Desde el seguimiento de la cámara de un tipo llevando un bote de pintura desfilando contento, de "sobrao", fijándose en las chicas, con la música disco marcando sus pasos, se intuye algo grande en la pantalla. Y así es. Una obra maestra del cine, atemporal en las vivencias de sus personajes, pero totalmente específica de un momento histórico en lo estilístico único y que no volverá. Su música no volverá; su vestimenta no volverá; sus ritmos no volverán; su candidez no volverá. La maravillosa música de los Bee Gees complementada por otros grandes hits disco del momento nos envuelven en una atmósfera vitalista que nos transporta en el tiempo, el espacio e incluso en la edad. Con enorme acierto John Badham declina en focalizar los roles de los personajes en cuanto a una historia delimitada para más bien esbozar los problemas familiares, sociales, laborales, morales, sexuales o económicos de un barrio suburbano en crisis de identidad permanente. El baile de salón, con sus decenas de estilos y variantes, siempre complementado con el acierto y oportunidad de las canciones adecuadas (con la posibilidad de versionarse), a partir de esta película pasa de las clases "bien" a las clases medias o bajas, motivo añadido para pasar a la historia del siglo XX. La escena final, con sencillez, una joya.

El musical. El CINE. Obra maestra indiscutible desde el segundo 1 hasta el cierre con el título final. Varios de los mejores números musicales que se han rodado e interpretado dan tinte a una comedia musical que rememora en clave de humor y vitalidad el nacimiento del cine sonoro y la muerte pública del cine mudo (con permiso de Chaplin). Donald O´Connor y Gene Kelly bailan como los ángeles para marcarnos a fuego unos números musicales maravillosos en nuestra retina colectiva. El número del chapoteo de Gene Kelly se cobra por 100 terapias antiestress y alguna que otra lagrimita. Debbie Reynolds, menos brillante, cierra el trío fantástico interpretativo, llevándose Jean Hagen la peor parte con un papel para deslucimiento, pero a mucha altura. Aparición en el número musical de Broadway de una celestial Cyd Charisse, que en el siglo XXI reventaría las revistas de papel cuché. Por todo ello, véanla y revéanla.

Primera peli reconocida con papel importante de Jack Nicholson. Se trata de una peli serie B, como tantas de Roger Corman, con el gran Boris Karloff inundando la pantalla con su presencia inquietante. El argumento y su desarrollo flojean en algún momento, pero merece la pena enfrascarse en el ambiente de Edgar Allan Poe y disfrutar del cine de terror romántico.

Otra apuesta arriesgada de Selznick que vuelve a salir bien para el cinéfilo. Fiel reflejo del vividor machista y engreído al que no le paran las patas a su hora y descuida aquello que más merece la pena.
Con un estética ya muy antigua, Joan Fontaine brilla como pocas veces personificando a tantas mujeres abnegadas que sucumben ante quien no lo merece.
El metraje está ajustado evitando escenas superfluas.

Hammer en estado puro. Para amantes del cine de terror de la gran época inglesa. Lee y Cushing, excelsos como siempre, en esta ocasión intercambian bandos. Barbara Shelley muy convincente y misteriosa. Terence Fisher, especialista donde los haya en el género, tirando de mitología griega para atrapar al espectador.