En Celda 211 todo es desproporcionado. El guión ensarta una serie de casualidades y despropósitos que, a poco que uno lo piense, forman una bola difícil de digerir. Pero a pesar de lo rizado de la trama, de lo rocambolesco de las sistuaciones, la película interesa, engancha y te obliga a seguirla hasta el final, un inevitable remache del fatalismo. Con todo, la idea daba para mucho más y el resultado nos deja muchas cuentas pendientes, muchas objeciones a lo que podría haber sido una película redonda.

Por ejemplo, las actuaciones. Salvando a Tosar, grande, y a Marta Etura, natural, sencilla y con una sonrisa encantadora, los demás de pena, especialmente el coprotagonista, Alberto Ammann: increíble; es decir, carece de toda credibilidad, en ningún momento llega a transmitir las angustias por las que su personaje deambula. Y Resines, ay, ¿quién le dijo a éste que era actor? Los secundarios, sin excepción, una pandilla de mediocres de la zona baja del montón.

Durante todo el metraje, como un chirrido constante, también se antoja inverosímil las reacciones y las diligencias del Gobierno en afrontar el motín y los altercados subsiguientes. Pero tratándose concretamente del Gobierno Español, amén, nada que objetar, todo es posible con Zapatero o con Rajoy, sobre todo el empleo de la estupidez autóctona y la pertinaz metedura de pata.

En definitiva, un film más aparente que brillante, que se ve bien y con cierto grado de enganche, pero ni lo piense ni lo analice demasiado.