No One Killed Jessica

En 1999 un joven modelo, llamada Jessica Lall, fue asesinada en Delhi de un disparo al no querer venderle a un muchacho una bebida más en el bar de la discoteca en la que trabajaba. El culpable estuvo allí a la vista de todos, pero cuando su familia, y sobre todo su hermana Sabrina, intentan que se procese al asesino de su hermana parece como si nadie lo hubiera visto, gracias a la influencia de su poderosa familia. A partir de ahí comienza un largo intento por que se haga justicia en un caso en el que la esperanza parece perdida, pero que conseguirá sus frutos con los años y la ayuda de una periodista, Myra, que lo hará trascender.
Basada en una historia verídica, esta reciente cinta tuvo un destacado éxito de público y crítica, gracias a la atracción que suponen sus dos actrices principales, ambas bastante aceptable en sus respectivos papeles, Vidya Balan y Rani Mukherjee.
Sn duda, lo mejor es la reivindicación de la justicia ante un caso en el que el poder y la persuasión habían primado ante la verdad para encerrar al culpable, así como el suspense del principio y otros momentos o algunas canciones de la banda sonora. Sin embargo, hay veces en las que el argumento flojea, lo que no impide que sea un película de cierto interés, aunque algo occidentalizada para mi gusto.

Nunca como en este caso sentí la diferencia entre el mensaje de una película y la manera en que se transmite ese mensaje; o, si se quiere, entre el contenido y la forma.

El contenido del film es esencial: un caso entre los miles que hay permanentemente en todo el mundo de sumisión y doblegamiento de la justicia, aquí con un final feliz que se corresponde con la realidad que describe. En este aspecto es un film sin concesiones, imprescindible de ver para todos y en particular para los jóvenes que luchan por un mundo mejor, más igualitario y democrático.

Pero la forma tiene tantos puntos débiles que en algún momento uno se cansa de esta larga película y puede dejar de verla. Su ingenuidad, su casi infantilismo en la descripción de ciertas situaciones, su endiosamiento sin matices de la “heroína”, y sus largos momentos, inexplicables, de cámara fija me hicieron recordar las primeras épocas del cine argentino —no de todo él, por suerte—, emocional hasta lo sensiblero, siempre con algún héroe inmaculado que defiende una causa noble, y con una dirección que parecería de aprendiz.

Lástima que un caso real tan histórico e instructivo se transmita así, y nos genere un conflicto entre la adhesión a sus justos principios y el rechazo por su endeble comunicación.