Uno de los últimos hitos del cine italiano, haciendo de su autor una de las vacas sagradas de la actualidad y que le reportara a éste el Oscar a la mejor película extranjera. Profundamente enamorada de sí misma, de tal forma que delata pleno orgullo y felicidad con la conclusión de cada escena, "La gran belleza" combina esplendor técnico/formal, auténtica y luminosa belleza decadente, con no poca pretenciosidad no del todo bien entendida.
Sorrentino nos regala un personaje, Jep Gambardella, memorable porque así lo hace un genial Toni Servillo, y lo hace en base a clásicos fellinianos como "La dolce vita" o "Fellini, ocho y medio". Pero Sorrentino vampiriza al genio Federico y acaba transmutándose en sí mismo, en su propio arte de autoseducción y flirteo.
"La gran belleza" es un fastuoso paseo por la Roma actual, para mostrar esa "dolce vita" 40 años después. Desde el balcón dónde se ve el icónico Coliseo, no hay mejor metáfora para encauzar su discurso: grandiosidad, ruina, solidez, decrepitud, historia. Estamos ante una crítica/sátira de la grotesca mediocridad de la alta burguesía que, vacua y aburrida en pleno apogeo festivo, desfila por Roma. El paseo nos lo da Gambardella/Servillo y tras él se esconde pura nostalgia, incluso dolor, por un mundo sin alma, de apariencias.
No es una película redonda, es muy irregular: puede ser fastidiosa por momentos, insultantemente presumida en otros pero contiene pasajes memorables: la visita de la alta sociedad al cirujano plástico a que les ponga su dosis, la primera fiesta, el entierro, la jirafa.
Casi nadie lo piensa, pero "La juventud" es mucho mejor, más pulida y sincera que "La gran belleza". Es, por fin, un acto de onanismo de Sorrentino culminado y pleno, mientras aquí es sincopado y brillantemente desigual.