Fabulosa tontada. Maravillosa bobería. Impresionante y gozosa estupidez.
Kubrick, Malick, Fu Manchú, Iker Jiménez, los 88 maniacos, "Los secretos del universo", Carl Sagan, Darwin, Tarkovski (ahí me he pasado), Malinowski (este sí que no)...
Delirio pop. Fastuosidad kitsch.
Varias cosas:
Scarlett está fantástica; del lloro a la ataraxia, del miedo y el llanto a la cara pétrea, sin pestañear, bellísima en su chonismo de Supergirl farandulera y psicotrónica.
El comienzo es una enormidad: festín y revoltijo de géneros y alusiones, metáforas animales y malvados de tebeo, sangre y felonía, a diestra y siniestra.
Homenaje emocionado a las drogas, no de las viciosas y perniciosas, no, qué va; estas abren las anheladas puertas de la percepción, expanden el conocimiento y multiplican las conexiones.
Decae, sí, lastimosamente a veces, hasta da un poco de vergüenza ver a tanto energúmeno hacer el ridículo, pero es el precio inevitable del disfrute, del gozo bestial por momentos.
Y el colorín y la estupenda banda sonora y los franceses y la majadería innecesaria de los coches por los aires.
Y religión, mucha, sin disimulo, a borbotones.
Y la vida, de eso va en verdad; de recordarnos y reconocernos en nuestro pasado y soñarnos en nuestro futuro; un intento de trascender las enojosas barreras que nos atan a la tierra y los sentidos, a la biología y el deseo.
Que todo es de baratillo, que se dicen muchas ridiculeces, que no se puede tomar en serio, que en el fondo no hay nada, que es vacua y superficial, que..., ¿y qué?
Es tan hermosa como la carrera del guepardo tras la presa, como el estallido de la sangre tras un balazo, casi tanto como el sonido de los huesos al crecer, se aproxima al sabor de la leche materna, al azul de la droga sabia, a... Dios..