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Five Dedicated to Ozu

6,5
233
Documental Cinco secuencias: 1) Una pieza de madera en la orilla, llevada por las olas. 2) Gente andando en la orilla del mar. El más viejo se para, mira el mar y luego se va. 3) Formas borrosas en una playa invernal. Un grupo de perros. Una historia de amor. 4) Un grupo de patos chillones cruzan la imagen, en una dirección y luego en la otra. 5) Un estanque, por la noche. Ranas improvisando un concierto. Una tormenta, luego el amanecer. (FILMAFFINITY) [+]
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
31 de marzo de 2010
28 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
De vez en cuando, se cuela en el circuito cinematográfico actual, alguna propuesta que reaviva el debate en torno a las cada vez más permeables fronteras entre las distintas formas de expresión audiovisual (ficción, documental, televisión, videojuegos, teatro filmado, video doméstico, animación, video-instalación, etc.), generando un mar de preguntas que cuestionan incluso la propia naturaleza del cine y los confusos límites entre arte e industria.

En ese sentido, “Five” es una de las apuestas más radicales que se han podido ver proyectadas en los últimos tiempos (de hecho no se concibió inicialmente para su exhibición en salas) y es muy probable que no hubiera podido disponer de semejante oportunidad, sino fuera gracias al prestigio internacional ganado anteriormente por su realizador con obras un poco menos arriesgadas.

Kiarostami ya partía en sus inicios de un cine en apariencia sencillo y práctico (que como en “Five”, encerraba ya una compleja propuesta teórica), con pequeñas historias de ficción a las que era capaz de dotar de tensión y realismo con un mínimo de recursos; pero aquí lo lleva al límite, prescindiendo de equipo, actores e historia, despojándose de todo hasta quedarse simplemente con el entorno, observando con paciencia sus cambios casi imperceptibles, seleccionando sus ritmos, a medio camino entre el azar de encontrarlos y la necesidad de buscarlos, los graba y los monta con apenas unos retoques de luz y sonido, en cinco largos planos secuencia que requieren de la misma paciencia y complicidad por parte del espectador.

Se trata de una obra “elemental” en el sentido más amplio y positivo del término, pues a parte de su clara vocación de sencillez, juega con los cuatro elementos clásicos: agua (el mar, el estanque, la lluvia), aire (el cielo, el viento), fuego (la luz del sol, el reflejo de la luna) y la tierra (la arena de la playa, el pavimento del paseo), más un quinto: la vida, que atraviesa con cada una de sus manifestaciones (madera, personas, animales y cantos) a los cuatro anteriores.

Se suma, por tanto, a la teoría de que menos es más y que para captar un cambio mínimo hace falta prolongar el plano cinematográfico un máximo, como en una rampa que cuanta más altura queramos alcanzar con ella, más largo tendrá que ser el plano inclinado y la distancia a recorrer, lo cual requiere un tiempo extra que se verá recompensado al final del esfuerzo.

Sin duda, hemos perdido en gran parte esa capacidad de quedarnos absortos viendo el paso de las nubes, las llamas de una hoguera, el fluir del agua en un río, un cielo estrellado o la caída de las hojas en otoño, debido al ritmo frenético y a la saturación inabarcable de imágenes impactantes que nos impone la vida moderna.

En “Five” se nos invita a una singular sesión de talasoterapia, a una especie de balneario para los sentidos, donde recuperar esa calma en la mirada, necesaria para retener en la retina la huella del paso del tiempo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
txusfin
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