Para los escépticos, hay una razón de peso por la que Skyfall merece la pena: ha conseguido que todas sus antecesoras envejezcan 20 años de repente y parezcan espectáculos acartonados. Puede que estemos sobrevalorando la capacidad de Sam Mendes para actualizar el mito de Bond, pero hace mucho tiempo que no veía una película tan elegante, con momentos tan bien resueltos y tan deliciosa a la vista y al intelecto. No es el envoltorio lujoso (y ajustado a los cánones esperables en una pelicula de la saga) lo que hace a Skyfall grande, sino el propio Bond, un Bond que nunca había se había sentido tan humano, tan vivo y tan interesante, porque no nos engañemos, siempre fue un asesino hijo de perra que podía caer de todo menos simpático. La gran virtud de Daniel Craig, un acierto rotundo de casting, es que con la ayuda del guionista construye un espía con cicatrices, pero sobre todo con un pasado al que el espectador pueda agarrarse; además, me ha parecido hermosa y muy bien resuelta su relación con M, que al fin y al cabo es el puntal y la razón de ser de la película, por mucho que Bardem se empeñe. De este hay que decir que hace un trabajo serio, pero vuelvo a tener dudas acerca de su estilismo y de las líneas de guión que le dan, más próximas a un simple loco que a un villano redondo. El nuevo Q hasta tiene glamour y las semillas del reboot que en el fondo es Skyfall están plantadas con sabiduría: James Bond vuelve a reinventarse y, curiosamente, me interesa.