La esclava libre

Soberbia película que tiene el perfume de “Lo que el viento se llevó”, con Clark Gable, que es el cine. Impresiona muchísimo la situación de los negros en el sur en la previa de la contienda civil norteamericana. Si eso estremece, ni pensar el hecho de que muera tu padre y al pie del cadáver te desvelen tu identidad. No heredas y pasas a ser nadie. Quizá esa es la forma más inteligente y cruda de hacer ver el problema, que no importa ni el color de la piel, que es una cuestión de estupidez humana. Ojalá se supere esta tara donde todavía se siga manteniendo, con un miedo al de fuera más que al hecho de la piel.

El devenir de la peli es precioso, con una ambientación clásica y los devenires de Amantha por doquiera que va. Cada personaje que se va encontrando es a cual más necio e hipócrita, adjetivo perfecto que le lanza a ese politicucho de pacotilla que, a la hora de verdad, es más racista que a los que combate.

Interesa la trata de negros en el río Congo, que Gable esboza sin desarrollar. Me pregunto si hay alguna película que aventure a desentrañar y describir cómo se llevó a cabo la captura de seres humanos y el trato como animales en esas tierras vírgenes africanas. Odioso ser humano.

Aunque esta vez la nota no se ha disparado pese a tener todos los ingredientes para ello: buen reparto, temática racial y puesta en escena de superproducción. Nada de esto la salva del suspenso: el mensaje es engañoso, la pasión inexistente y algunos personajes son insoportables.

Podría decir mil cosas acerca del reparto, pero voy a centrarme en sólo dos. La primera es que Clark Gable, pese a mantener figura y cierto atractivo, no es creíble como gran conquistador a esas alturas de su vida. Y por cierto: no se parece en nada al maravilloso Rhett Butler, por muy caballero sudista que sea el personaje. Segundo, que aquí el verdadero galán, personaje polémico a parte, es Sidney Poitier; lo extraño es que la pánfila de Manty no se fijara en él, que es guapo, fuerte y joven, con una elegancia que lleva en los huesos y un porte seductor imantado a la carne. Rau- Ru es, además, el personaje más valioso e interesante por su conflictos personales, las ideas que defiende, los métodos que emplea, todo su bagaje vital y sus incisivos discursos sobre la lucha entre blancos y negros. Lástima que no se le aproveche como debiera.

Con todo, lo peor es el hilo argumental. Dejemos la incomprensible historia de amor a parte y centrémonos en el insoportable personaje de Gable, Hamish Bond, quien ejemplifica hasta donde puede llegar la falacia en el cine. Este respetable caballero consigue de manera magistral quedar como héroe cuando en realidad se comporta como un canalla. Quizá «canalla» no sea la palabra adecuada, pero entiéndase lo que quiero decir: no se puede tener esclavos y ser, al mismo tiempo, antiesclavista, máxime con el pasado que arrastra; ni tampoco tratar a las mujeres con esa desvergüenza que me parece completamente humillante para ellas, metiendo en la misma casa (y en la misma habitación) a la ex y a la nueva. Que buen gusto, ¿no?

Así, «La esclava libre» provoca irritación más que admiración, y perplejidad más que emoción. Con todo, algunos diálogos son de interés, la trama mantiene el ritmo y el reparto es estupendo; no he dicho lo guapa que está Yvonne De Carlo y el vestuario tan impresionante que lleva.

Sin duda, bastante regular.