Hay interpretes que elevan el nivel de las producciones donde trabajan con su sola presencia, Helen Mirren es una de esas portentosas actrices que consigue nivela hacia arriba la mediocridad de un film de fórmula, y llevarlo hacia un terreno por lo menos disfrutable cada vez que aparece en pantalla.

Mirren interpreta a Maria Altmann, una mujer judía que tuvo que salir de Viena en plena Segunda Guerra Mundial llegando a vivir a EEUU, 60 años después regresa para recuperar las propiedades que les fueron confiscadas por los nazis, entre las que se destaca el retrato de su tía Adele pintado por Gustav Klimt.

Para ello se apoyará en el novel abogado que interpreta con demasiados esfuerzos Ryan Reynolds, que llevará el caso hasta la Suprema Corte de Justicia demandando a la nación austríaca, y con quien Altmann encontrará, después de ciertas desavenencias, un complemento perfecto para llevar adelante el caso y enfrentarse a su doloroso pasado.

Sin salirse nunca del manual de película basada en hechos reales durante la segunda guerra mundial, que incluye innumerables flashbacks que permitan la victimización y segura adhesión del espectador con el personaje principal, Curtis se apoya en su totalidad en el talento de Mirren para sacar adelante su relato.

Y es que a pesar de los esfuerzos de Ryan Reynolds de ponerse a la altura de la actriz inglesa, con sus inabarcables tics faciales como fruncir el ceño para dotar de intensidad su actuación, y de la sosa interpretación de Katie Holmes, Mirren no hace milagros pero si consigue aligerar el drama y volver hasta cierto punto disfrutable el relato.

Es obvio que con otra actriz de menor categoría este film estaría cerca del desastre, sin embargo hay que apuntar que Curtis acierta en lograr por momentos un relato emotivo y llevadero de la mano de su actriz, aunque el pronunciado subrayado de ciertas situaciones tiren abajo sus buenas intenciones.

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