El Luchador fue la única película de Aronofsky que dejé pasar. Es una de esas películas que me dan pereza, pero fue ponerla y quedar totalmente enganchado a la vuelta al ring de Mickey Rourke. Darren Aronofsky vuelve a demostrarme por qué es uno de mis directores favoritos.

Porque en El Luchador no vas a encontrar nada de la marca personal de Aronofsky. Nada digamos visual con sus planos y sonidos característicos, ni nada sujeto a lo abstracto o mejor dicho, a lo psicológico. Ni siquiera está presente Clint Mansell para trasladarnos a nuestros oídos la intranquilidad, y encontramos en su lugar grandes éxitos del heavy metal/hard rock/hair metal. Es una película mucho más "terrenal", más impropia del director si ponemos todas sus películas a comparar. Sin embargo, hay algo presente en ella que la convierte en parte de Aronofsky como cualquier otra, y eso es el vacío casi existencial que te deja en la última parte de la película. El director tiene una facilidad asombrosa para dejarte agujeros en el alma en cada una de sus películas, y consigue un curioso efecto que ningún otro director consigue en mí: hacer que no vuelva a querer ver la película a pesar de haberla adorado.

Así que Aronofsky vuelve a conseguir penetrar dentro de lo más profundo de tu ser con un drama que en teoría no tiene que tocarte tanto. Consigue que empatices con un grandioso Mickey Rourke y sientas lástima por lo que en teoría es un superhombre. Te hará reflexionar sobre esa sentencia de que "el wrestling es todo mentira", y trasladará a tu ser las miserias de Randy sin ni siquiera recrease en ellas. El desarrollo de la película también llama la atención, y es que no deja de ser un drama más o menos orquestado monótonamente (entiéndase como algo no negativo) en el que no acabamos de predecir nada de lo que pasa. Hay lugar para las sorpresas sin caer en la irrealidad.

Una película diferente que a la misma vez encaja perfectamente en la personalidad de Aronofsky.