No resulta tarea fácil realizar una película cuya temática se basa en explorar las relaciones paterno-filiales y los problemas de asunción de la identidad propia en la mediana edad. O mejor dicho, lo que no resulta fácil es hacer todo esto sin caer en el dramatismo exagerado y en la moralina familiar conservadora.

Este es el gran mérito de este film, que consigue retratar todo este complejo mundo tomando una posición, distante, alejada sin caer por ello en la frialdad. De lo que se trata es de ofrecer una visión sosegada y seria, sín mostrar demasiada simpatía por los personajes pero dejando al espectador que elija cuales son los sentimientos a albergar hacia ellos.

Por ello es de agradecer el esfuerzo por mostrar a unos seres humanos reales, con sus miserias y sus sentimientos nobles, con sus debilidades y virtudes, sin caer en el victimismo autocomplaciente ni en la tentación de hacer un discurso maniqueo mostrando personajes planos y unidireccionales.

Todo ello se consigue gracias a un acertado guión, que no necesita frases rimbombantes ni presuntamente trascendentes para explicar los sentimientos, a un tono que sabe mezclar el drama, que no el dramón, con sutiles toques de humor negro dosificados en su justa medida para no caer en una esperpentización del film, y sobre todo a la actuación de dos monstruos de la gran pantalla como Phillip Seymour Hoffman y Laura Linney cuya actuación viene a demostrar una vez más que son dos de los mejores actores de la escena actual.

Esta es pues una meritoria película, tanto por su forma como por su fondo, porque no necesita más recursos que mostrar al ser humano como lo que es, un espectro de emociones y sentimientos variables y porque demuestra que nada conmueve más que extraer un pedazo de la vida real y ponerlo delante de nuestros ojos.


Lo mejor: Su duo protagonista.
Lo peor: Algún personaje poco trabajado que cae en arquetipo.