En 1971, Don Siegel filmó la magistral "Harry el Sucio", una película cuyo villano estaba basado en un asesino en serie que aterrorizó los Estados Unidos durante, aproximadamente, una década. Ahora, el brillante David Fincher ha decidido dirigir un film sobre lo que realmente ocurrió, narrando una interesante historia sobre uno de los casos más famosos sin resolver del país norteamericano. El guión es sobrio y potente, narrando con un realismo palpable una investigación policial que se veía trabada por múltiples circunstancias, entre ellas, la dichosa burocracia que raramente aparece en un thriller. Y es que Fincher parece haber abandonado dicho género (aunque sólo momentáneamente) para contar una historia tipo documental, aunque eso sí, con varios ingredientes gracias a los cuales, a pesar de su larga duración, los espectadores quedarán completamente enganchados a su trama. Podríamos hablar de un reparto coral, ya que existen varios protagonistas entre periodistas y policías. Los diferentes caracteres están bien definidos en función de sus distintas y variadas peculiaridades, aunque a varios de ellos les une un vínculo común: la obsesión, muy bien tratada en todo el relato, desde sus orígenes hasta sus últimas consecuencias. Además del buen hacer de todo el reparto, hay que destacar la impecable puesta en escena de Fincher, con una precisión tal a la hora de reflejar el cine de los setenta, tanto en estética como en banda sonora, que uno siempre tiene la sensación de que en cualquier momento va a aparecer Clint Eastwood blandiendo su Magnum 44 y rezando uno de sus monólogos sobre las balas que le quedan o su clásico "alégrame el día". Además la realización se adorna con una serie de planos aéreos portentosos, dignos de la escuela de Brian de Palma. Así pues, un notable film con el que Fincher crece como director, muy recomendable para todo aquel que guste del buen cine.