Existen historias concebidas para llegar al corazón. La pintura, la música, la literatura o el cine, son vehículos capaces de trasladar las emociones más diversas desde la mente de su autor, al alma del que lo disfruta. A veces esas historias, conllevan además una responsabilidad moral, por atreverse a tratar temas que van más allá de los sentimientos personales y se adentran en el terreno del recuerdo global y el respeto por un pasado.

La vida cotidiana y el legado destructivo durante la Segunda Guerra Mundial, han sido el centro de innumerables obras, tanto reales como ficticias, que han tratado de acercar el horror y la esperanza en su constante lucha por conquistar el alma de una sociedad que vivió el apocalipsis en sus propias carnes. La responsabilidad a la hora de volver la vista a uno de los capítulos más negros de nuestra historia, adquiere por tanto una gran importancia, pues las líneas que separan la crudeza del sentimentalismo o el exceso de dramatismo, se entrecruzan de manera peligrosa. Ante esta compleja tesitura Brian Percival, ha decidido situar su película en el plano de la corrección narrativa y no correr riesgos excesivos.

Ese punto de vista conservador, hace que "La ladrona de libros" sea una película con aspiraciones académicas. Una fotografía cuidada; una historia narrada con cariño que busca revitalizar la esencia más pura del ser humano a través de la supervivencia; una banda sonora, que sin duda es lo mejor de una obra que termina resultando menor; o unas interpretaciones a cargo de un trío principal, sólidas y capaces de elevar la calidad del metraje por encima de la media. Sin embargo, ese ansia por permanecer en el lado "correcto" de la historia, termina por restar credibilidad a una película que necesita unos cuantos latigazos de riesgo. Cuando las imágenes purgan por adentrarse en nuestro interior, es necesario pulsar las teclas de la pasión para conseguir desgarrar nuestras conciencias; y "La ladrona de libros" es una historia con un alma, pero desapasionada. El pulso que la historia le echa a la película, termina por caer del lado del drama formal, alejado del impacto narrativo que el contexto histórico merece.

Y es que, nadie puede decir que la cinta de Brian Percival sea una mala película. Lo que si se le puede achacar, es esa obsesión por ser correcta, que incluso en algunos momentos lleva al guión a puntos surrealistas y de comicidad no pretendida, lastrando el peso de una historia que en su concepción, y en su mensaje, encierra una esperanza que merece una voz más arriesgada para quedar grabada en la memoria colectiva. Sin embargo, el intento se queda en un pequeño susurro más sobre una época en la que el ruido de la destrucción silenció infinitas voces.