenas y decenas de realizadores acercarse a una sociedad que aun lidiaba con las consecuencias de la posguerra mientras intentaba gestionar, a veces incluso con éxito, ese complejo crisol socio-cultural en el que se convertían todas y cada una de las ciudades americanas, desde Nueva Inglaterra hasta los confines californianos de la costa oeste.
Alfie
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6
3 de abril de 2019
13 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace pocos días el populista e indocumentado presidente de la República de los Estados Unidos Mexicanos, el tal Andrés Manuel López Obrador, en un ejercicio inigualable de analfabetismo histórico y demagogia, solicitó al Jefe de Estado del Reino de España una disculpa oficial por lo que él considera un atropello a los derechos humanos de los indígenas cometidos durante la Conquista y Civilización que España llevó a cabo en Hispanoamérica durante casi trescientos años. En los días posteriores se alzaron multitud de voces autorizadas que, con lógica y merecimiento, atizaban al indocumentado en cuestión azotándolo en algunos casos de tal forma que, ciertamente, causó vergüenza ajena. Historiadores, investigadores, divulgadores, autoridades docentes de reconocido prestigio, hispanistas o incluso algún premio nobel, de todas las nacionalidades y orígenes, pusieron en su sitio al ínclito sujeto demostrándole muy a las claras que la historia oficial a estas alturas ya no se sostiene y que lo que algunos hicieron ver como un proceso infame y fascistoide (un clásico de nuestros días) fue realmente un período ejemplar, en muchos ámbitos, de asimilación de un continente cuasi aislado en la cultura occidental, esa a la que pertenecemos todos y que tiene como base principal la herencia de la Antigua Grecia, el Imperio Romano y el Cristianismo. Casi nada.

A colación de lo anterior, muchos de los argumentos esgrimidos atendían a la necesidad de que, México en particular y el resto de países hispanoamericanos en general, tomen las riendas de sus destinos y obvien de una vez justificar el fracaso de la mayoría de sus estados por un supuesto pasado donde fueron “conquistados”, llevándoles tales hechos a ser lo que son hoy en día. Colosio es una producción que viene a refrendar esta idea y en donde se ponen en la palestra hechos aun no aclarados y que, sin duda, suponen mayor interés para el pueblo mexicano que la supuesta interpretación de lo que siglos atrás sucedió por parte de su dirigente principal. El asesinato del candidato durante la campaña a la presidencia en marzo de 1994, un claro crimen de estado, fue, como en otros tantos casos, cubierto por una capa de mierda institucional que vino a ocultar una muestra más de lo que, acertadamente, se dio a llamar la dictadura perfecta o el régimen establecido por el PRI, Partido Revolucionario Institucional (solo el nombre asusta), y que durante setenta años consecutivos gobernó a sus anchas uno de los países más ricos del mundo. Veinticinco años después de este magnicidio, diversas son las revisiones al asunto que se han llevado a cabo con una conclusión muy nítida y que siempre aflora en este tipo de acontecimientos: no sabemos quién, cuándo y cómo, siendo las interrogantes más abundantes que las certezas.

Sin entrar en el fondo de la investigación y de sus conclusiones, amén de las diferentes teorías o posibilidades que se han planteado, básicamente por ser desconocedor de las mismas, lo que si deja bien claro esta producción de Netflix es que, y esto tampoco nos extraña, en este tipo de asuntos siempre hay que mirar al beneficiado para encontrar respuestas y responsables. El PRI consiguió quitarse de encima un elemento incómodo (Colosio), mantuvo la presidencia de la República seis años más y el presidente en funciones en el momento del suceso, el a veces siniestro Carlos Salinas de Gortari, consiguió salir indemne del envite. Y lo más importante: el pueblo mexicano enterró en su memoria el suceso y sanseacabó, asunto cerrado. Lo demás se mantiene en su misma dinámica: treinta y cinco mil homicidios al año, saqueo y despilfarro de los inmensos recursos naturales del país, abandono y aislamiento de las comunidades indígenas, corrupción institucionalizada a todos los niveles, avasallamiento continuo por parte del vecino gabacho, niveles de desigualdad tercermundistas y el gobierno del crimen organizado, que tiene secuestrado gran parte del territorio mediante las prácticas más canallescas y mafiosas que uno pueda imaginar.

La serie cumple su objetivo, que no es ni más ni menos que remover un asunto olvidado e intentar motivar al espectador en la búsqueda de las certezas que le puedan conducir a alguna conclusión más o menos plausible y que le haga refutar, como siempre, la historia oficial. Bastante destacable la dirección de actores, con un casting muy acertado que nos deja alguna interpretación más que notable y que sin duda hacen del visionado algo bastante ameno y agradable. Seguro que el azteca, con lengua materna náhuatl y de abuelos españoles, López Obrador, solicitará disculpas y aclaraciones al Estado Mexicano por este crimen y aprovechará de paso para pedir perdón a su pueblo por el nivel de degradación al que él y sus acólitos han llevado al Virreinato de la Nueva España. País.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Alfie
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¿Cual es el camino a mi casa?
Documental
Estados Unidos2009
7,1
114
Documental
6
27 de febrero de 2019
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Principios del siglo XIX: comienzan los procesos de independencia de los territorios hispanoamericanos. Los virreinatos se atomizan dando lugar a países soberanos que duran hasta nuestros días. Dos siglos después son suficientes para poder sacar conclusiones del antes y el después. Por ejemplo: el Virreinato de Nueva España, que acaparaba América Central, el Caribe, México y gran parte del oeste y medio oeste de lo que hoy es Estados Unidos, y que se estableció durante casi trescientos años (1535-1821), fue, durante su pertenencia a la Corona Española, el paradigma de progreso económico y desarrollo institucional siendo además ejemplo de fusión cultural y racial nunca antes visto en la historia de la humanidad. Fueron, además, tres siglos de paz y de ausencia práctica de conflictos internos y que sirvieron para hacer de esa parte del mundo y en ese momento de la historia un lugar único donde los niveles de calidad de vida (medidos por los índices habituales relativos a la educación, alimentación, esperanza de vida, condiciones laborales, etc.) eran muy superiores a los europeos, asiáticos o, por supuesto, las pequeñas colonias anglosajonas de la costa este que, a duras penas, lograban salir adelante sin comerse unos a otros. Pero hoy, hoy la historia es muy diferente.

Y de esto va el documental. Al menos, si nos paramos a hacer un análisis más profundo de la crisis migratoria que denuncia esta producción personificada en unos cuantos niños centroamericanos y cuyas desventuras a lo largo del territorio del antiguo virreinato te empujan a la reflexión. Cómo un territorio unificado y pujante en lo económico, social y cultural se ha descompuesto, en el peor de los sentidos, en mil pedazos. Por qué esas colonias anglosajonas pobres, abandonadas y sin futuro se han convertido en el país más poderoso del mundo. Por qué los países surgidos de los procesos de independencia han perdido buena parte de su orden social y poder territorial (México entregó casi la mitad de su territorio a Estados Unidos). Cuál es el motivo de la existencia de una barrera, física y psicológica, de más de tres mil kilómetros, que separa el “primer mundo” del “tercer mundo”. Y por qué este “tercer mundo” se ha convertido en eso, en estados fallidos, corruptos, con datos de violencia y criminalidad inasumibles y donde sus habitantes, los antiguos hijos aventajados y consentidos del Virreinato, se juegan la vida en busca de algo de lo que eran herederos y que unos cuantos se lo han usurpado. Esos mismos que han vendido sus recursos al mejor postor anglosajón, que han entregado mediante actos de felonía sus territorios, sus riquezas, su soberanía. Los libertadores.

Como conocedor profundo de esta parte del mundo, de su historia, de la frontera, de sus conflictos y sus fobias, de sus costumbres, de su organización e idiosincrasia, solo puedo decir (y así lo hago con ellos también) que les han engañado, les han traicionado y les han robado una de las mejores herencias que nadie les pudo dejar. Territorios vastos, recursos inimaginables y un patrimonio con una riqueza sin parangón. Gentes amables y cercanas, nuestra sangre, a los que unos pocos los han llevado a vivir en un lugar donde las instituciones están secuestradas, la autoridad sustraída y el estado de derecho prácticamente desaparecido. Probablemente nadie les explicará a esos niños que, unas cuantas generaciones atrás, no habrían tenido que subirse a un tren y sufrir penurias, accidentes, asaltos, violaciones y un sinfín de actos execrables, para intentar llegar a un sitio que antes era suyo y en busca de algo que antes sí tenían. Porque estoy seguro de que sí así fuera, estos niños peregrinarían a las estatuas, dispersadas a lo largo de toda la Hispanoamérica, de los Hidalgos, Bolívares y Sanmartines a pedirles explicaciones y espetarles sin rubor algunos “pinches vatos, nos prometieron libertad y aquí nos vemos, bien madreados mientras ustedes y sus hijos se están echando una vida bien cabrona”. Historia.
Alfie
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7
7 de junio de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como siempre, el cine negro de serie b no deja de sorprender y entretener, que es lo más importante. Puro ocio, puro negocio. Ritmo, efectividad y certidumbre absoluta de tener delante un producto artesanal y, por momentos, brillante. Uno comienza a ver los títulos de crédito y salvo cuatro detalles poco más puede aventurar. Sí, la dirige William Castle, un jornalero de la cámara, otro judío dedicado a contar historias para más gloria de Hollywood. También aparece Scott Brady, hermano de Lawrence Tierney, ese sociópata de cara de granito y representante por excelencia del esplendor noir. A Scott lo conocemos por ser uno de los actores clásicos de los westerns de bajo presupuesto que se rodaron, por cientos, en las décadas de los 40´s y de los 50´s bajo la batuta de tipos como Allan Dwan, R.G. Springsteen, Hugo Fregonese o Boetticher; sin duda, y junto a Castle, un posible quinteto titular en unas finales del salvaje oeste. Sangre de estudio, ADN de estudio. También, por cierto, aparece en los títulos de crédito un tal Roc Hudson. Sí, sin “k”: segundo largo, primero con su nombre en pantalla, para una estrella del firmamento.

La película, lo comentado. Ritmo y más ritmo. Por momentos recuerda a Union Station (Rudolph Maté, 1950). Todo comienza en la “pequeña ciudad más grande del mundo”, Reno. En este cruce de caminos, masa urbana alimentada mitad a base de tragaperras y mitad a base de oro, aparece Tony Reagan (Scott Brady) de vuelta de sus años de militar en el Pacífico donde seguramente se quedó comisionado unos años después de la SGM. Su idea es clara; ir a Chicago, casarse con la chica que allí debe estar esperándolo, Sally Lee (Dorothy Hart), y regresar al oeste a administrar un pequeño hotel ubicado entre montañas y riachuelos y donde dar rienda suelta a sus anhelos de pescador y cazador a tiempo completo. Pero para Tony, que formó parte en Chicago de los años del Charleston y el alcohol de contrabando, el destino le tiene preparado otro camino. Y es que a su llegada a la ciudad del viento se ve traicionado por un antiguo camarada y por, como no, su prometida. Una doble jugada que acaba con Tony perseguido por la policía en cada uno de los rincones de Chicago y acusado de un asesinato que no ha cometido. En su huida, en su búsqueda de la verdad, se verá ayudado por la guapa Ann McKnight (Peggy Dow), un alma libre que conoció en un casino de Reno y que ve en Tony el hombre al que, por fin y con buenas intenciones, va a poder llevarse al catre.

La historia del chico que vuelve del ejército, de la guerra, y que quiere rehacer su vida fuera de los ambientes de los bajos fondos toma forma en un guion conciso y bastante bravo firmado por Arthur T. Horman, un guionista de los de antes con más de sesenta producciones a sus espaldas. Los escenarios reales en Reno y Chicago, en donde se mueve la historia, añaden veracidad al relato y junto a una brillante fotografía en blanco y negro, encargada de resaltar el clima persecutorio al que se enfrenta el protagonista, completan un producto bastante bueno en su conjunto. Son destacables las escenas persecutorias por el metro de Chicago y en una fábrica en una zona industrial de la gran urbe. O el desenlace, con una muerte en off y un cuadro final memorables. En definitiva, otra muestra más del repertorio b del cine de Castle, hoy en día admirado por su trayectoria posterior en el cine de terror pero que sin duda merece un reconocimiento por sus años y sus películas donde el crimen, la fatalidad y el destino son siempre protagonistas.
Alfie
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7
7 de junio de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chicago Tribune, sábado 12 de abril de 1947. Hedda Hopper, una de “esas” con estrella en Hollywood Boulevard, manda su habitual artículo desde la colina del chisme directo hacia la avenida Michigan. Calentito, recién horneado y servido desde los rincones más polvorientos de la parafernalia hollywoodiense; hush-hush. Frankie, “The Voice”, ha tumbado, probablemente de un crochet de derecha bien enseñado por papá Anthony, a Lee Mortimer, columnista y comentarista. La razón no fue esta vez un lío de faldas, cosa extraña, sino un supuesto comentario desagradable del segundo sobre la pertenencia del cantante a “un grupo minoritario” del que Frankie se aprovechaba en su carrera profesional. Nada nuevo. El incidente terminó en la Corte y con Sinatra pagando costas y algunos verdes más al “bueno” de Lee. Un bueno entrecomillado porque su animadversión a la comunidad italoamericana era clara. Y este es el inicio de todo.

Mortimer, cuya ciudad natal fue Chicago, se especializó en criminología, seguramente alimentado por su experiencia como teniente en el cuerpo de policía durante un par de años (42-43). Allí conocería a lo mejorcito del underworld de la ciudad del viento, sus mecanismos, sus reglas, sus códigos, sus traiciones y su tela de araña que alcanzaba a todo y a todos. Años más tarde, junto a Jack Lait, neoyorquino y también columnista, adquirirían fama por escribir conjuntamente Nueva York Confidential, Chicago Confidential, Washington Confidential, que se convirtió en un éxito de ventas 1951, y U.S.A. Confidential. De los dos primeros se hicieron películas: Chicago Confidential (Sidney Salkow, 1597) y esta que nos ocupa, Nueva York Confidencial (Russell Rouse, 1955). Como pueden ver, al final del día, todos los caminos llevan al Bada Bing (Frankie, The Godfather, Al Pacino, Silvio Dante, Tony).

Y no, no piensen que es un consecutivo forzado, fuera de tiempo o ventajista. Hay más. Y hay más porque estamos ante una de las primeras películas donde encontramos el conflicto familiar que tiene un big boss (Charlie Lupo, Broderick Crawford) debido a la profesión que le ocupa. Una hija que reniega de su condición, una madre que se marchita viendo como los viejos tiempos, de tiroteo y escondite, de niebla y callejón, vuelven a su puerta una y otra vez. Pero también hay un asesino frío, Nick Magellan (Richard Conte), que se intercambia entre “familias” para cubrir trabajos con alcances extraordinarios; y como no, el sabor agrio, profundo, del sociópata que justifica su actividad criminal con tal de poner un plato encima de la mesa. O un abrigo de visón, que no alimenta el estómago pero sí el alma. En cierto modo, y con otros muchos más elementos propios y estereotipos del cine mafioso, Russell Rouse (que también escribiera junto con Clarence Greene el guion de la genial D.O.A, 1950) dirige una película orientada a educar al público en la existencia de un “sindicato” dirigido desde Italia y que ya a principios de los 50´ comenzaba a posicionarse como uno de los principales problemas de la sociedad estadounidense.

Por lo demás, no esperen un noir esplendoroso en lo estético, complicado en lo moral o lleno de sombras y siluetas. Más bien todo lo contrario: argumento diáfano, sencillo, violencia explícita, Richard Conte en plenitud, una joven e inmadura Anne Bancroft, la hija del gánster, y un tono semi documental en su comienzo, por aquello de aleccionar y de cumplir con la cuota periodística, es lo que les espera. Una de mafiosos donde no se nombra la palabra mafia, que hereda clichés de las pelis de los años 30´ y marca camino para el posterior culmen del género. Ya saben, la llegada de don Vito, don Martin y don Tony. Siempre es un placer liquidar a uno de los malos; aunque el matarile se lo dé uno peor.
Alfie
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