Media votos
6,0
Votos
5.332
Críticas
179
Listas
25
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Tony Montana:
7
6,4
17.663
Drama
Delft, Holanda, 1665. Griet entra a servir en casa de Johannes Vermeer, el cual, consciente de las dotes de la joven para percibir la luz y el color, irá introduciéndola poco a poco en el mundo de su pintura. Maria Thins, la suegra de Vermeer, al ver que Griet se ha convertido en la musa del pintor, decide no inmiscuirse en su relación con la esperanza de que su yerno pinte más cuadros. Griet se enamora de Vermeer, aunque no está segura ... [+]
10 de marzo de 2009
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Explicaba Hitchcock a Truffaut a raíz de Vértigo que la escena en que Jimmy Stewart le pide a Kim Novak que se arregle el pelo como la difunta Madeleine la tenía completamente desnuda a falta de quitarle las braguitas, y que esa sería la última concesión que le faltaba para tenerla absolutamente a su merced y proceder a tirársela. Era la especial habilidad que tenía Hitchcock para poner caliente al personal sin necesitar quitarle ni un centímetro de ropa a su actriz protagonista, todo fruto de la inteligenciaen montaje y puesta en escena. Sexo absolutamente visceral sin mostrar ni el roce de las manos, escondido bajo una aparente capa de frialdad e indiferencia. En esa inteligente decisión de Peter Webber radica el principal acierto de La joven de la perla, que podríamos definir perfectamente como una película que navega entre el melodrama y las formas hitchcockianas a pesar de su aparente recreación histórica de un hecho cuanto menos ficcional, basada en uno de los cuadros más misteriosos de la historia (de alguien tan tiquismiquis y especialito como era Vermeer). Y es que no resulta nada problemático identificar a la aquí deslumbrante Scarlett Johansson con una de esas rubias gélidas que tanto amaba Don Alfredo y a Colin Firth como alguien equiparable al Scottie Ferguson de Vértigo o al John Robie de Atrapa a un ladrón, fascinados enteramente por un personaje femenino que hace que se olviden de todo. Es una fulminante historia de amor imposible, romántica hasta el hartazgo, una desnaturalizada y críptica versión de Romeo y Julieta que hace de su simbología su gran fuerte para vencer al tedio que pudiesen provocar sus imágenes, puesto que el mensaje que se encuentra soterrado en la profundidad de la cinta es lo que justifica todo aquello que se nos muestra de una manera algo fría, la pasión bajo el hielo, los sentimientos por encima del comportamiento cerebral.
La película está envuelta en una espectacular ambientación gracias al sobresaliente trabajo en la fotografía de Eduardo Serra, quien diseña un complejo juego de luces y colores semejante al que utilizaba el pintor holandés. Es fría como un témpano porque así busca ser la película, y sin embargo no importa lo más mínimo, pues la gran satisfacción de la película es ver un encuadre tras otro, cada uno mejor que el anterior, y donde cada composición supone también un homenaje a los cuadros de no sólo de Vermeer, si no de numerosos contemporáneos del barroco (algunos interiores nocturnos son puro Rembrandt), ya que no es un esteticismo vacuo y facilón como el de, por ejemplo, Alatriste. Es descaradamente pictoricista, e incluso en algunos momentos abraza en exceso el academicismo que, por regla general, abunda en cualquier película de tratamiento histórico, pero abruma, y atrapa por la fuerza de sus imágenes y por la inteligencia con la cámara de Webber.
La película está envuelta en una espectacular ambientación gracias al sobresaliente trabajo en la fotografía de Eduardo Serra, quien diseña un complejo juego de luces y colores semejante al que utilizaba el pintor holandés. Es fría como un témpano porque así busca ser la película, y sin embargo no importa lo más mínimo, pues la gran satisfacción de la película es ver un encuadre tras otro, cada uno mejor que el anterior, y donde cada composición supone también un homenaje a los cuadros de no sólo de Vermeer, si no de numerosos contemporáneos del barroco (algunos interiores nocturnos son puro Rembrandt), ya que no es un esteticismo vacuo y facilón como el de, por ejemplo, Alatriste. Es descaradamente pictoricista, e incluso en algunos momentos abraza en exceso el academicismo que, por regla general, abunda en cualquier película de tratamiento histórico, pero abruma, y atrapa por la fuerza de sus imágenes y por la inteligencia con la cámara de Webber.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La otra gran baza es la relación intrínseca entre pintor y musa, el cuadro, y todo lo que se vertió en él durante su preparación y su plasmación. Es una película sobre las pulsiones, sobre las sensaciones guardadas en lo más profundo. Ahí se gesta todo, principio y fin, porque, como decía al principio, estamos ante una película más hitchcockiana de lo que podría parecer, y el recuerdo de Vértigo y la forma en que entablan pintor y maniquí su relación lo demuestra a las claras, y sólo interesa el momento, no la vida del pintor, ni acercarnos a su obra desde un punto de vista positivista. Del mismo modo que Vermeer enseña a Griet los colores, cómo experimenta con ellos y con la luz, ambos intercambian miradas, gestos emociones, y ella le libera de ese barbecho inspiracional en el que se encuentra sumido. En este proceso, el pintor de Delft irá desnudando de una manera sinuosa a su joven modelo, haciendo el amor de una manera absolutamente psicológica a través del lienzo. Y es que ni se rozan, como ese gran plano detalle de ambos mientras mezclan colores en que sus miradas se cruzan, crean una tensión mental a la que no pueden responder con sus cuerpos, ya que sus manos están inmóviles a escasos centímetros una de otra. Webber se deleita con ese amor puramente platónico, juega con los rostros de uno y otro, y consciente de la fuerza de las miradas de ambos, basa en el plano contraplano la relación.
Todo arranca en esa iniciación a los colores y poco a poco la va desnudando, mientras le pide que se humedezca los labios para el brillo; verla sin su cofia mientras la observa desde la oscuridad y ella, de una manera totalmente sexual, muestra su voluptuosa melena; hasta el momento definitivo en que él consigue “desvirgarla” haciéndola sangrar mediante la herida en su lóbulo para el pendiente. Griet es la idealización, y así es su relación con el artista, a un nivel puramente intelectual, por lo que no es de extrañar que, una vez finalizado el cuadro, ella necesite ir corriendo a buscar a su novio Peter para perder la virginidad a un nivel puramente físico. Y es que si La joven de la perla fuera menos críptica probablemente sería un culebrón. Es un continuo cambio de pareceres, desde los celos de la mujer del pintor al comprobar como ella jamás será su modelo y prefiere retratar a otras mujeres en sus lienzos, sintiéndose engañada sabiendo que su marido ponía su vida y su alma en cada obra maestra; pasando por el joven novio de Griet, quien encarna el deseo carnal de la joven; hasta el despótico mecenas incorporado por Tom Wilkinson que simboliza la irracionalidad y el libertinaje, convirtiendo inmediatamente a la mujer que posa con el en una posesión física, y que desea fervientemente a la muchacha, hasta manipular la vida de pintor, provocando la sutil venganza de Vermeer al enviarle el cuadro una vez finalizado a Van Ruijven, quien lo contempla derrotado al asumir que no podrá poseer a la joven.
Todo arranca en esa iniciación a los colores y poco a poco la va desnudando, mientras le pide que se humedezca los labios para el brillo; verla sin su cofia mientras la observa desde la oscuridad y ella, de una manera totalmente sexual, muestra su voluptuosa melena; hasta el momento definitivo en que él consigue “desvirgarla” haciéndola sangrar mediante la herida en su lóbulo para el pendiente. Griet es la idealización, y así es su relación con el artista, a un nivel puramente intelectual, por lo que no es de extrañar que, una vez finalizado el cuadro, ella necesite ir corriendo a buscar a su novio Peter para perder la virginidad a un nivel puramente físico. Y es que si La joven de la perla fuera menos críptica probablemente sería un culebrón. Es un continuo cambio de pareceres, desde los celos de la mujer del pintor al comprobar como ella jamás será su modelo y prefiere retratar a otras mujeres en sus lienzos, sintiéndose engañada sabiendo que su marido ponía su vida y su alma en cada obra maestra; pasando por el joven novio de Griet, quien encarna el deseo carnal de la joven; hasta el despótico mecenas incorporado por Tom Wilkinson que simboliza la irracionalidad y el libertinaje, convirtiendo inmediatamente a la mujer que posa con el en una posesión física, y que desea fervientemente a la muchacha, hasta manipular la vida de pintor, provocando la sutil venganza de Vermeer al enviarle el cuadro una vez finalizado a Van Ruijven, quien lo contempla derrotado al asumir que no podrá poseer a la joven.