La primera media hora de Martyrs no promete ser el comienzo de una película genial, ni sorprendente, pero si tiene una capacidad para atraer la atención y la curiosidad de saber. Se acerca de manera abrupta al cine de Haneke o Chan-Wook, contando algo impactante, quizá no tanto en estos tiempos modernos, que requiere una explicación y a su vez nos obliga a seguir viendo para descubrir el porqué de semejante reacción y los sucesos que acontecen. Además de lanzar un guiño al cine de terror japonés.
Mención especial a las actuaciones de las dos jóvenes protagonistas, Mylène Jampanoï y Morjana Alaoui.

Eso es lo bueno que puedo decir de la película, que no es poco. Y es que es una lástima descubrir como una película va cayendo en lo fácil después de un comienzo prometedor, de enganchar. Supongo que es lo más común, y realmente es difícil ser constante al crear una historia, desde el principio hasta el final. Habiendo hecho mis pinitos escribiendo algunas historias conozco esa sensación del creativo al parir una idea con vida, y ver como se va apagando conforme vas dándole forma.
Lo que me hace ser comprensivo con Pascal Laugier, que seguramente intuía que la única forma de conseguir tapar las carencias era recurrir a la provocación, a la tortura, a la sangre. Al director francés le pasó lo que les pasa a muchos; a medio camino se quedó sin gasolina y decidió llenar el depósito con algo fuerte que le permitiera llegar a su destino. Así se puede explicar el tremendo bajón de toda la parte final, con momentos que resultan repetitivos, otros repulsivos, e incluso algunos ridículos.

Si bien es reprochable, no siento la necesidad de castigar con dureza la humana imperfección de un director cuyo cine, entre lo imaginativo y lo parafrénico, debe ser pulido en futuros trabajos, y quizá con el tiempo se vea si hay algo más que ideas inacabadas.