Cuando se estrenó la primera de las películas de Madagascar, lo que todo mundo recordaba era a esos locos e incorrectos pingüinos que se habían robado la película, ahora, luego de dos secuelas y una serie animada llega, quizás un poco tarde, su propia película.

Esta nueva aventura arranca algunos años atrás, cuando Skkiper, Kowalski y Rico salvan el huevo del que nacerá Cabo, al que integrarán a su grupo, de ahí la acción salta a la tercera parte de Madagascar, la del circo itinerante, de donde los pingüinos habrán de huir para intentar perpetrar un robo.

Sus planes se vendrán abajo porque un viejo conocido de ellos, un pulpo al que opacaron en todos los zoológicos en los que convivieron, los secuestra presa del resentimiento acumulado con la idea de probar en ellos una sustancia que los mutaría en feos monstruos, y así, lograr que la gente deje de preferirlos.

La primera hora de la película es increíblemente divertida, una seguidilla de chistes y referencias de todo tipo, llenos de incorrección y con el sabor típico al que nos han acostumbrado estos personajes, pero cuando la historia avanza, aparece el villano, y hay que desenmarañar el conflicto, el relato se topa una y otra vez con lugares comunes y chistes repetidos que generan una última media hora realmente aburrida donde el humor es imposible de sostener.

El gran problema de ‘Los pingüinos de Madagascar’ se presenta cuando éstos deben compartir aventuras, hazañas y pantalla con un comando ultra avanzado que forman parte de una operación encubierta que cuida a los animales, integrado por cuatro personajes que no logran ponerse a la altura de la comicidad y empatía de la que gozan los pingüinos.

Aún así, siendo que la historia de los pingüinos queda a deber una mejor película, resulta por igual es una experiencia bastante disfrutable, de la que todo mundo saldrá con una gran sonrisa dibujada en el rostro.