La obra de Luc Besson, que como todo buen cinéfilo sabe va mucho más allá de su filmografía como director, podría fácilmente dividirse en dos grandes grupos: sus trabajos más sencillos y el resto, aquellos donde el barroquismo y el exceso se dan la mano en una sinfonía singular. Huelga decir en qué grupo situar su última aventura tras las cámaras: 'Lucy' (2014) es puro Besson, un conglomerado de efectos especiales y retorcidos giros argumentales que conforman un producto para masas en plena canícula, con Scarlett Johansson como principal reclamo y un Besson dubitativo entre los impulsos de su incuestionable autoría y los mandatos del cine de acción convencional, algo más liberado que en los últimos años, pero aún a años luz de su primera y más gozosamente personal etapa como cineasta.

La sinopsis, y su ficha técnica por supuesto, no deberían dar lugar a engaño. A la pobre Lucy le introducen una bolsa con una nueva droga de diseño en el cuerpo, y cuando dicha bolsa se rompe, ésta campará a sus anchas por su sangre y sus órganos, provocando que su capacidad cerebral aumente progresivamente del tímido 10-15% (que, según algunas teorías no demostradas empíricamente, poseemos los seres humanos) al 100%, con consecuencias imprevisibles y a cada cual más bizarra. Si uno espera una historia seria y reflexiva, puede ir buscando otros títulos en la cartelera. 'Lucy' ofrece lo que se espera de ella y, lamentablemente, nada más. Posee un arranque directo, lo cual se agradece, y un correcto y ágil desarrollo de los acontecimientos que asegura unos entretenidos, escuetos y llevaderos 85 minutos de metraje. Dentro del descerebre general existe una cierta lógica interna que hábilmente evita el peligro de cuestionar si todo lo mostrado obedece a una simple gratuidad narrativa y sólo cae en la desmesura en un desenlace que, de puro abigarramiento y exceso desatado (visual y conceptual al mismo tiempo), conquista sin remedio. Hay estilo y destellos marca de la casa, pero se siente bastante más convencional de lo que su premisa hace sugerir. Contiene algunas divertidas y excitantes secuencias de acción, pero todo se evapora una vez se abandona la sala de cine. Es cine autocombustible, tan fácil de ver como de olvidar, pero al menos no se tiene la sensación de que nos hayan dado gato por liebre. Si uno entra en su juego absurdo pasará un buen rato.

Por ahí pululan estrellas como Morgan Freeman (que parece últimamente enganchado a los cameos en películas de ciencia ficción y a no cuestionarse en qué clase de filmes aparecer) o Choi Min-sik (el protagonista de la inolvidable 'Old Boy' -2003-, aquí un estoico cabroncete poco más que formulario), pero importan bien poco: el músculo, la chicha y la limoná lo aporta Scarlett Johansson, quien demuestra una vez más lo bien que le sienta el traje de femme fatale, de mujer guerrera en un mundo de hombres. Su sensualidad y desparpajo desbordan la pantalla y mejoran el visionado para aquellos que, como un servidor, profesen admiración y deseo hacia la neoyorquina. No se esconde en ningún momento que la cinta sea su dominio casi privado: 'Lucy' es su show y ella soporta el peso del mismo sobre sus hombros como si de una pluma se tratara.

En definitiva, la última película de Besson tiende a la chorrada, pero es una chorrada entretenida. Intenta inflarla hacia el tramo final con un sustrato New Age que parece un resumen wikipédico de fundamentos más complejos que merecerían otra atención. Da miedo pensar lo que Kubrick, por poner un ejemplo, habría hecho con semejante argumento. Pero eso no son más que vanas ilusiones. Podría concluirse que Besson utiliza el 10% de su capacidad para ofrecernos un 5%, o quizá sea al revés, pero el caso es que 'Lucy', entretener, entretiene.

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