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Voto de SunshineReactor:
4
6,9
39.148
Intriga. Thriller. Drama. Romance
En su primer viaje a Philadelphia, el pequeño Samuel Lap (Lukas Haas), un niño de una comunidad amish, presencia por casualidad el brutal asesinato de un hombre. John Book (Harrison Ford) es el policía encargado de proteger al chico y a su madre Rachel de quienes quieren eliminar a Samuel, unico testigo del homicidio. (FILMAFFINITY)
1 de julio de 2013
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me ha matado. En su línea habitual, Peter Weir me deja estupefacto con esta historia en la que los Amish convierten a su forma de vida a un policía taciturno, Harrison Ford. La excusa es que un niño Amish, que años después salvaría a la tierra con una furgoneta y un disco de "oldie" en Mars Attacks!, presencia el asesinato de un policía con cara de kinky...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Asesinado por el jefe de Narcóticos, que está confabulado con el jefe de Harrison Ford. El caso es que esta historia no está nada profundizada, ya que lo que le interesa a Weir es plantearnos un dramón romántico a lo "Memorias de África", entre Harrison Ford y la madre viuda del niño muerto. Perdón, del niño Amish. Allí en la comuna, o lo que sea, está Viggo Mortensen. Por un momento te hace dudar, pero es él, debutando en el cine, contentillo con su papel y su camisa azul celeste y sombrero de paja. Eso es felicidad.
Herido en su cuerpo y en el orgullo, Ford se refugia en el pueblo Amish y allí nadie lo soporta porque es el típico policía pretencioso y creído. Pero es que los Amish no son menos hostiables. Al final, Ford se cura y en lugar de ponerse a llamar como un loco al gobernador para explicarle que a su compañero policía se lo han cargado los jefes (no sabemos realmente bien por qué), se dedica a aprender a ordeñar leche. Se revela como un nefasto policía, poca vocación y mucho cuento. Se intenta trajinar a la viuda, pero las ideas de ésta son mucho más fuertes que los ojitos que le pone Ford cuando le mira las tetillas.
La ridícula e irritante música, más drone que un disco de William Basinski, no tiene puto sentido, y fluctúa con las escenas como un barco pirata de Playmóvil en una bañera. Ahí vienen los Amish corriendo para proteger a Harrison cuando los dos jefes se personan en la comunidad escopeta en mano para cargárselo. Se vé que su trama es una paparrucha y que ni subalternos tienen para hacer los trabajos sucios. O eso o que les gusta más un cartucho bien metido en el estómago de un fulano que el papeleo de la oficina.
Lo mejor es el final. Te corta el cuerpo comprobar cómo funciona la psicología. El jefe de Harrison apunta su escopeta hacia él, detrás están los Amish con cara de alelados, la misma que se te queda cuando te cobran cien euros por el desplazamiento de un cerrajero a casa. Y Harrison lo mira y le pregunta: "¿vas a dispararme a mí, vas a dispararle a un anciano, vas a dispararle a un niño?". El jefe lo mira con los ojos rojos, baja el arma y se deja caer. Eso es magia y no lo que hacía Juan Tamariz con un puñado de naipes. Quizá, poniéndonos en la cabeza de Weir, esta histriónica escena propia de "Mi Gorda Bella" simbolice los traumas como padre frustrado del jefe de policía. O su infructuoso paso por los Testigos de Jehová. Dios sabe qué, pero Harrison lo consigue y se va.
Y ahí deja a la viuda, a Viggo Mortensen y al niño. Una lástima, se notaba que disfrutaba construyendo graneros y lavando mierda de vaca todas las mañanas. Seguramente lo que no podía soportar era esa música incidental, mejor el ruido de la ciudad y las palizas a los negros sospechosos de delitos.
Herido en su cuerpo y en el orgullo, Ford se refugia en el pueblo Amish y allí nadie lo soporta porque es el típico policía pretencioso y creído. Pero es que los Amish no son menos hostiables. Al final, Ford se cura y en lugar de ponerse a llamar como un loco al gobernador para explicarle que a su compañero policía se lo han cargado los jefes (no sabemos realmente bien por qué), se dedica a aprender a ordeñar leche. Se revela como un nefasto policía, poca vocación y mucho cuento. Se intenta trajinar a la viuda, pero las ideas de ésta son mucho más fuertes que los ojitos que le pone Ford cuando le mira las tetillas.
La ridícula e irritante música, más drone que un disco de William Basinski, no tiene puto sentido, y fluctúa con las escenas como un barco pirata de Playmóvil en una bañera. Ahí vienen los Amish corriendo para proteger a Harrison cuando los dos jefes se personan en la comunidad escopeta en mano para cargárselo. Se vé que su trama es una paparrucha y que ni subalternos tienen para hacer los trabajos sucios. O eso o que les gusta más un cartucho bien metido en el estómago de un fulano que el papeleo de la oficina.
Lo mejor es el final. Te corta el cuerpo comprobar cómo funciona la psicología. El jefe de Harrison apunta su escopeta hacia él, detrás están los Amish con cara de alelados, la misma que se te queda cuando te cobran cien euros por el desplazamiento de un cerrajero a casa. Y Harrison lo mira y le pregunta: "¿vas a dispararme a mí, vas a dispararle a un anciano, vas a dispararle a un niño?". El jefe lo mira con los ojos rojos, baja el arma y se deja caer. Eso es magia y no lo que hacía Juan Tamariz con un puñado de naipes. Quizá, poniéndonos en la cabeza de Weir, esta histriónica escena propia de "Mi Gorda Bella" simbolice los traumas como padre frustrado del jefe de policía. O su infructuoso paso por los Testigos de Jehová. Dios sabe qué, pero Harrison lo consigue y se va.
Y ahí deja a la viuda, a Viggo Mortensen y al niño. Una lástima, se notaba que disfrutaba construyendo graneros y lavando mierda de vaca todas las mañanas. Seguramente lo que no podía soportar era esa música incidental, mejor el ruido de la ciudad y las palizas a los negros sospechosos de delitos.