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Voto de Andrés Vélez Cuervo:
7
Drama Un campesino mexicano decide emigrar clandestinamente a los EEUU para trabajar como temporero. Comenzará entonces a sufrir toda clase de desgracias: ser estafado por aquéllos que le contrataron, largas jornadas de recolección, pésimas condiciones higiénicas, salarios ínfimos... En vista de la explotación que reciben los que están en su situación, decide volver a México. (FILMAFFINITY)
10 de septiembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Películas sobre la travesía de la inmigración ilegal para entrar a Estados Unidos en busca del American Dream se han hecho unas cuantas, incluso tenemos un ejemplo colombiano con Paraiso Travel (Simon Brand, 2008). En esta categoría están, por nombrar algunos, largometrajes como Espaldas mojadas (Alejandro Galindo, 1955), Las pobres ilegales (Alberto Mariscal, 1982), El norte (Gregory Nava, 1983), Sin nombre (Kary Joji Fukunaga, 2009), 7 soles (Pedro Ultreras, 2008) y La jaula de oro (Diego Quemada Díez, 2013). Como sea, no recuerdo ninguna película de este tipo que vibre y borbote como ¡Alambrista!
En esta ópera prima de Robert M. Young (ganadora con todo mérito de la Cámara de Oro del Festival de Cannes, en 1978) se vive, con una intensidad que pocas veces consiguen los cineastas que mezclan la ficción con el tono documental, la deprimente y miserable historia de Roberto (Domingo Ambriz), un joven apocado y simplón que abandona a su familia en México, mujer e hijo incluidos, para buscar, como ya lo hiciera su padre (un fantasma que nunca regresó), una vida más próspera en Estados Unidos, para lo cual, por supuesto, cruza ilegalmente la frontera con la ayuda de un coyote.
El sueño americano, esa gigantesca llama artificial alimentada por el fanatismo chovinista de los medios, hipnotiza a Roberto, como a tantos cientos de desgraciados, y lo llama con su canto pop de sirena para que se dirija a ella, polilla sucia y pobre, y se queme irremediablemente las alas a punta de hambre y trabajos forzados en el campo, que nadie quiere hacer, pero que son piedra angular de la agricultura yanqui.
Lo que empieza sembrando la esperanza de una emocionante Road Trip Movie, llena del vigor juvenil y el deseo de aventura, se convierte de a pocos en un sórdido relato sobre la miseria del inmigrante ilegal, que huele a sudor, tierra y mugre. En esta película hay una mirada única que logra retratar una esencia muy poco esplendorosa del monstruo del norte. La tierra a la que llega Roberto, lleno de esperanza, es un pequeño infierno lleno de vicio, indiferencia, persecución y muerte. Esa mirada cargada de un naturalismo visceral y oloroso es lo que hace única a ¡Alambrista! Aquí la ficción, la reportería y el documental se confunden en un caldo de patetismo que duele en el estómago.
Además de esto, la película de Young también hace toda una declaración narrativa con una música de pésimo gusto pero absolutamente acertada. A ritmo de corridos flojos se relata el heroísmo patético de Roberto en su aventura épica hacia la miseria. Así, la película se convierte, de alguna manera, en el testimonio de un bardo, que culmina con la canción de cierre en la que el protagonista se convierte en triste leyenda musical, después del fracaso de su empresa de inmigración y de ser testigo de un dantesco éxito que se encarna en el nacimiento brutal de un niño en el suelo puerco del lado próspero de la frontera.
En ese mundo, los olvidados y anónimos de espalda mojada, se convierten en los héroes de una guerra por la vida, que nadie declaró jamás.
Andrés Vélez Cuervo
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