He llegado tarde. Cualquier cosa que pueda decir de esta película, ya se ha escrito: críticas bellísimas de factura impecable, opiniones durísimas, reseñas que conmueven y te dejan el corazón en un puño, juicios que la tachan de sucia y hasta de absurda, buenas y malas redacciones, concisas y crípticas, profundas y superficiales, poéticas y de todo a cien... Sí, definitivamente he llegado tarde.

Yo, que tiendo a dejarme cautivar por las películas con narrador, encontré en ésta todo un referente, una historia cruda, fea, sucia y desagradable, pero contada de un modo que conmueve. Porque la poesía sirve de lenitivo al dolor, porque las palabras sobrevuelan la escena en todo momento y llegan a impulsos, hiriéndote a veces, acariciándote otras, golpeándote siempre y todo ello con la magia de una voz llegada de lejos, con la cadencia de su hilo, con la brutalidad de una belleza que todo lo llena. En definitiva, diré que es una película que duele, que se te mete dentro. Y aunque a veces te rías de las ocurrencias del niño Lozzone, sientes que, en el fondo, esa risa sofoca un sollozo...

“Y me iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el Valle de los avasallados”, sentencia
finalemente la voz, y retoma la búsqueda infinita por miles de legajos viejos que el viento lleva incansablemente salvándolos de la destrucción y del olvido. Y mientras el viejo “domador de versos” persista en su tarea, el recuerdo de un niño seguirá vivo.