Todo amante del cine de terror debería ver Martyrs. Es más, diría que todo amante del cine, pero sé que resulta un ejercicio poco recomendable para según que personas y claramente descartable para ciertas sensibilidades. Ni estando muy curtido en el visionado de films de extrema violencia y casquería resulta una película fácil de digerir. La angustia reminiscente que deja es incomparable a ninguna otra que haya conocido y como gran seguidor del cine de género he visto casi de todo. Y es ahí donde radica para mí uno de sus mayores aciertos y por lo que se convierte en un clásico instantáneo.
Martyrs es la mejor película de terror de su década y de lo que llevamos de siglo, así, sin paliativos. Y eso sin ser del todo una película de terror. Estamos ante uno de los más controvertidos y angustiosos relatos del cine actual, que bajo mi punto de vista marca todo un hito dentro del género, al igual que lo hizo El Exorcista en los 70 o El Resplandor una década más tarde.
Está realizada con precisión milimétrica en cada uno de sus planos. Las interpretaciones son de un nivel muy por encima de la media, en especial sus dos protagonistas femeninas, y todo en ella, montaje, fotografía, maquillaje, música (o ausencia de ella como en la escena más truculenta) está al servicio de las pretensiones del director, y aunque a muchos les puedan resultar excesivas y gratuitas, nada sobra y nada falta, todo está concienzudamente estudiado y calculado.
Pero su punto fuerte pasa por un guión plasmado magistralmente en pantalla como pocas veces se ha hecho en el cine, generando un impacto en el espectador que lo mantiene alerta durante todo el metraje. No son giros de guión si no formas de ensamblar la historia que son como un puñetazo en la cara. La violencia explícita que va in crescendo a lo largo de toda la cinta, está acompañada de una coherencia sobrevenida al desconcierto inicial que abruma y convierte una película de terror al uso en algo mucho más horrible de lo esperado. Y es alargada en ese último tramo hasta una extenuación de los sentidos visceral y deliberadamente autoconsciente, consiguiendo que ese mal rollo generado quede anclado para siempre en la mente de quien observa.
Puedes amarla u odiarla, pero jamás te dejará indiferente.