Cumple de sobra el expediente documental, que en definitiva es a lo que veníamos, pero tratándose como se trata de un +18 de manual (convulsiones, sangre, objetos que vuelan, teatrillos mentales...) cabría esperar algún que otro susto del que no se tienen noticias nunca. No sé. Vedla si no hay fútbol, balonmano, Hermano Mayor o lo que quiera que sea que realmente consideréis digno de sustraeros el tiempo. A favor, sólo su intención. La historia que cuenta tiene su aquel y hasta la injerencia de los entornos en la trama encaja en los puzzles de los conspiranoicos.

Esta misma semana que se estrenó Her en España, Whatsapp se cayó unas horas y el país entero convulsionó. Hasta tal punto, que llegó a ser trending topic en otra red, Twitter, y aceleró el crecimiento de una tercera, Telegram. No podía haber tenido una promoción mejor. La película es todo lo que se ha dicho sobre el desapego del hombre a sus propios y la malsana dependencia de lo que nos esclaviza: pero va más allá, porque precisamente humaniza a esos negreros y, si bien no los provee de cuerpo, los acerca a nuestra psique -no por nada hemos sido nosotros quienes los han diseñado-. Her es una película sensiblera, pero gore, porque camina durante las dos horas sobre la finísima cuerda de los desencuentros y, lo que es más preocupante (y que soporta el éxito del núcleo de la historia), nos parece tan verosímil y cercana, que al final no es más que una predicción, veremos si autocumplida, sobre la que estar en alerta. Aunque no servirá de nada.

No es un cliché: Anarchy es intensa y agotadora. Supera a la primera parte sencillamente por la cantidad de posibilidades que se maneja al desarrollar la trama fundamentalmente en espacios abiertos, pero también está por encima en cuanto al mensaje, dado que pone el acento político sobre la sangre ya sin caretas. Previsible a ratos -sobre todo en los últimos diez minutos de metraje; Estados Unidos necesita finales así- pero sorprendente en esencia, constata la sospecha de que la saga se eternizará con sus altos y sus bajos. En definitiva, una secuela más atrevida y, a ráfagas, peculiarmente incómoda.

"Cinco amigos van a pasar el fin de semana a una cabaña..." es un inicio que tira a cualquiera de espaldas hasta que buscas, miras y comparas. Cabin in the Woods no va a pasar a la historia pero podrá presumir de ser una de las películas de terror más originales del último lustro, en parte gracias al guión y en parte a los efectos, que divierten -en el buen sentido- más que aterrorizan. Además, pertenece a esa nueva generación de thrillers limpios que claman por un mundo sin casquería gratuita: lo visual es recreativo, no visceral. Lo dicho, 'interesante'.

¿Por qué no gusta esta película al grueso? Os diré por qué: porque repite escenario. No hay más. Uno tiene la sensación continua de haber visto ya todo esto en la película del año anterior. Pero no: merece la pena ahondar. Ahondar en un discurso simple pero tintado de esquizofrenia, porque ya no tenemos un daño accidental sino uno poco menos que inspirado, y nada hay peor para los corazones que el daño impredecible pero latente. ¿Que el prota sobreactúa? Pues sí. ¿Que lo borda como loco? También. Es el esquizo más creíble de las películas de terror de bajo presupuesto (un millón y medio de dólares) que recuerdo, y se encarga de rematar la faena en el sprint final con una terquedad asombrosa. Si, repetimos escenario, pero entre las paredes se abre un camino distinto e interpretable. De hecho, durante un par de momentos concretos de la película, uno diría que está frente a un embrión referencial. De no ser por el miedo -nunca mejor dicho- al qué dirán. Ojalá haya una tercera y ojalá también dentro del mismo sitio, con otro relato aledaño tan ido como este.