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Redbad: La invasión de los francos

Aventuras En el año 754 d.C. Europa del Norte se encuentra dividida. Por un lado, está el grupo formado por los frisones, los sajones y los daneses. El otro lado está ocupado por los francos. Los últimos pretenden realizar aquello que los romanos no pudieron: conquistar toda Europa mediante su nueva arma, el cristianismo. Su primer objetivo es apoderarse del mayor centro de comercio de Europa gobernado por el rey frisón Aldegisel.
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
30 de diciembre de 2018
33 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otro film más al servicio del Nuevo Orden Mundial: Vikingas hablando de que tienen derechos y son libres, católicos mostrados como si fuesen nazis, etc. Menos mal que no han metido al negro haciendo chistes ni al gay perseguido por el heteropatriarcado. Una porquería más para la colección de siempre.
Diego
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26 de julio de 2019
5 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El género épico, tanto en la literatura como en el cine, tiene un problema que no sabe resolver: para vender, necesita promover unos ideales en los que nadie cree, empezando por los propios autores y terminando por los soldados. Es decir, su lastre es la propia épica, la grandilocuencia, la lucha por una libertad consistente en elegir la postración ante un bueno que nunca ha existido: Moisés, Leónidas, Jesucristo, William Wallace, Redbad...

En unas ocasiones, el poeta o el director salva hábilmente este grano en el culo de nacimiento echando mano de unos recursos artísticos que el público, aquiescente con el engaño, abraza como lo que son: licencias. Así salen grandes obras como la Ilíada, "Braveheart" (1995), "Troya" (2004) o "300" (2006) y otras discretas como "Centurión" (2010), "La Legión del Águila" (2011) o "Vikingo" (2016). En este sentido, las series ganan al cine por goleada, y es lógico, puesto que decenas de horas permiten matizar, levantar el velo y mostrar la realidad del discurso épico: "Roma" (2005-2007) y "Juego de Tronos" (esta última a pesar de pertenecer, en términos históricos, a un universo ficticio) lo bordan, recreándose en la mofa del espíritu épico (el único ideal es el egoísmo sádico).

En el resto de casos, el producto se estrella: la retórica del aedo bobo no solo sigue campando a sus anchas, sino que además lo hace de una manera ridícula y deficiente, dejando ver todas las costuras. La producción holandesa que nos ocupa es el mejor ejemplo. Todo, salvo el contexto histórico de partida, es manido y desafortunado.

Las batallas: confusas, fulleras, sin un solo golpe claro o limpio. Si tanto miedo les da mostrar la trayectoria de entrada o de salida, ¿por qué no se limitan a filmar una comedia romántica y asunto solucionado? En "Troya" vemos a Aquiles descuajar una cabeza de un griego sin cambio de plano, en "Centurión" un bárbaro le taja el pescuezo a un romano con toda claridad, antes, durante y después. Y son solo dos ejemplos entre decenas. En "La leyenda de Redbad", oímos el sonido del acero abriendo la carne y a continuación vemos un plano con la espada o lanza ya pegada con cola en el cuerpo. En lugar de conmoverte con la víctima yacente, estás pensando en cómo se puede estar haciendo ahora una película peor que en los años 80. Por supuesto, en línea con este deseo de no ofender sensibilidades mojigatas y recaudar más, el sexo es censurado, a pesar de que habría estado justificada su presencia explícita.

El montaje: caprichoso, anárquico, hecho por alguna víctima de la LOGSE holandesa. Planos poéticos y a cámara lenta metidos en momentos de una narrativa prosaica. Todo es copia sin criterio y chapucera de otras películas, buenas y malas.

La dirección: entre destartalada y ausente, como si el responsable hubiera estado borracho todo el tiempo o mirando la hora para volver a casa y tragarse un Gran Hermano.

La fotografía, hecha a la ligera, sin ganas, permanentemente quemada, obra de un profesional a tono con el director.

Efectos especiales de vergüenza: fuego digital a mansalva, y los cerdos en llamas del final, para reír por no llorar.

Aunque los actores no son malos, salvo el sobreactuado histrión que encarna al obispo Willibrord (una mera caricatura del cristiano medieval), todos los personajes son absolutamente planos, como los Países Bajos, carentes de carisma, y sus vidas te importan un comino (el caso de la hermana de Redbad es flagrante: un topo que naturalmente no habla). Los femeninos son decididamente viejos para las edades a las que se casaban (una de ellas, aparece como virgen y tiene arrugas). A excepción de la antigua amada del protagonista (que la mitad de las veces está estropeada por la pintura guerrera en la frente, que la envejece) todas las mujeres son feas, así que la película no sirve ni para alegrarte la vista.

La negativa y cruda imagen que se da del cristianismo, que se ajusta a la realidad históricamente documentada, era un punto a su favor, pero finalmente se echa perder con el falaz y anacrónico discurso de Frea. Para contentar a todos los espectadores, vamos.

La aportación original o personal brilla por su ausencia. Todo venía anunciado ya en los sosísimos títulos de crédito iniciales, hechos con toda la prisa del mundo (habrían quedado mejor con máquina de escribir). Podríamos preguntar al director y al guionista lo mismo que la chamana chiflada al protagonista: "¿Sabes quién eres?" Pero lo más seguro es que no nos entendieran.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Estrago
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