La mejor razón para ver The Visitor es, sin duda, ese milagro de austeridad y contención interpretativa que es Richard Jenkins. Su encarnación de Walter Vale, un viudo y gris profesor de universidad que de pronto encuentra un aliciente vital en la historia de dos jóvenes inmigrantes, es verdaderamente conmovedora; Jenkins construye un personaje que enamora por su discreción y, sobre todo, su buen corazón. Pero, no me entendáis mal, sin sentimentalismos ni manipulaciones emocionales; es un personaje sólido, rotundo y creíble.
Pero The Visitor no se queda ahí. Si fuera así, sólo sería un drama más con una interpretación grandiosa. Pero The Visitor no sólo es Richard Jenkins. También es una dirección ajustada milimétricamente al tono de la película, es decir, austera, discreta, sin formalismos inanes; es un guión que, bajo su aparente sencillez, toca un tema muy sensible, y más en la sociedad norteamericana: la inmigración. Y no lo hace desde una perspectiva de denuncia, universalista, sino que lo hace desde los ojos de un ciudadano medio americano que vive de cerca un caso; Tom McCarthy lleva muchísimo cuidado en que The Visitor no sea un panfleto, y lo consigue. Él prefiere centrarse en la historia personal de Walter y compañía, de manera sincera, muy creíble y con un tono sobrio, sin maquillaje sentimental.
The Visitor me emocionó. Walter es un personaje entrañable, cuya evolución no es forzada, no se le utiliza como vehículo para demostrar nada. Si realiza algo como lo que sale en el cartel de la película, no es buscando un contraste cómico o un poco de humor que alivie el drama; es algo que tiene un significado profundo, como todas las palabras, miradas y gestos de cada uno de los personajes. En definitiva, una película conmovedora y sincera, que llega muy dentro del espectador a base de verdad y sencillez. Y aunque se dice rápido, pocas películas lo consiguen.