Media votos
6,7
Votos
6.317
Críticas
336
Listas
420
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Ghibliano:
10
7,6
110.119
Comedia. Drama
Los Hoover son una familia muy peculiar: el abuelo esnifa cocaína y suelta palabrotas, el padre fracasa estrepitosamente dando cursos para alcanzar el éxito, la madre no da abasto, el tío se está recuperando de un suicidio frustrado tras ser abandonado por su novio, el hijo adolescente lee a Nietzsche y guarda un mutismo absoluto. Y Olive, la hija pequeña, una niña gafotas y más bien gordita, quiere ser una reina de la belleza. Cuando, ... [+]
6 de noviembre de 2009
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos tenemos una predilección especial en esto del cine. Una película que no ha de destacar necesariamente sobre las demás en apartados técnicos, que no ha de estar exenta de fallos; pero que, sin embargo, significa tanto por los motivos que sean que, sencillamente, los dejamos pasar.
Desde esta perspectiva abordo mi segunda crítica de "Pequeña Miss Sunshine". Cuando tengo un momento de bajón, o me siento agobiado por algo, este filme es el remedio perfecto. Y no porque me lo pinte todo de color de rosa, al contrario. El hecho es que me identifico con todos y cada uno de los personajes de esa familia. Me hago partícipe de sus problemas y frustraciones; tanto del padre obsesionado con su dichoso programa que acaba suponiendo su mayor fracaso, como del tío suicida al que le restriegan constantemente su mala suerte, o el abuelo que trata de sacarle el máximo partido a sus últimos años, o el chico que se muestra tan estricto en cumplir su promesa (una promesa que está condenada a irse al garete), o la madre que intenta poner paz y cordura en una familia tan desestructurada. Pero por encima de todos, destaca la niña, Olive Hoover. Un prodigio de naturalidad y de inocencia, una ricura de cría, vamos. De las pocas veces que he visto un menor actuando y no me han entrado ganas de cogerle del pescuezo. Lo hace tan bien, sin adornarse ni intentar quedar por encima de su papel, que no puedo menos que ceder ante su simpatía.
Y por suerte no es solamente ella. Todos, absolutamente todos los miembros de la familia, realizan su papel a la perfección desde el presupuesto de la sinceridad (los gestos, las frases, todo suena tan cercano que cuesta creer que esto sea ficción). La escena del comedor es una de mis favoritas, poquitas veces he visto tanta sencillez y naturalidad juntas. De repente, una panda de "bichos raros" parece más real que todo lo que me rodea, y me siento como si yo mismo estuviera comiendo ahí con ellos. Los grititos, la conversación interrumpida constantemente en la que cada uno sigue en sus trece... Así es como se rueda una escena familiar, sin clichés ni chorradas superfluas, y alejándose de la artificialidad que inunda el cine de Hollywood (no siempre, pero insisto. Muchas veces, por querer reforzar la emoción de una escena, se olvida en las películas lo más importante: creerse al personaje; y se llenan los diálogos de frases lapidarias y momentos tan intensos como irreales). El único fallo que le veo en este sentido es la presencia de alguna frase demasiado subrayada (como por ejemplo la de "la vida es un puto concurso de belleza tras otro") que contrasta con la credibilidad general. Nada grave, de todas maneras.
Desde esta perspectiva abordo mi segunda crítica de "Pequeña Miss Sunshine". Cuando tengo un momento de bajón, o me siento agobiado por algo, este filme es el remedio perfecto. Y no porque me lo pinte todo de color de rosa, al contrario. El hecho es que me identifico con todos y cada uno de los personajes de esa familia. Me hago partícipe de sus problemas y frustraciones; tanto del padre obsesionado con su dichoso programa que acaba suponiendo su mayor fracaso, como del tío suicida al que le restriegan constantemente su mala suerte, o el abuelo que trata de sacarle el máximo partido a sus últimos años, o el chico que se muestra tan estricto en cumplir su promesa (una promesa que está condenada a irse al garete), o la madre que intenta poner paz y cordura en una familia tan desestructurada. Pero por encima de todos, destaca la niña, Olive Hoover. Un prodigio de naturalidad y de inocencia, una ricura de cría, vamos. De las pocas veces que he visto un menor actuando y no me han entrado ganas de cogerle del pescuezo. Lo hace tan bien, sin adornarse ni intentar quedar por encima de su papel, que no puedo menos que ceder ante su simpatía.
Y por suerte no es solamente ella. Todos, absolutamente todos los miembros de la familia, realizan su papel a la perfección desde el presupuesto de la sinceridad (los gestos, las frases, todo suena tan cercano que cuesta creer que esto sea ficción). La escena del comedor es una de mis favoritas, poquitas veces he visto tanta sencillez y naturalidad juntas. De repente, una panda de "bichos raros" parece más real que todo lo que me rodea, y me siento como si yo mismo estuviera comiendo ahí con ellos. Los grititos, la conversación interrumpida constantemente en la que cada uno sigue en sus trece... Así es como se rueda una escena familiar, sin clichés ni chorradas superfluas, y alejándose de la artificialidad que inunda el cine de Hollywood (no siempre, pero insisto. Muchas veces, por querer reforzar la emoción de una escena, se olvida en las películas lo más importante: creerse al personaje; y se llenan los diálogos de frases lapidarias y momentos tan intensos como irreales). El único fallo que le veo en este sentido es la presencia de alguna frase demasiado subrayada (como por ejemplo la de "la vida es un puto concurso de belleza tras otro") que contrasta con la credibilidad general. Nada grave, de todas maneras.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
¿Y saben qué? Al final uno se da cuenta de que bajo esa capa de credibilidad, de hacer que los personajes parezcan personas y de alejarse de convencionalismos y tópicos, se transmiten unas ideas que son, paradójicamente, de lo más convencional. ¿Cuántas veces hemos oído hablar de familias desestructuradas que, en última instancia, demuestran que a pesar de todos sus problemas se siguen queriendo? ¿En cuántas ocasiones se ha insistido en el mensaje de respeto, tolerancia y el canto a la diferencia? Demasiadas. Pero aquí, de alguna manera, consiguen que me lo crea. Ésta es la clave. Y lo hacen porque los personajes están tan bien definidos que resulta difícil diferenciar realidad y ficción.
El mejor ejemplo es la escena de la actuación final, probablemente mi favorita de la película. Sobre el papel no es más que la típica resolución con un grupo de gente haciendo piña para apoyar a alguien (recurso sobreutilizado hasta la médula). En el contexto del guión es algo maravilloso. Transmite tal sensación de liberación de los problemas que han ido acechando a cada uno, minimizándolos y refugiándose en ayudar a Olive a cumplir su sueño, que es imposible no tener ganas de entrar al escenario y ponerse a dar saltos con ellos. Y no sólo eso. De repente, tenemos un eficaz contraste entre la familia de "bichos raros" y la normalidad que se intenta vender, y el resultado favorece a los primeros por goleada. Nunca me he sentido tan consciente de estar viendo algo prefabricado y artificial como con las niñas que parecen muñecas, la sonrisa falsa del presentador o los gestos de indignación absolutamente ridículos y sobreactuados de la directora del evento. Mientras tanto, el suicida, el sociópata, el iluso, la madre que actúa como mediadora y la niña que se marca un striptease suponen un islote de humanidad en toda esa absurdez. La descarada frase del padre ("Les está dando una lección.") parece sacada del mismo espectador que ve lo grotesco de la escena. Y no precisamente por la actuación, sino por la absoluta falta de respeto del público y de los organizadores del evento, ensimismados en una visión del mundo completamente risible.
El mejor ejemplo es la escena de la actuación final, probablemente mi favorita de la película. Sobre el papel no es más que la típica resolución con un grupo de gente haciendo piña para apoyar a alguien (recurso sobreutilizado hasta la médula). En el contexto del guión es algo maravilloso. Transmite tal sensación de liberación de los problemas que han ido acechando a cada uno, minimizándolos y refugiándose en ayudar a Olive a cumplir su sueño, que es imposible no tener ganas de entrar al escenario y ponerse a dar saltos con ellos. Y no sólo eso. De repente, tenemos un eficaz contraste entre la familia de "bichos raros" y la normalidad que se intenta vender, y el resultado favorece a los primeros por goleada. Nunca me he sentido tan consciente de estar viendo algo prefabricado y artificial como con las niñas que parecen muñecas, la sonrisa falsa del presentador o los gestos de indignación absolutamente ridículos y sobreactuados de la directora del evento. Mientras tanto, el suicida, el sociópata, el iluso, la madre que actúa como mediadora y la niña que se marca un striptease suponen un islote de humanidad en toda esa absurdez. La descarada frase del padre ("Les está dando una lección.") parece sacada del mismo espectador que ve lo grotesco de la escena. Y no precisamente por la actuación, sino por la absoluta falta de respeto del público y de los organizadores del evento, ensimismados en una visión del mundo completamente risible.