En 1975 se estrenó “Tiburón” de Steven Spielberg, la película fue un enorme éxito mundial como un año antes ya lo había sido el libro, un best seller de Peter Benchley.

La historia comienza cuando en el pequeño pueblo costero de Amity, que vive casi exclusivamente del turismo, una bañista nocturna es atacada por algo que la platea solo intuye es un tiburón. A partir de allí cada día comienzan a contarse nuevas víctimas.

El problema es que los ataques suceden justo al comienzo de la temporada turística y pone en riesgo los intereses del pueblo.
Así, el film ofrece una ácida mirada al choque entre los intereses económicos y el sentido del deber. ¿Qué hacer, seguir adelante como si nada pasara y salvar la temporada, o actuar con precaución y priorizar el cuidado de las vidas humanas?

El dilema no era novedoso. Al contrario, ya en 1882 la obra “Un Enemigo del Pueblo”, de Henrik Ibsen, relata la historia del Dr. Stockman y del balneario termal en el que vive. Stockman descubre la existencia de una bacteria en el agua que representa un peligro para la población y los visitantes de las termas. Intenta persuadir a la clase política para reconocer y enfrentar el problema.

Sin embargo, como el hallazgo atenta contra los bolsillos de mucha gente, pronto se encuentra solo y presionado a negar públicamente su descubrimiento. Entre la espada y la pared, el Dr. Stockman decidirá seguir adelante con sus principios y gritar la verdad aún contra los intereses creados. El nudo de la obra del Ibsen se encuentra en el silencioso papel de la opinión pública. El dilema, que recién se resuelve al final, es saber qué actitud va a tomar no el poder sino en el pueblo.

El drama de Ibsen no tiene un final feliz ya que toda la población se encuentra atrapada en la misma ceguera e hipocresía del aparato de poder que convierte al Dr. Stockman en “El Enemigo del Pueblo”.