Rango es, simple y llanamente, una de las películas más simpáticas de los últimos años.
Es una comedia muy divertida, muy agradable y llena de personajes entrañables, que no toma a los espectadores por idiotas, y que, aunque puede ser disfrutada por los más pequeños de la casa, deja mucho espacio también para el disfrute de los mayores, principalmente por el género al que homenajea sin disimulo, que es el western. Rango reinterpreta todos los tópicos del cine del Oeste de forma fantástica y, una vez más, muy divertida, para que disfruten los aficionados al género y también sus hijos, que seguramente nunca han visto una película de John Ford o Sergio Leone. Especialmente meritorios son los primeros 35 minutos de película, aproximadamente, un prodigio de sentido del humor y presentación de la acción por parte del siempre excelente e infravalorado Gore Verbinski. Secuencias como los dos ataques del halcón o la película que se monta Rango al llegar al saloon merecen pasar a los anales del moderno cine de animación por su calidad y perfección.
Lástima que los tiros (nunca mejor dicho) no sigan por ahí en el resto del metraje. Los 50 minutos siguientes están llenos de ruido, mucho ruido, y secuencias que, a pesar de ser divertidas (el pueblo entero saliendo al desierto provistos de jarras para recoger agua), no aportan nada más que confusión (¿quiénes son todos esos personajes que pululan por ahí?). Además, todo el peso argumental recae sobre el problema del agua en Polvo, y la verdad, no es suficiente para mantener la atención. Hubiese sido mejor si se hubiese continuado con el homenaje al western y se hubiese enfrentado a Rango a alguna banda de peligrosos salteadores, por ejemplo.
Menos mal que la cosa se recupera en su tercio final, una vez Rango vuelve a salir del pueblo, y la película recupera de nuevo ese aire desenfadado y, al fin, emotivo (hay mensaje ecologista y anticonstrucción masiva) del principio y hace que Rango, la película, acabe resultando una experiencia de lo más recomendable para todos los públicos.

Lo mejor: El sentido del humor y la simpatía del conjunto, y la extraordinaria animación (atención al partido que saca Verbinski de colores y texturas: ojo al diseño del halcón o las botellas).
Lo peor: El segundo acto es eterno, le falta chispa y le sobra ruido.