Promisorio el debut de Santiago Cendejas, montador entre otras películas de Miss Bala de Gerardo Naranjo, quien le produce su muy interesante, aunque no del todo lograda, ópera prima filmada en 16mm.

Una noche en la Ciudad de México, hay toque de queda y un apagón tiene a todos en penumbras, todos excepto Juan y Mercedes (Harold Torres y Edwarda Gurrola), esposos que recién se han cambiado de casa y tiene una fiesta con amigos, alcohol, drogas y música gracias a, según Juan, un “inventito” que les permite tener energía eléctrica.

Ante las quejas de los vecinos y el acoso de un policía (Noé Hernández), Juan decide quitar la música y con ello la fiesta termina, sus invitados se retiran, los esposos tratan de tener intimidad pero descubren que un tipo les observa desde la calle, parado justo frente a su casa.

La oscuridad ayuda a generar inquietud en la pareja ante el acoso del extraño sumando a ello hecho violentos que suceden en la calle a causa de una posible manifestación en, quizás hechos que tienen que ver con la transición política en 2012, momento del que la película pareciera volverse analogía.

Con una arriesgada puesta en escena, donde se apuesta al desconocimiento de los hechos, al uso del fuera de campo y sobre todo al abuso de escenas en casi completa oscuridad, la ópera prima de Cendejas consigue momentos realmente inquietantes en sus primeros dos actos.

Todo lo conseguido hasta entonces termina desvaneciéndose ante un inesperado giro en el último tramo del metraje, giro que sorprende pero que a pesar de resultar una idea brillante, fracasa en la ejecución.

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