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Voto de Servadac:
10
5,9
52.122
Drama
Estados Unidos, años 50. Jack (Hunter McCracken) es un niño que vive con sus hermanos y sus padres. Mientras que su madre (Jessica Chastain) encarna el amor y la ternura, su padre (Brad Pitt) representa la severidad, pues la cree necesaria para enseñarle al niño a enfrentarse a un mundo hostil. Ese proceso de formación se extiende desde la niñez hasta la edad adulta. Es entonces cuando Jack (Sean Penn) evoca los momentos trascendentes ... [+]
8 de octubre de 2011
195 de 232 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Conocimiento excede la capacidad del ser humano. Alcanzar en vida la Verdad es menos ciencia que poesía –es movimiento interno y espiritual.
“Todos los hombres desean por naturaleza saber”, reza la primera frase de la Metafísica de Aristóteles. El científico se embarca en la aventura de la comprensión ilimitada. Su recorrido es épico y hermoso: Argonautas en pos del Vellocino de las Explicaciones Permanentes. Murciélagos de luz en la caverna de Platón.
El Conocimiento sería patrimonio de Dios o del vacío, nos dice Malick en ‘El árbol de la vida’. El hombre de ciencia observa el infinito mientras mide la derrota de su propio entendimiento. Wittgenstein concluye en su Tractatus: “De lo que no se puede hablar hay que callar.” En ese punto exacto empieza el Arte.
===
‘El árbol de la vida’ no es fácil ni difícil. Es un recorrido emocional sin solución. Se equivocan –creo– quienes quieran ver en esta cinta un teorema. El montaje tiene el pulso de lo vivo intemporal y, sin embargo, está dentro del tiempo. Un aleteo fascinante, continuo y discontinuo. Cómo se acerca el objetivo hasta el farol –para frenarse casi en seco. Secuencias que contienen cortes con pequeños saltos espaciales, como un jadeo leve entrecortado. La cámara respira. La imagen siente la frontera, no puede ir más allá.
La idea de que existe un paso infranqueable me parece medular en la película. Un paso que tampoco el arte puede dar, pero que sí se intuye desde el arte. Un paso que, como diría George Santayana, apunta a encrucijada entre poesía y religión. No entendidos como dogma o artefacto intelectual, sino como raíz del sentimiento puro y empatía de lo vivo con lo vivo –llamadlo amor, si queréis, lo cursi no siempre ha de evitarse.
“Todos los hombres desean por naturaleza saber”, reza la primera frase de la Metafísica de Aristóteles. El científico se embarca en la aventura de la comprensión ilimitada. Su recorrido es épico y hermoso: Argonautas en pos del Vellocino de las Explicaciones Permanentes. Murciélagos de luz en la caverna de Platón.
El Conocimiento sería patrimonio de Dios o del vacío, nos dice Malick en ‘El árbol de la vida’. El hombre de ciencia observa el infinito mientras mide la derrota de su propio entendimiento. Wittgenstein concluye en su Tractatus: “De lo que no se puede hablar hay que callar.” En ese punto exacto empieza el Arte.
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‘El árbol de la vida’ no es fácil ni difícil. Es un recorrido emocional sin solución. Se equivocan –creo– quienes quieran ver en esta cinta un teorema. El montaje tiene el pulso de lo vivo intemporal y, sin embargo, está dentro del tiempo. Un aleteo fascinante, continuo y discontinuo. Cómo se acerca el objetivo hasta el farol –para frenarse casi en seco. Secuencias que contienen cortes con pequeños saltos espaciales, como un jadeo leve entrecortado. La cámara respira. La imagen siente la frontera, no puede ir más allá.
La idea de que existe un paso infranqueable me parece medular en la película. Un paso que tampoco el arte puede dar, pero que sí se intuye desde el arte. Un paso que, como diría George Santayana, apunta a encrucijada entre poesía y religión. No entendidos como dogma o artefacto intelectual, sino como raíz del sentimiento puro y empatía de lo vivo con lo vivo –llamadlo amor, si queréis, lo cursi no siempre ha de evitarse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La cinta no es perfecta. No comprendemos la función del tercer hijo, es apenas tolerable el afán de Brad Pitt por imitar los gestos (ceño fruncido, quijada salediza) del inimitable Marlon Brando. No todas las secuencias están igual de conseguidas. El personaje de Sean Penn se desdibuja en un metraje restringido quizás por las exigencias comerciales.
Pero la infancia. Los hermanos. La aspereza en el contacto del padre con sus hijos (la mano dura y cariñosa). La madre idealizada. El juego de sonrisas y rencores. El pie recién nacido. Dos niños y una puerta acristalada. La tensión en los almuerzos familiares… El peso incomprensible del azar o la necesidad.
Hay cierto parecido rítmico y tonal con 2001, aunque la referencia estructural más clara es ‘El espejo’, de Tarkovski –la madre, al levitar, es cita y homenaje.
Malick abre y cierra la oración por el hermano fallecido con una simple vela –ambos planos, que abarcan casi la totalidad de la película, configuran un paréntesis formal que contiene los recuerdos y las sensaciones de familia, vistos, sobre todo, desde la perspectiva del mayor de los hermanos.
En esta cinta no hay respuestas. Que nadie busque en ella un libro de autoayuda. Cuando el hermano ya adulto se decide a pasar por el umbral (la cámara, al fin, también franquea el marco de la puerta), la playa es como un limbo. En esa escena, el sexagenario Malick comparte con nosotros un sencillo e íntimo deseo. Un deseo con trazas de pregunta universal: ¿por qué no algo en vez de nada?
===
Se dice que, en el instante previo al estertor, la vida entera pasa por los ojos moribundos, como si fuera una película. La muerte nos regala unos segundos de aparente eternidad. No me extrañaría que se proyectara, en esa última sesión, algo parecido a ‘El árbol de la vida’.
Pero la infancia. Los hermanos. La aspereza en el contacto del padre con sus hijos (la mano dura y cariñosa). La madre idealizada. El juego de sonrisas y rencores. El pie recién nacido. Dos niños y una puerta acristalada. La tensión en los almuerzos familiares… El peso incomprensible del azar o la necesidad.
Hay cierto parecido rítmico y tonal con 2001, aunque la referencia estructural más clara es ‘El espejo’, de Tarkovski –la madre, al levitar, es cita y homenaje.
Malick abre y cierra la oración por el hermano fallecido con una simple vela –ambos planos, que abarcan casi la totalidad de la película, configuran un paréntesis formal que contiene los recuerdos y las sensaciones de familia, vistos, sobre todo, desde la perspectiva del mayor de los hermanos.
En esta cinta no hay respuestas. Que nadie busque en ella un libro de autoayuda. Cuando el hermano ya adulto se decide a pasar por el umbral (la cámara, al fin, también franquea el marco de la puerta), la playa es como un limbo. En esa escena, el sexagenario Malick comparte con nosotros un sencillo e íntimo deseo. Un deseo con trazas de pregunta universal: ¿por qué no algo en vez de nada?
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Se dice que, en el instante previo al estertor, la vida entera pasa por los ojos moribundos, como si fuera una película. La muerte nos regala unos segundos de aparente eternidad. No me extrañaría que se proyectara, en esa última sesión, algo parecido a ‘El árbol de la vida’.