No acostumbro a perder el tiempo viendo pestiños como "El escondite" porque, entre otras cosas, todavía me queda muchísimo buen cine por degustar. Sin embargo, después de haber disfrutado como un cochinillo con las últimas 7 u 8 pelis valoradas, me apetecía descargar algo de adrenalina verbal triturando a placer algún film inmundo de esos que corren por ahí. Con tal propósito me metí entre pecho y espalda una bazofia como "El escondite". Dicho ñordete satisfacía mis depravados anhelos a las mil maravillas, a la par que me dispensaba una sesión de cine informal y liviana.

La peli, previsible hasta el hartazgo, proclama a los cuatro vientos su inconsistencia y futilidad desde los primeros minutos. Los típicos y tópicos recursos del género se van amontonando sin gracia ni sustancia y, paralelamente, los primeros bostezos empiezan a aflorar subrepticiamente. La categórica constatación de ver a De Niro prostituyéndose por un plato de lentejas desvía mi atención hacia la interpretación de esa jovencita llamada Dakota Fanning. Deseo fervientemente agarrarme a algún elemento tangible que mantenga mi atención y combata mi somnolencia, pero todo resulta inútil. La conducta repelente y aséptica de Dakota dilapida mis últimas esperanzas de calificar la película con algo más que unas benévolas tres estrellitas.

Polson alterna monotonía con disparate, batiendo con pulso firme una masa argumental infecta con la que elabora un buñuelo narrativo con más aire que sustancia. Secuencias como el entierro del gato en plena noche o la cena romántica entre la macizorra Elisabeth Shue y abuelete De Niro resultan absolutamente lamentables. La primera por ridícula, la segunda por inverosímil.

Sigo en spoiler por exigencias del guión.