Acabo de nadar 20 largos en la piscina -que es de 50 metros-, así que me siento bastante satisfecho y orgulloso de mí mismo, y de la progresión en mi estado de forma. ¿Y qué tiene esto que ver con la película? Nada, pero era una simple digresión debido a mi tendencia a divagar.
Además, después de todo sí tiene algo que ver, porque si se me ha ocurrido hacer esta crítica no es porque haya visto la peli recientemente sino más bien por el hecho de permanecer en contacto con el agua con bastante frecuencia, desde que vuelvo a ser socio en el polideportivo.

¿Qué se puede decir de esta película o de Spielberg a estas alturas? Es difícil, la verdad.

Mientras nadaba y observaba el fondo claro y la línea oscura de mi calle se ha metido en mi cabeza la música de John Williams; ¡tum-tun, tum-tun, tum-tun, tum-tun...! que nos amenazaba cada vez que el escualo asomaba su aleta por ahí...

Entonces he visualizado la aleta de un tiburón que se acercaba a mí, y he visualizado un travelling subjetivo que se acercaba a mi cuerpo momentaneamente paralizado, y que pasaba de largo sin hacerme ni caso...

En realidad el tiburón ha elegido a otra víctima; una joven de cuerpo escultural que nadaba en la calle de al lado, y a la que yo había observado disimulada y astutamente cuando metía mi enferma cabeza bajo el agua. Claro, el tiburón ha pensado que la pobre muchacha que nadaba como una sirena estaba mucho más rica que yo; ¡y se la ha comido allí mismo!

...sin embargo no ha salido sangre ni nada, y pese a ello el resto de usuarios-nadadores gritaban y huían despavoridos y aterrorizados al ver a la chica que se hundía y agitaba los brazos; curiosamente mi imaginación ha dejado de funcionar cuando otra mujer -una señora que nadaba de espaldas como si la piscina fuese suya- me ha dado un manotazo en mi nariz...

¡Ojalá el tiburón se hubiese comido a esta vieja!; pero claro, esto a Spielberg no se le ocurrió tampoco...

Es mucho mejor ver devorar a sabrosas jovencitas o jovencitos que pululan por las playas de California...