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Voto de Archilupo:
8
Comedia Un infeliz gendarme, fiel cumplidor de su trabajo, se enamora perdidamente de una prostituta a la que detiene en una redada. Por ella dejará su trabajo, se enfrentará al chulo que la explota y, gracias a un golpe de suerte, se convertirá en el nuevo matón del pintoresco barrio de "Les Halles", el mercado de abastos de París. A partir de ese momento, aunque con ciertos escrúpulos, vive de la chica, que lo considera su nuevo protector, y ... [+]
1 de junio de 2008
45 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con su característico cinismo vitalista, Wilder centra la historia en los alrededores del hervidero humano de Les Halles, en el submundo de la prostitución callejera (consorcio de proxenetas de mano suelta y gendarmes que miran para otro lado incluidos), y aplica un enfoque tan sardónico como indulgente, eficaz en cualquier caso: la fórmula infalible de las comedias escritas a cuatro manos con Diamond.

Gendarmes que mientras se les llena el quepis de francos miran todos para otro lado… todos menos uno, el reglamentista Néstor Patou (Jack Lemmon en su línea histriónica): ahí empieza el enredo, la ginkana narrativa que gira y gira entre el hostal Casanova, la buhardilla de Irma (seductora Shirley MacLaine, de prendas verdes) y el bar-residencia de Moustache el fantasioso, que regala al lenguaje coloquial la frase “¡Pero ésa es otra historia…!”.

Las películas de Wilder están llenas de bifurcaciones y desdoblamientos: las tramas originan sin cesar subtramas, los personajes segregan a su vez facetas inesperadas, hasta enteros personajes nuevos.
Pero el espectador avanza muy cómodo, seguro de ir por la ruta principal. Encuentra iluminación y señalización perfectas, áreas recreativas y estaciones de servicio atendidas por personal de excelente humor, un color suntuoso, una velocidad de crucero ligera…
Hay abundantes glorietas y desvíos, pero las indicaciones de Wilder, el mapa de carreteras que nos proporciona, son muy claras: siempre se va por el camino más directo, el principal y más ancho. Vemos al propio Wilder circular por él; de vez en cuando saluda con el claxon desde su automóvil…
Incluso adelantamos a los personajes en algún tramo del trayecto. Sabemos más que ellos. Con superioridad de enterados les vemos actuar en la ignorancia de cosas que el director nos ha soplado aparte, porque es nuestro cómplice. Hasta les llevamos algún rato en nuestra ranchera; por el retrovisor panorámico les vemos discutir y pelearse, perdidos en equívocos cuya clave conocemos.

Claro, que Wilder es viejo zorro, curtido en mil guiones, y en el mapa que nos ha dado no vienen los túneles y atajos que él usa. Nos mete por desvíos provisionales y en realidad el tráfico rápido va por otra ruta, a la que nos reincorporamos en el giro siguiente, donde él aguarda con expresión zumbona.
Juguetón, suele guardarse en la manga, para una sorpresiva baza final, el verdadero y completo mapa de carreteras.
En "Irma la dulce" lo muestra en guiño ritual, para la galería, cuando ya están, como quien dice, encendidas las luces.
Archilupo
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