Increíble bodrio, tanto la historia real como la película. Insoportable al ciento veinte por cien, pero vale la pena (en sentido estricto) sufrirla como expresión de lo que es un bluff pedagógico y de la figura demasiado frecuente del educador megalómano y salvamundos. Todos los tópicos insufribles del gremio y los pasables de Bollain, juntos para peor.
Lo mejor que pueden hacer directora y actriz es negar cualquier relación con el engendro, o aducir mal de altura.
Lástima, en fin, de las tonterías añadidas que dicen la mayor parte de los críticos de cine y, con mayor motivo, de los melifluos sentimientos expresados por tantos profes cuando se estrenó.
A olvidar.