Lúdica e ingeniosa comedia clásica, en el conocido estilo de “screwball comedy”, una comedia loca que incluye perfectamente la demencia de todos sus protagonistas. Una historia de situaciones absurdas pero llenas de encanto, donde los personajes no acatan las normas de comportamiento convencionales y dominantes en la sociedad en que viven. Aquí todos están chiflados, la mayoría en grado sumo y concentrado en una familia singular. Todo ella barnizada de un humor negro inteligente, corrosivo y desternillante que constituye un divertimento exquisito y elegante. Se trata de una adaptación escrupulosa con apresurada fidelidad de una comedia teatral de Joseph Kesselring, filmada de forma magistral por Frank Capra desde una óptica cinematográfica que paso a detallar.

El cineasta utiliza cinematográficamente el espacio escénico, mueve a los actores con una vitalidad y un sentido del movimiento insólitos en el teatro de la época y confiere a las entradas y salidas de los personajes a escena un toque visual más próximo al cine que al teatro. Cuando, en el film, reaparece un personaje después de haberlo perdido de vista durante bastante tiempo, su llegada no constituye un efecto teatral, sino que da a entender, deja explícito, que no es un efecto de irrupción escénica, sino el resultado de un proceso personal que le ha llevado hasta allí. De esta forma elude los artificios escénicos sirviendo de ayuda para diferenciar desde la puesta en escena, las diferencias de los dos medios expresivos. Convirtiéndose en una comedia de origen teatral que se expresa visualmente en otro terreno.

Pero más allá de lo metodológico, el film de Capra es un brillante ejemplo de cómo una comedia típica de situaciones se convierte, gracias a los actores, en una comedia de personajes; y cómo un maestro de la comedia puede ofrecer, al mismo tiempo, la entraña y el sustrato del género y la reflexión crítica sobre sus mecanismos, que desarrollan en sólo una noche, precisamente, la de Halloween, la más completa combinación posible sobre diversas formas de enfrentamiento vital (familiar, institucional, amoroso, profesional, de relaciones de dominio y dependencia), partiendo de unos cadáveres molestos dentro de unas situaciones jocosas y disparatadas que protagoniza Gary Grant, uno de los reyes de la comedia, aquí algo histriónico: Mortimer Brewster (Grant) es un conocido crítico y escritor, el autor de la biblia del hombre soltero, ahora está a punto de contraer matrimonio con una adorable e irresistible chica llamada Elaine Harper (Priscilla Lane), pero atribulado por miedo a que se descubra su enlace en la prensa. Su familia está compuesta por Abby y Martha Brewster que viven en el barrio de Brooklyn, NY. Las acompaña un sobrino que está como una regadera y se hace llamar “Rooselvelt” convencido de ser el famoso presidente.

Es él quien perturba a los vecinos con sus toques de clarín y habilita el sótano donde las tías dan “cobijo” a los ancianos abandonados y tristes que llegan como inquilinos, siendo pasto de las “obras de caridad” que practican las ancianas. Y todavía falta la visita del díscolo de la familia, un psicópata llamado Jonathan (Raymond Massey) quien carga consigo a un macabro cirujano, el Dr Einstein (Peter Lorre) quien lo opera luego de cada fechoría. Mortimer intenta recluirlos en un sanatorio mental pero las cosas se complican cuando aparece la policía. Se trata de una visión del mundo irónica e irreal que se desmarca del idealismo y la ingenuidad que respiran las tramas que filmó Capra con anterioridad: “El secreto de vivir”, “Caballero sin espada” o “Juan nadie”. Esta modesta comedia que dirigió para la Warner forma parte de la memoria colectiva cinéfila.