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Voto de Antonio Morales:
7
Musical. Romance En un pueblo andaluz se celebra una boda. La novia sigue enamorada de su antiguo novio Leonardo. Una vez celebrada la ceremonia, se entrega pasionalmente a él y esa misma noche huyen juntos, pero el esposo abandonado los persigue... (FILMAFFINITY)
25 de junio de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pequeña obra de cámara la que nos brinda el cineasta aragonés, con una estilización elegante y a la vez minimalista. Producida por Emiliano Piedra, y recomendada por su esposa, Emma Penella, tras caer seducida por la magia que desprende el musical basado en la obra de García Lorca, en una representación teatral a la que asistió. Supone un triple encuentro con la fascinación. Fascinación de Antonio Gades por la obra del granadino; fascinación de Carlos Saura por la obra de Antonio Gades; fascinación, en fin, del espectador por esta obra maravillosa de Lorca, Gades y Saura. La versión del gran bailarín es una depurada síntesis del drama lorquiano, del que se elimina la palabra y se queda con la esencia del arte: con el gesto, es la música de las guitarras, el baile y la expresión corporal, la que nos va describiendo el drama.

Por medio de la danza Gades subraya, fiel a Lorca, el carácter eminentemente telúrico de una obra centrada en tres palabras: tierra, sangre y muerte. Elimina y subraya, pero también añade y explica. Como la obra en la que se inspira, la versión cinematográfica de “Bodas de sangre” está estructurada en tres actos precedidos de un extenso prólogo, tres partes que dan cuerpo narrativo a las tres ideas madre antes señaladas: una primera en torno a la madre y el novio, a la tierra y su fruto; una segunda centrada en la boda y la fiesta, en la cual se despliegan los elementos corales y se destilan las únicas gotas de alegría, y la tercera la ocupa el duelo, un apasionado cruce de navajas.

Decía Carlos Saura que quería hacer un documento sobre la creación, para transmitir al espectador esa fascinación que sólo se siente cuando se asiste a las ensayos, y no desde la lejanía del patio de butacas, y así es efectivamente, el extenso prólogo inicial describe, en un tono cordialmente documental, a los actores, músicos, cantaores y bailarines que van a interpretar ese ensayo de la futura representación ante el público. Nosotros como espectadores nos convertimos en testigos privilegiados al revivir, con la cámara de Teo Escamilla, no sólo el ensayo sino todos los preparativos del mismo, los pequeños rituales a la hora de prepararse, maquillarse o vestirse.

El milagro de la obra de arte, se producirá cuando, sumidos todavía en esa familiaridad de lo cotidiano, en ese trabajo repetido y fatigoso de los ensayos, de los movimientos más difíciles de la obra, surja ese ensayo general que se convierte en representación definitiva. Sobre esas paredes desnudas, bajo la expresión de la danza, la cámara se convierte en espectador y actor del drama, puro hechizo y encantamiento, grandes planos generales con movimientos corales. Destaca por encimo de todos, un Antonio Gades pletórico con su magnetismo y su magia para atraer a la cámara y seducirla, sin olvidarnos de una excelente Cristina Hoyos por su naturalidad y carisma. Momento especial es la nana que interpreta Pepa Flores (Marisol) y Pepe Blanco cantando el pasodoble “Ay mi sombrero”. Pocas veces se describió mejor el arte flamenco.
Antonio Morales
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