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Voto de Baxter:
10
7,8
43.404
Drama
Alvin Straight (Richard Farnsworth) es un achacoso anciano que vive en Iowa con una hija discapacitada (Sissy Spacek). Además de sufrir un enfisema y pérdida de visión, tiene graves problemas de cadera que casi le impiden permanecer de pie. Cuando recibe la noticia de que su hermano Lyle (Stanton), con el que está enemistado desde hace diez años, ha sufrido un infarto, a pesar de su precario estado de salud, decide ir a verlo a ... [+]
9 de noviembre de 2007
79 de 92 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Lynch es un artificiero del cine: bombardea áreas inexploradas y las adorna con un lenguaje especial, desmenuza la narración con tratamientos diferentes y siempre con el objetivo de huir de lo políticamente correcto. Sus comienzos son tenebristas, con películas en donde explora la mente humana en busca de respuestas, como Cabeza borradora y El hombre elefante, aunque no por ello deja de convertirse en uno de los cineastas más singulares de Estados Unidos. No sólo porque sus películas tienen siempre un tono de surrealismo sutil y obedecen a pretensiones rupturistas con moldes de todos conocidos, sino también porque Lynch se las arregla, nadie sabe a ciencia cierta cómo, para ofrecer puntos de vista alternativos a historias singulares. Es un director único, astuto emprendedor, sagaz guionista y sensacional hombre de negocios, aunque en los últimos tiempos parecía atravesar un largo periodo de infertilidad cinematográfica.
Pero este periodo se rompió en el año 1999 en el Festival de Cannes, donde Lynch estrenó Una historia verdadera entre la perplejidad de sus incondicionales, que no encontraron en la pantalla las huellas de su profeta, y el asombro de sus detractores ante el abandono del director de su busca a cualquier precio de la originalidad. A cambio, el cineasta daba lecciones de hondura, de humildad y de plena inteligencia, elaborando sobre un vibrante y sólido guión ajeno una de las películas más elegantes y conmovedoras del último cine estadounidense.
Pero este periodo se rompió en el año 1999 en el Festival de Cannes, donde Lynch estrenó Una historia verdadera entre la perplejidad de sus incondicionales, que no encontraron en la pantalla las huellas de su profeta, y el asombro de sus detractores ante el abandono del director de su busca a cualquier precio de la originalidad. A cambio, el cineasta daba lecciones de hondura, de humildad y de plena inteligencia, elaborando sobre un vibrante y sólido guión ajeno una de las películas más elegantes y conmovedoras del último cine estadounidense.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Una historia verdadera está basada en un hecho real sucedido en el año 1994 y protagonizada por un anciano enfermo de 73 años, Alvin Straight, quien viajó desde la población estadounidense de Laurens, Iowa, a la de Mt. Zion en Wisconsin montado en una pequeña segadora John Deere, con el firme propósito de ver a su hermano gravemente enfermo también y con quien no se hablaba desde hacía más de una década. Con estos antecedentes, David Lynch se lanza a realizar una película ajena a su estilo habitual pero que se convierte en su trabajo más intimista y sincero.
Una historia verdadera cuenta uno de los más emocionantes itinerarios recorridos por el honor de la especie. El anciano Alvin no veía a su hermano Lyle desde hacía una década. Estaban enemistados desde su juventud. Pero la noticia de la inminencia de su muerte barrió los restos del orgullo y el hombre cruzó, empujado lenta y pacientemente por la fraternidad, el inmenso territorio que separa a Caín de Abel. El viaje fue duro, épico, pero no fatigó a un espíritu tan libre que fue capaz de escribir con su sudor el libro de una epopeya vivida y no imaginada.
Es una odisea íntima, un viaje iniciático en un carrito de jardín, atravesando distancias ciclópeas para cumplir un pequeño rito de reencuentro entre dos hermanos enemigos que van a dejar de odiarse gracias a la simplificación de las cosas que trae a la vida la intromisión en ella de la muerte. Lynch recupera con la película su contacto con los hombres y lo que hay en ellos de no efímero, de no sujeto a la erosión y a la inanidad de la moda, de imperecedero.
Lynch observa y vigila desde detrás de la cámara los pausados movimientos de Alvin, la carretera interminable y el colorido paisaje americano que parece sacado de los dibujos hiperrealistas de Norman Rockwell. Define con sutileza a los personajes que salen a su encuentro, forjando un complejo y a la vez caleidoscópico cosmos de personalidades y afectos espontáneos, un universo en donde todo resulta relativo según se van superando las diferentes etapas vitales: visceral y rebelde desde la juventud, equilibrado desde el punto de vista de la madurez, sosegado y redentor desde el de la muerte cercana. Un paseo por el corazón de la vida en esta optimista obra maestra de incalculable valor que ha iluminado, sin duda, los sombríos caminos cinematográficos que había emprendido Lynch en obras anteriores.
El genial actor Richard Farnsworth, que representa al viejo Alvin, atrapó a este director de gran oficio y le devolvió el gusto por lo verdadero. Las brillantes mentiras que Lynch nos venía vendiendo desde hace algún tiempo encuentran aquí el glorioso muro de la intransigencia de la verdad. Y sin poner ni una idea autoral, ni escribir una línea del guión, Lynch logra hacer aquí la película más suya de cuantas ha realizado.
Una historia verdadera cuenta uno de los más emocionantes itinerarios recorridos por el honor de la especie. El anciano Alvin no veía a su hermano Lyle desde hacía una década. Estaban enemistados desde su juventud. Pero la noticia de la inminencia de su muerte barrió los restos del orgullo y el hombre cruzó, empujado lenta y pacientemente por la fraternidad, el inmenso territorio que separa a Caín de Abel. El viaje fue duro, épico, pero no fatigó a un espíritu tan libre que fue capaz de escribir con su sudor el libro de una epopeya vivida y no imaginada.
Es una odisea íntima, un viaje iniciático en un carrito de jardín, atravesando distancias ciclópeas para cumplir un pequeño rito de reencuentro entre dos hermanos enemigos que van a dejar de odiarse gracias a la simplificación de las cosas que trae a la vida la intromisión en ella de la muerte. Lynch recupera con la película su contacto con los hombres y lo que hay en ellos de no efímero, de no sujeto a la erosión y a la inanidad de la moda, de imperecedero.
Lynch observa y vigila desde detrás de la cámara los pausados movimientos de Alvin, la carretera interminable y el colorido paisaje americano que parece sacado de los dibujos hiperrealistas de Norman Rockwell. Define con sutileza a los personajes que salen a su encuentro, forjando un complejo y a la vez caleidoscópico cosmos de personalidades y afectos espontáneos, un universo en donde todo resulta relativo según se van superando las diferentes etapas vitales: visceral y rebelde desde la juventud, equilibrado desde el punto de vista de la madurez, sosegado y redentor desde el de la muerte cercana. Un paseo por el corazón de la vida en esta optimista obra maestra de incalculable valor que ha iluminado, sin duda, los sombríos caminos cinematográficos que había emprendido Lynch en obras anteriores.
El genial actor Richard Farnsworth, que representa al viejo Alvin, atrapó a este director de gran oficio y le devolvió el gusto por lo verdadero. Las brillantes mentiras que Lynch nos venía vendiendo desde hace algún tiempo encuentran aquí el glorioso muro de la intransigencia de la verdad. Y sin poner ni una idea autoral, ni escribir una línea del guión, Lynch logra hacer aquí la película más suya de cuantas ha realizado.