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Voto de Endik Larsson:
8
7,2
4.814
Drama
Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
1 de abril de 2016
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El así llamado cine de autor europeo ha conocido a diferentes directores que han puesto su particular visión del mundo al servicio del arte, y concretamente en este caso, al servicio del cine.
Hemos conocido, de esta manera, a un sinfín de realizadores que han colocado a Europa como el continente referencial para este tipo de cine, altamente expresivo y que se ha desarrollado de diferentes maneras, dependiendo de la época y del país del que provenían este grupo de realizadores. Cineastas como el portugués Manoel de Oliveira, el sueco Ingmar Bergman, el soviético Andrei Tarkovski, o los italianos Michelangelo Antonioni y Pier Paolo Passolini son algunos ejemplos de realizadores reverenciados por los cinéfilos, pero que encontraron su gran mercado no en las grandes audiencias, si no en festivales especializados.
El húngaro Bela Tarr (Pecs, 1955) podría ser otro ejemplo de lo que veníamos comentando anteriormente. Con una filmografía bien conocida en círculos académicos, pocos son entre el gran público los que conocen la filmografía de este realizador, a pesar de los innumerables premios que ha recibido en diversos festivales con cada nueva obra que estrenaba. Gus van Sant lo califica como uno de sus referentes de los últimos años, y no son palabras gratuitas, pues se puede apreciar la influencia de Tarr en películas como GERRY (Gus Van Sant, 2002).
EL CABALLO DE TURÍN (2011) es, hasta el momento, la última película de Bela Tarr. Si hacemos caso a las palabras del cineasta húngaro, será de hecho su última película. El film que cerrará una obra que, pudiendo gustar más o menos, nadie podrá negar su autoría y su personalísima visión del mundo.
Hemos conocido, de esta manera, a un sinfín de realizadores que han colocado a Europa como el continente referencial para este tipo de cine, altamente expresivo y que se ha desarrollado de diferentes maneras, dependiendo de la época y del país del que provenían este grupo de realizadores. Cineastas como el portugués Manoel de Oliveira, el sueco Ingmar Bergman, el soviético Andrei Tarkovski, o los italianos Michelangelo Antonioni y Pier Paolo Passolini son algunos ejemplos de realizadores reverenciados por los cinéfilos, pero que encontraron su gran mercado no en las grandes audiencias, si no en festivales especializados.
El húngaro Bela Tarr (Pecs, 1955) podría ser otro ejemplo de lo que veníamos comentando anteriormente. Con una filmografía bien conocida en círculos académicos, pocos son entre el gran público los que conocen la filmografía de este realizador, a pesar de los innumerables premios que ha recibido en diversos festivales con cada nueva obra que estrenaba. Gus van Sant lo califica como uno de sus referentes de los últimos años, y no son palabras gratuitas, pues se puede apreciar la influencia de Tarr en películas como GERRY (Gus Van Sant, 2002).
EL CABALLO DE TURÍN (2011) es, hasta el momento, la última película de Bela Tarr. Si hacemos caso a las palabras del cineasta húngaro, será de hecho su última película. El film que cerrará una obra que, pudiendo gustar más o menos, nadie podrá negar su autoría y su personalísima visión del mundo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El film se inspira levemente en un episodio de la vida del gran filósofo Friedrich Nietzsche, que en 1898, en la plaza Alberto de Turín, se lanzó al cuello de un caballo maltratado por su amo y entró en una etapa de locura y mutismo. El film cuenta la posible historia de ese caballo y de su amo y la hija de este.
EL CABALLO DE TURÍN es una película devastadora. Una oda a la desolación, a la pobreza y a lo miserable de la vida. Estructurada en 30 planos durante dos horas y media, a lo largo de seis días. Durante la proyección Bela Tarr nos sumerge en un mundo de tinieblas (realzado por la magnífica fotografía en blanco y negro de Fred Kelemen), de oscuridad. Siempre con la sensación de que algo horrible va a suceder. Un cataclismo, el fin del mundo se avecina (ese ambiente apocalíptico que nos invade desde el primer plano del caballo tirando pesadamente el carro mientras nos invade el sonido de un viento encrispado ayuda y mucho).
Lo prolongado de la duración de los planos, no por casualidad elegidos para aumentar esa tristeza, ese devenir de situaciones cotidianas que terminarán en muerte. Esas patatas cocidas, ese montar y desmontar del carro del caballo, esa lámpara tenue que se ilumina y se apaga... todo es una preparación para mostrarnos lo miserable de la existencia, una vida que no es vida. Un caminar del tiempo duro. Una carga tan pesada como el carro que tira el caballo durante el film.
EL CABALLO DE TURÍN es una película devastadora. Una oda a la desolación, a la pobreza y a lo miserable de la vida. Estructurada en 30 planos durante dos horas y media, a lo largo de seis días. Durante la proyección Bela Tarr nos sumerge en un mundo de tinieblas (realzado por la magnífica fotografía en blanco y negro de Fred Kelemen), de oscuridad. Siempre con la sensación de que algo horrible va a suceder. Un cataclismo, el fin del mundo se avecina (ese ambiente apocalíptico que nos invade desde el primer plano del caballo tirando pesadamente el carro mientras nos invade el sonido de un viento encrispado ayuda y mucho).
Lo prolongado de la duración de los planos, no por casualidad elegidos para aumentar esa tristeza, ese devenir de situaciones cotidianas que terminarán en muerte. Esas patatas cocidas, ese montar y desmontar del carro del caballo, esa lámpara tenue que se ilumina y se apaga... todo es una preparación para mostrarnos lo miserable de la existencia, una vida que no es vida. Un caminar del tiempo duro. Una carga tan pesada como el carro que tira el caballo durante el film.